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Diplomacia papal
El plan de pacificación regional de los Estados Unidos en Oriente Medio está agonizando ¿Se viene una remozada versión de la Pax Romana?
16.06.2014 09:39 |
Giménez Manolo |
Respecto al encuentro que mantuvo el papa Francisco, este 8 de junio último en el Vaticano, con el entonces presidente de Israel, Shimon Peres, y el líder palestino, Mahmoud Abbas, a fin de elevar una plegaria común por "la paz en Oriente Medio", bien puede decirse que la mayor parte de las coberturas periodísticas se mostró, francamente, poco perspicaz para entender lo ocurrido.
Algunos medios celebraron la actitud del Pontífice y su "esfuerzo por contribuir a la paz mundial", mientras otros insistían en subrayar el carácter "meramente simbólico y sin consecuencias políticas" de la gestión papal.
Muy pocos, en cambio, situaron el episodio en el contexto político, complejo e inusual, que se vive hoy en la región del conflicto. Me refiero especialmente al mal momento que viven las relaciones entre los dos socios históricos, Estados Unidos e Israel, a partir que el presidente norteamericano, Barack Obama, la ONU y la Unión Europea, aprobaron el gobierno de unidad palestino nacido del entendimiento, no menos extraño y singular, entre Hamás y Al Fatah (el partido de Abbas).
Como era de esperar, la nueva coalición árabe –con Rami Hamdala como primer ministro y ministro del Interior– que aparenta ponerle fin a la feroz división que, desde hace siete años, mantienen las dos facciones, fue muy mal recibida por Israel. Días antes del anuncio formal, el premier Binyamin Netanyahu, había pedido especialmente al secretario de Estado norteamericano, John Kerry, “no reconocer tan rápido al gobierno palestino, que se apoya en Hamas”.
Sin embargo, el gobierno de Obama hizo exactamente lo contrario: lo reconoció sin más e instó a sus socios a hacer lo mismo. Pues todo parece indicar que la cuestión iraní o las reservas gasíferas y petroleras, tienen mayor prioridad en las agendas del poderoso Occidente. (Algunos analistas sostienen que el presidente norteamericano intenta justificar, de alguna manera, su criticado Premio Nobel de la Paz).
Frente a la reacción israelí, la Casa Blanca argumentó que “se colaborará con el Gobierno Tecnócrata –esa fue la definición– , ya que no tiene ningún ministro de Hamás". Lo cual sería cierto y creíble –al menos formalmente– si se soslaya el hecho que cuatro de esos ministros proceden de la Franja de Gaza, lo que torna altamente improbable que no pertenezcan secretamente a Hamas.
Y aunque Obama seguirá apoyando a Israel, seguramente, lo cierto es que no abundan las gentilezas entre los dos socios históricos y está más que claro que Israel no aceptará a este gobierno como interlocutor, pues Hamas no sólo no reconoce la existencia, ni la legitimidad, del Estado de Israel, sino que su objetivo explícito es destruirlo militarmente.
Por otro lado, el acuerdo entre Abbas e Ismail Haniyé –primer ministro palestino del movimiento Hamás, no reconocido por Al Fatah– no parece ser muy estable. Basta con recordar que, entre 2006 y 2007, luego de las elecciones que derivaron en una cruenta guerra civil, Hamas tomó el control de la Franja de Gaza matando a todos sus antagonistas de Al Fatah, tras lo cual Abbas puso como primer ministro al economista Salam Fayad y destituyó al victorioso Haniyé.
También hay que apuntar que este no es el primer intento de unidad. Hay que contabilizar el de 2007 (La Meca); el de 2011 (El Cairo) y la Declaración de Doha de 2012. Ninguno produjo acuerdos permanentes, ni conclusiones sobre cuestiones políticas o militares, ni alguna forma de acuerdo sobre el futuro de las milicias, ni sobre asuntos de seguridad. De manera que, desde entonces, el status quo palestino muestra a Hamás en la Franja de Gaza y Al Fatah en Cisjordania.
Para colmo, Hamás reporta graves pérdidas de legitimidad, respaldo popular y hasta de apoyo internacional, ya que la organización fundamentalista Hermanos Musulmanes, su principal aliada operativa e ideológica, ha sido prácticamente destruida por el último gobierno egipcio. Lo cual podría ser la explicación de fondo para aceptar este acuerdo político de última hora, ofrecido por Abbas que, a su vez, recibe fuertes cuestionamientos su régimen "gerontocrático".
En pocas palabras, a pesar de los mensajes "tribuneros", son pocos los que creen seriamente en la viabilidad de este acuerdo entre los fundamentalistas islámicos y los musulmanes laicos de la Palestina árabe.
En ese marco, el papa ha irrumpido sorpresivamente como la puerta de salida "por arriba" del laberinto diplomático. En la inminente muerte anunciada del plan Kerry, ofrece al Vaticano como ámbito alternativo de mediación y cuenta, para ello, con la sociedad que le ofrece el saliente presidente de Israel y último líder laborista de la generación fundadora: Shimon Peres, quien representa la posición de no pocos integrantes del gobierno de Netanyahu (entre otros, la influyente ministra de Justicia, Tzipi Livni).
Para Abbas esto supondría un marco legitimador importante, especialmente por salir de la órbita norteamericana. No hay que olvidarse que los tratados de Oslo de 1993 –la instancia más cercana a un acuerdo de paz que ha existido, desde 1948 a la fecha– fracasaron, en el último momento, por la presión del mundo árabe a un arregle con el eje "yanqui / sionista" (en aquel momento Yasser Arafat, con mucho mayor consenso popular que Abbas llegó a decir que "si firmo el acuerdo, soy hombre muerto”).
Dicho sea de paso, también la posición de algunos importantes actores políticos, como Arabia Saudita, ha cambiado diametralmente, como reacción defensiva a la creciente influencia que hoy tiene Irán en la región. Tal vez sea un tiempo propicio para que el sucesor de Pedro vuelv a a gravitar en la política mundial, como en los tiempos de Juan Pablo II y el fin de la Guerra Fría.