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El laberinto de la furia

¿No será que estamos viviendo en el discurso del ajusticiamiento por mano propia desde mucho antes de lo que parece?
 

07.04.2014 06:30 |  Giménez Manolo  | 

La publicación de noticias referidas a linchamientos y represalias ejercidas colectivamente –y sin intervención alguna de la Justicia– en distintas ciudades del país, marca un punto de inflexión en la discusión sobre la inseguridad que, de ser una "sensación generada por los medios", ha trasmutado a la condición de emergencia pública, en la provincia de Buenos Aires (y en varios gobiernos del Interior, que ya la están evaluando).

No es para menos. Algunas escenas captadas en video muestran rasgos de furia desbordada entre gente que, hace unos años, posiblemente se hubiera escandalizado de verse a sí misma en esa faena. Daría la impresión que están tratando de matar a sus propios fantasmas, a su propia angustia, antes que al ladrón tomado prisionero. Conclusión a la que se puede llegar fácilmente, pues casi seguro ninguno de los agresores debe pensar que la muerte es el castigo correcto por robar una cartera.

A quienes se pretende asesinar, en realidad, es a los fantasmas del crimen impune –especialmente el del asesino y el violador, entre otros– que, alucinatoriamente, se ven al trasluz del delincuente capturado. Estas representaciones imaginarias aluden a muy reales amenazas que han alterado nuestra vida cotidiana y provocado la histeria colectiva, como hacía mucho tiempo no se veía.

Observados así, estos episodios se asemejan bastante al sacrificio humano ritual de alguna tribu primitiva. Ahora bien, ¿cómo se llega esta precarización brutal de la convivencia social? ¿Qué genera tales respuestas frente a la indefensión? ¿Acaso el miedo debe justificar todo y la pésima respuesta del Gobierno nacional, ante los reclamos de seguridad, habilita el hacer justicia por mano propia?

La propia dirección única de estas preguntas alude a una limitación, ya que todo fenómeno social o cultural responde a diversas causas y determinaciones históricas. Sin embargo, hay elementos ideológicos que inervan la mentalidad de la época y no es desatinado pensar que están actuando como elementos legitimadores de la intolerancia.

Me refiero a la simplificación, en términos binarios, de la compleja realidad social; donde lo "propio" y lo "ajeno" –"ellos o nosotros"– actúan como categorías absolutas e irreductibles. Aquí "lo ajeno" está asimilado con el otro, que queda convertido así en el enemigo, el que no merece (usando una vieja y terrible consigna de Perón) "ni justicia".

Para el delincuente violento, la víctima encarna al enemigo social. Por eso cualquier botín –desde un celular hasta un par de zapatillas– justifica (estupefacientes mediante) su injusto asesinato. Simétricamente, este mismo esquema es el que se viene repitiendo, con apelación a otras justificaciones, en el intento de linchar delincuentes –violentos o no– por parte del ciudadano corriente.

En suma, ambos costados del drama están comprendidos en la lógica social del totalitarismo y orientados por una misma consigna: al otro ni justicia. La atroz consigna que, no por casualidad, embanderó la radicalización (no menos histérica) de la clase media juvenil "peronizada", desde fines de la década de 1960, y cuya decantación en nuestros días tampoco es ajena al problema que nos ocupa.

En relación a la lógica del pensamiento totalitario, resulta interesante detenerse un poco en el Sistema de Alerta Temprana diseñado por Franklin Littell, un educador y pastor protestante que, tras conocerse la real dimensión de la Shoá, dedicó su vida a señalar –y evitar que se desarrollaran– las raíces del totalitarismo en cualquier medio social.

Tal sistema comprendía una "grilla" de las tendencias donde se incuban formas totalitarias de acción política. De esta enumeración rescato, a continuación, varias (la mayoría) que remiten, sorprendentemente, a la coyuntura política argentina actual:

1. Política ideológica: las decisiones no se basan en consideraciones prácticas y prudentes, sino extremas.

2. Política de polarización: destrucción de la idea y la práctica de la oposición leal, desprecio por el acuerdo mutuo inteligente, difusión del espíritu religioso escatológico en la esfera política. (Sobre el último aspecto, pensemos en "el mandato de retomar el camino de los setenta").

3. Reconstrucción de lo sagrado en la sociedad: contra el pensamiento moderno y científico, y en franca oposición al pluralismo religioso y cultural, el esfuerzo enérgico, reaccionario de volver a la era dorada y mítica de la uniformidad. (¿No es parecido a referenciarse en la "mística revolucionaria" del foquismo?)

4. Una nueva periodización de la historia: la nueva "élite" o "vanguardia" es el motor de la historia; la historia empieza a datarse a partir de la llegada al poder del partido ideológico.

5. Una nueva antropología: idealización del Hombre Nuevo en desmedro de otras personas consideradas inferiores.

6. Formación de una élite que tiene normas disciplinarias secretas, señales esotéricas de reconocimiento y tatuajes. (¿Habrán llegado a eso la Tupac Amaru o La Cámpora?)

7. Culto de la violencia: los "no creyentes" deben ser borrados de las páginas de la historia, primero por la técnica de la Gran Mentira y después, físicamente.

8. Inducción de la afasia social: creación vigorosa de las condiciones que vuelven difícil el debate abierto y la libre comunicación de ideas.

9. Partido y Estado monolíticos: el modelo de la sociedad es la rueda, en la que todos los rayos convergen en el centro.

10. Esplendor del Estado: el pensamiento político ha perdido conciencia de la "duda que envuelve las cosas" y las decisiones en materia de políticas recurren rápidamente a soluciones extremas; los cuerpos sociales de nivel inferior al Estado son absorbidos o aplastados.

11. Falsa imagen de armonía política: en lugar del consenso generado por el debate libre y fundado, se exige uniformidad de consignas y manifestaciones.

12. Regresión a la confianza en la tradición oral –lo que "todo el mundo sabe"; lo que el partido o la élite gobernante postula– en lugar de fundamentar la creencia en datos cuidadosamente cribados y hechos evaluados desde una posición crítica. (*)

Las semillas del totalitarismo, sembradas irresponsablemente desde el poder político, han germinado en especies que no estaban previstas y, como en la fábula del monstruo de Frankenstein, la creación ha puesto en riesgo la vida del creador. Dicho con menos elipsis, el Gobierno nacional, que está jugando su última carta de popularidad a la reforma garantista del Código Penal, recibe como respuesta de la sociedad la más drástica de las apuestas por la intolerancia con el crimen.

Por su parte, la Presidente ha cambiado de discurso, en los últimos días, con la misma levedad con que ha cambiado de vestuario. Pero nadie ya puede creer en su invocación al diálogo y la convivencia, luego de tantos años de desprecio por la dirigencia rural, la oposición política, la prensa crítica o cualquiera que osara contradecir sus rústicas certezas, cuando el 54 por ciento parecía avalar cualquier bravuconada. (Recuerdo los linchamientos simbólicos contra ciertos periodistas del Grupo Clarín, Perfil o La Nación)

Asimismo, ¿con qué autoridad se puede condenar el "ajusticiamiento" de los delincuentes, si hasta hace poco se condescendía con la celebración de los "ajusticiamientos populares" (Vandor, Aramburu, Rucci, entre otros cientos) en el pasado reciente, tan ajenos al aparato judicial como los que hoy generan no pocas simpatías entre la ciudadanía?

La Presidente construyó un complicado laberinto y ha quedado, sin darse cuenta, encerrada adentro de su propia construcción. ¿Podrá la arquitecta encontrar la puerta de salida? Tal vez en Egipto, pero en la Argentina le va a resultar muy difícil.


(*) El texto de Franklin Litell se encuentra en Antisemitismo: el Odio Genérico - Shimon Samuels, Mark Weltzman y Sergio Widder (comps.) - Editorial Lilmod, Buenos Aires, 2009.
 
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