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Las voces del vacío

Nuestra historia reporta momentos estelares del pensamiento político asociado a movimientos de auténtica progresividad histórica. Nada de eso aparece en el escenario actual.

02.06.2014 10:49 |  Giménez Manolo  | 

La capacidad discursiva de la dirigencia política argentina se encuentra hoy llamativamente acotada. A tal punto que si debiéramos elegir una línea divisoria, entre las principales referencias partidarias, la más ajustada y realista sería, seguramente, aquella que divide a los devotos de la gestión y la practicidad de aquellos otros que parecen seguir pensando la política como contraposición de relatos.

Ni la cuestión nacional, ni la distribución de la riqueza, ni el perfil productivo o industrial, ni el alineamiento internacional entran en la payada. Sólo compiten los practicones y los líricos, como dirían en el barrio.

Entre los primeros ubicaría, sin pensarlo mucho, a Sergio Massa, Mauricio Macri, Daniel Scioli, José Manuel de la Sota o Julio Cobos, aunque el dato relevante de gestión de este último se reduzca, para la opinión pública nacional, a su inoxidable "voto no positivo" de 2008. En el segundo tándem, alisto a la Presidente y su séquito, Elisa Carrió, Fernando Solanas y Hermes Binner quien, a pesar de su prolija actuación en el ejecutivo de Santa Fe (lo que permitiría ubicarlo en el primer grupo), hace su mayor apuesta a las dotes seductoras del traje progresoide.

A los primeros habría que recordarles que una buena perfomance de intendente o gobernador en el pasado reciente –o recientísimo– no garantiza que el candidato en cuestión haya sentido con claridad el pulso de la realidad nacional. O que esté más capacitado que otros para una buena lectura del devenir histórico. Hablo de saber leer aquello que no está en los libros ni en las encuestas, siempre fragmentarias y esquemáticas.

Todas las experiencias de la democracia de masas en Argentina –que posiblemente no sea lo mismo que hoy llaman populismo– tuvieron su prólogo en las letras. Pues aunque Roca, Irigoyen y Perón fueron esencialmente pragmáticos en su desempeño político, adoptaron desde el principio los diagnósticos y perspectivas que, en cada período, le aportó el pensamiento nacional. Y cuando digo nacional no me refiero a la cuestión domiciliaria, sino a la capacidad de pensar por cuenta propia. Algo que a las agencias publicitarias y a los asesores de imagen les preocupa bastante poco.

Esto va para los practicones. A los del segundo grupo –y a los denominados intelectuales y periodistas orgánicos que los nutren de retórica– les recomendaría la siempre saludable lectura del almanaque. Porque en todos los debates que dividieron aguas en la política de los últimos años, los argumentos del progresismo mostraron un atraso de, al menos, cuarenta años. Y si algo no debiera faltarle al progresismo es la noción de progreso.

Veamos si no: en un era signada por la influencia decisiva de las redes sociales, nuestra vanguardia política se propuso revertir la hegemonía comunicacional de los medios audiovisuales, mediante una ley que no incluyó ni un solo artículo dedicado al uso de Internet.

Otro desfase temporal de antología se produjo cuando tuvieron lugar las populosas movilizaciones de los chacareros, tras la conflictiva resolución 125. Allí, la intelectualidad oficialista y no pocos opositores de izquierda responsabilizaron, de lo que creyeron era un complot antidemocrático, a la oligarquía de la Sociedad Rural. La denuncia estaba elaborada, seguramente, de las rápidas y poco críticas lecturas de folletos que Jauretche o Scalabrini Ortiz publicaban durante la llamada Década Infame de los 30.

Pero en los años 2000 esa oligarquía vive de vender viejas joyas, jarrones y floreros en las casas de antigüedades de San Telmo, mientras que los socios más destacados de la Sociedad Rural reportan propiedades bastante menos cotizadas que la de varios ministros y sindicalistas del otro campo, del supuesto campo nacional y popular. Por otro lado, los beneficiarios mayores de las pampas argentinas son hoy los agribusiness, las siete grandes exportadoras, los pooles de siembra o las corporaciones biotecnológicas como Monsanto.

Habría mucho más para decir de líricos y practicones de la política profesional. Pero nos alcanza con esta breve enumeración para confirmar con pesadumbre que no se divisa, en el horizonte inmediato, un dirigente con vocación de estadista o una vanguardia intelectual que lo anuncie o lo promueva. Es hasta extraño, diría, porque la manifestación de un tiempo político nuevo aparece con sólo darse una vuelta por el centro, hablar en la cola del súper o perderse una horita en el facebook.

Sin ir más lejos, lo estamos informando ahora: nuestra gente, el pueblo de la Constitución Nacional tantas veces aludido, quiere salir de tecnocracias y setentismos para recuperar su vida, su dignidad y su destino. Quiere estrategias posibles y posibilidades estratégicas, porque para eso existe la política. Sólo falta que la oiga alguien que quiera realmente oír.










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