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Los argentinos queremos goles

Cuando la sustitución del razonamiento por la emoción es un elemento esencial en el discurso de poder, el fútbol tiene mucho que aportar.

07.07.2014 09:18 |  Giménez Manolo  | 

Debilitado electoralmente y cercado por investigaciones judiciales, el Gobierno de Cristina busca ahora fortalecerse repitiendo lo que más sabe: provocar consensos compulsivos. A la transformación comunicacional de los avatares de gestión –o de ciertas críticas sectoriales– en imaginarias contiendas, presentadas como cruciales para el destino de la Patria (Resolución 125, Ley de Medios, etc.), le han sucedido operaciones mediáticas de último momento, bastante menos creativas y serias.

Parecía imposible, lo sé, pero los propagandistas oficiales han logrado superar su propia banalidad. Luego de victimizar al vicepresidente procesado, mostrándolo como una presa de los medios de difusión (al punto que Cristina llegó a mencionar el tratamiento difamatorio que le dieron a Perón en 1955), se ha puesto en marcha una campaña para identificar al kirchnerismo con los logros del seleccionado argentino en el Mundial de Fútbol.

No sólo ya están circulando algunas piezas publicitarias en base a este leit motiv, en medios audiovisuales y carteleras, sino que las redes abundan en apelaciones del tipo "¡Viva Perón!", "¡Viva la Patria!" y "Cristina Conducción", rubricando el supuesto mérito gubernamental en las victorias que acumula el equipo de Sabella.

La trama imaginaria es de lo más elemental y hasta pueril. Mediante un entramado de clichés, que amalgama las nociones de pueblo, nacionalidad y gobierno, se pretende sugerir la superioridad argentina, conseguida gracias a la herencia del peronismo que recoge Cristina y la lleva hasta la victoria siempre. Los goles de Messi demuestran que Dios (o el Eternauta) nos acompaña y que los críticos nunca saben nada. Son agoreros, gorilas y cipayos.

Hablemos un poco más seriamente. En torno al tema de la patria futbolera, es necesario destacar que los nacionalismos sostenidos emocionalmente, en base a competencias o confrontaciones, no sólo vulgarizan la idea de nación, que suponen enaltecer, sino que constituyen la antítesis absoluta del auténtico nacionalismo popular o democrático.

Este último desempeña un papel emancipador en los pueblos periféricos y su objetivo político es siempre obtener la igualdad entre las naciones. Adjudicarse cualquier tipo de superioridad sobre el resto del mundo –lo cual es legítimo e inocuo en el terreno deportivo– es propio de los nacionalismos expansivos de los países centrales (colonialismo, fascismo, nazismo, imperialismo, etc.) o de los integrismos religiosos.

Se trata, claro está, de un discurso y un método sumamente reaccionarios. Más aún cuando tal sentimiento de pertenencia nacional termina recalando en algún líder, vivo o muerto, que se presenta iconográficamente como la encarnación misma del pueblo y su destino manifiesto. De manera similar, aunque con menos personalismo, la Junta Militar se adjudicó el Mundial de Argentina.

Un asunto delicado, por cierto, aunque posiblemente el analfabetismo funcional de los creativos publicitarios del Ejecutivo, nunca les permitirá enterarse de la materia explosiva que tienen en sus manos.


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