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Una reparación impostergable

Cristina viaja al Paraguay, dos años después de haber insinuado la suspensión del país hermano en el Mercosur. Una decisión para aplaudir.

30.06.2014 11:39 |  Giménez Manolo  | 

Se podrá decir que para ella era necesario producir un gesto de grandeza en medio de las miserias que afloraron, en los últimos días, dentro de su Gobierno. También que estaba urgida de alimentar a la castigada y confundida tropa propia con algo de marketing nac & pop. Ambas cosas –y muchas más– son altamente probables, pero la decisión de la presidente Cristina Fernández de reunirse en Asunción, este próximo martes, con su colega paraguayo, Horacio Cartes, para entregarle las pertenencias del mariscal Francisco Solano López, confiscadas durante la guerra de la Triple Alianza, es algo digno de celebrar por todos los argentinos.

Es mucho más que una gentileza. No sólo porque reactiva el vínculo entre los dos países, luego de la sobreactuación del gobierno argentino en el golpe parlamentario que destituyó a Fernando Lugo en 2012, sino que actualiza una vieja deuda. Una deuda que debe ser saldada cuanto antes por los países integrantes del Mercosur, ya que la infame ofensiva militar de Argentina y el Imperio del Brasil –acompañados por Uruguay, que había sido invadido con el apoyo de Buenos Aires– contra el Paraguay de Solano López, entre 1864 y 1870, selló definitivamente el destino de ese entrañable pueblo, hoy sumido en el atraso y la pobreza luego de ser, por aquellos años, el más próspero y desarrollado del continente.

Como bien definió Juan Bautista Alberdi, fue una guerra civil, pues el Paraguay formaba parte de la misma nación que los otros pueblos rioplatenses. Su autonomía de entonces, que rozaba el límite de la hostilidad, puede explicarse por la diferente evolución de sus fuerzas productivas respecto al imperio esclavista del Brasil o a la rústica oligarquía porteña. Precisamente, quienes gobernaron en nombre de esta última, primero con Bernardino Rivadavia y luego con Juan Manuel de Rosas, hicieron todo lo necesario para limitar la influencia modernizadora paraguaya. Se negaron a facilitar el acceso a los ríos interiores y a compartir la renta aduanera del puerto de Buenos Aires (no sólo con el Paraguay, dicho sea de paso, sino con el conjunto de las provincias interiores).

Al llegar Bartolomé Mitre a la presidencia argentina, el Paraguay se encaminaba a ser en pocas décadas más una potencia mundial, bajo la dirección del ejército, donde el Estado predominaba en las ramas fundamentales de la economía y era el propietario de casi toda la tierra –había estancias ganaderas estatales para el consumo interno de carnes–, siendo la clase terrateniente casi insignificante.

También en tierra guaraní se construyó el primer ferrocarril y se tendieron las primeras líneas telegráficas de América del Sur y se erigieron fábricas de armamentos e instrumental agrícola con fundición propia, astilleros navales, fábricas de papel, etc. Asimismo, por la ausencia de empréstitos, Solano López mantuvo su independencia frente a la diplomacia europea.

Pero la libre navegación era vital para este avanzado enclave capitalista: enclaustrado en el centro de la selva, el desarrollo económico paraguayo sólo podía proseguir su evolución con tales salidas comerciales por vía fluvial y en el amplio marco de una confederación, integrada junto al resto de los pueblos de la región.

No era este, precisamente, el plan de Gran Bretaña, que desde el comienzo del siglo XVIII manejaba a su antojo las decisiones de Portugal y, consecuentemente, de su principal posesión territorial, el Brasil (en los mapas del Imperio se incluía al Paraguay en el Estado de Matto Grosso). Por el contrario, para los diplomáticos ingleses la principal estrategia regional era impedir la unificación de las antiguas provincias españolas del Sur.

Al mismo tiempo, Paraguay era un hueso duro de roer para los súbditos de Su Majestad, pues mantenía cerradas las puertas del comercio, la industria y las finanzas a los intereses mercantiles de Manchester o de Liverpool –atiborrados de artículos de exportación– o a los consejos de la banca de Londres, insaciable en la colocación de empréstitos.

Alentados por el embajador inglés, entonces, el presidente Mitre, el emperador Don Pedro y el usurpador oriental Venancio Flores firmaron en 1864 el acuerdo conocido como la Triple Alianza, para iniciar la guerra fraticida. A pesar de su heroica resistencia de más de cinco años, López fue derrotado y triunfó la política separatista del capital europeo.

Inglaterra penetró inmediatamente en el Paraguay, aplastado con un empréstito de 200 mil libras esterlinas para 'reconstruir" el país que ellos mismos habían arruinado. Paraguay reconoció como deuda la suma de 1.438.000 libras esterlinas, aunque se convino "generosamente" una disminución del total adeudado a cambio de la entrega de 300 mil hectáreas de tierra. De este modo, se echaron las bases del latifundio y se convirtió en siervo al pequeño campesino, que constituía la tradición más original del país y el cimiento de su fuerza militar.

Complementariamente, se impuso la condición servil de los trabajadores en los yerbales, mediante un decreto que incluía, tal como lo recuerda el escritor anarquista español Rafael Barret, un artículo que imponía "al peón que abandone su trabajo" ser "conducido preso al establecimiento, si así lo pidiere el patrón, cargándosele en cuenta los gastos de remisión y demás que por tal estado origine".

Aún hoy, Paraguay no se ha repuesto de este desastre, ocasionado por las armas de sus hermanos latinoamericanos. Incluso el propio Brasil es hoy el usufructuario aventajado del principal recurso guaraní, la energía eléctrica que produce la represa binacional Itaipú, de acuerdo con un tratado –que regirá hasta 2023– donde el pueblo paraguayo sólo aprovecha el 5 por ciento de su parte. Sin demasiadas culpas, según parece.

Caracterizado desde la perspectiva de la historia, entonces, el episodio diplomático que protagonizará este martes la Presidente en Asunción, reviste fundamental importancia. Sobre todo por la situación de liderazgo que, sobre ambos países, ejerce nuestro poderoso vecino pentacampeón. Reconocer el vínculo y el compromiso entre las provincias escindidas de Argentina y el Paraguay, es una forma de ir definiendo un auténtico destino de Patria Grande. Sin tanto relato y con más actitudes como ésta.



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