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Ramos y Laclau

La desaparición física de Ernesto Laclau ha motivado infinita cantidad de notas en la prensa local, destacando su gravitante obra académica. No es nuestro caso.
 

14.04.2014 09:36 |  Giménez Manolo  | 

No creo que sea necesario sumar aquí más información biográfica a la previsible (y excesiva) tristeza de tinta (si viviera, el poeta Gabriel Celaya debería decir hoy "tristeza de bytes") que ha desplegado la prensa argentina –y en especial la oficialista–, por la muerte del académico anglo argentino Ernesto Laclau.

Sin embargo, como las crónicas hablan de sus inicios políticos en la Izquierda Nacional y su relación con Jorge Abelardo Ramos, quiero aprovechar la oportunidad para citar la descripción de un entrevero que se desató dentro de su partido, a fines de los 60 –el PSIN, por entonces– y que colocó a la joven promesa del socialismo criollo en el eje de la confrontación.

Según lo relata el propio Abelardo (en un informe que recién en los últimos años cobró estado público). Laclau había ingresado al partido "con un numeroso grupo de estudiantes universitarios y egresados, casi todos de la Facultad de Filosofía y Letras, entre los cuales se destacaban Blas Alberti, Analía Payró y otros".

"Era un grupo intelectual de gran valor –dice Ramos–. Pero se encontraron ahogados en un pequeño partido, marginados en el corazón de la gran Capital. Como todo el resto del partido, luchó denodadamente para abrir un camino hacia los obreros. Esa tentativa fracasó. Los obreros nos ignoraban por completo. Eran peronistas. El único obrero que Laclau encontró en el PSIN, era justamente un obrero metalúrgico, fundador de la UOM y luego dirigente del sindicato de obreros de la pintura. Era Fernando Carpio, descendiente de guaycurúes santafesinos y auténtico revolucionario. Quizás a causa de su cultura y su refinamiento, su visión de un proletariado abstracto, similar a los admirados modelos bibliográficos, Laclau sentía horror por Carpio, que era un obrero de carne y hueso. Pero era el único obrero que teníamos. Todos los demás estaban con Perón. Carpio, para nosotros, era el símbolo del futuro proletariado.

"Pero no puede hacerse política solamente con símbolos –concluye Ramos–. Laclau llegó a la conclusión de que el partido carecía de una táctica para llegar a las masas. Renunció, junto con sus amigos al PSIN y se marchó a la Universidad de Essex, en Inglaterra, donde reside desde 1969. Por cierto que se trató de una gran pérdida intelectual para nuestro movimiento".

Me pareció interesante refrescar el episodio justamente esta semana, cuando el paro nacional de la CGT y la CTA produjo –además de un contundente acatamiento–, la reaparición de antiguos síntomas de la fobia anti obrera; un desprecio casi constitutivo del ADN progresista, especialmente cuando adopta los difusos ropajes del "peronismo de izquierda".

Afortunadamente con menos virulencia que en otros años, cuando no les hacía ruido el linchamiento (ejercido contra dirigentes obreros, el linchamiento era "justicia popular"), las comprimidas huestes del oficialismo abrieron la válvula de escape a sus peores prejuicios y reinstalaron, en la figura del gastronómico José Luis Barrionuevo –prototipo del "burócrata sindical"–, el odio de clase que caracterizó a las clases medias "democráticas", desde Aramburu a Alfonsín.

Laclau seguramente entendía –o compartía– tales sentimientos. Redactor del prospecto de un medicamento demostradamente inútil y con fecha de vencimiento cumplida, como es el kirchnerismo, tal vez adhiriera con mayor énfasis a las posiciones "antiburocráticas" de la pequeña burguesía colonizada –una vez más– antes que admitir sus propias inconsistencias, demostradas por las reverencias al orden financiero mundial que tributan, en estos días, sus teorizados populismos.

Ahora que ha fallecido, es muy probable que en este mismo instante cientos de teclados estén buscando la síntesis adecuada para comunicar lo que dejó su ardua labor académica y sus no pocos volúmenes. A este breve artículo, en cambio, le interesa detenerse en el Laclau más citado que leído: el de Cristina y La Cámpora; el legitimador de las ideologías eurocéntricas travestidas; el ilustrador de folletería para vendedores de buzones (por twitter); el de los nuevos jóvenes maravillosos, en suma.

Y puesto que nos estamos refiriendo a la clientela política de Laclau, cierro este artículo con un significativo reportaje que Jorge Raventos le realizó en 1973 a Jorge Abelardo Ramos. Allí hace referencia a los "nuevos peronistas" de aquella trágica y compleja coyuntura nacional, a quienes aplica una caracterización que no es muy distinta a la que hoy podríamos hacer de los jóvenes "politizados" que brotaron a la sombra del kirchnerismo.

"Es cierto que parte del pensamiento cipayo ha debido tomar otras formas, ponerse otras camisetas…pero el hábito no hace al monje. Las combinaciones de izquierdismo cipayo, izquierdismo infantil, sometimiento organizativo al nacionalismo burgués y dependencia práctica de fuerzas mundiales, puede ser letal para los sectores juveniles que usted señala. Sus jefes quizás sean concientes de lo que están haciendo, pero miles de jóvenes que siguen ese camino, aunque lo hacen con ingenuidad y probablemente por buenos motivos, están marchando hacia una vía muerta…y hacia una vía mortal. Pero sí, es cierto que debemos ser muy francos con estos sectores y, en ese sentido, el centro del debate se traslada a la discusión con ellos".

En eso estamos, maestro.



 
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