
Revisando Palestina
14.07.2014 09:48 | Giménez Manolo |
Leyendo mensajes y viendo los flyers que replican muchos de mis contactos de Facebook en relación a los bombardeos en Gaza, me parece oportuno revisar la historia de un conflicto que, desde hace décadas, suscita en la Argentina –y en otros países– más lugares comunes y muletillas conceptuales que análisis esclarecedores. Es más, diría que se repiten palabra por palabra los equívocos y maniqueísmos que transité en mi juventud.
En aquellos años, los conocimientos sobre la formación histórico social de lo que llamábamos sin más "Palestina", eran absolutamente precarios y nadie en mi entorno –hoy puedo aseverarlo– estaba suficientemente al tanto del complejo entramado político que se desarrollaba dentro del conflicto militar. Aún no existía Internet y la información que llegaba era sumamente restringida y parcial. Sólo nos quedaba "interpretar" desde nuestras convicciones (y prejuicios).
Mi mayor motivación entonces fue la solidaridad emocional que me despertaban las fotos de los campamentos de refugiados o de las víctimas que producía cada incursión israelí. También era natural dejarse influir por la literatura de distintos grupos de izquierda –circulaba entre nosotros un libro de Roberto Ferrero, atiborrado de imprecisiones– y de las distintas variantes del peronismo "combativo".
Recuerdo que muchos se sentían atraídos por el estalinismo egipcio (lo cual explica muchas actitudes de la actualidad) pues relacionaban al General Nasser con el General Perón –creo que el primero en sugerirlo fue Rogelio García Lupo–, a pesar de que el propio caudillo argentino nunca quiso saber nada con el supuesto nacionalismo árabe (mucho menos con el integrismo islámico), salvo por alguna que otra frase táctica de guiño "tercermundista".
Se ocultaba, en cambio, que siendo Perón presidente de la Argentina envió el primer embajador recibido por el naciente Estado de Israel en 1948. Pero estos peronistas a los que me refiero, como se sabe, no compartían –ni comparten– demasiado el peronismo de Perón.
¿En busca del Estado palestino?
Siempre me extrañó que las distintas representaciones políticas y diplomáticas palestinas hayan eludido la creación de una estructura jurídico política propia, con reconocimiento internacional, cuando les fue ofrecida. Para los nacionalismos, especialmente en el mundo periférico, la conformación del propio Estado, soberano e independiente, es un objetivo central. Aún cuando hubiera que aceptar ciertas limitaciones. Sin embargo, los supuestos nacionalistas árabes lo rechazaron en dos ocasiones.
En dos instancias excepcionales, diría, ya que las comunidades afincadas en la región eran, por entonces, aliadas de Inglaterra. Habían combatido a sus órdenes contra el Imperio Otomano en la Gran Guerra, gracias a lo cual el Gobierno de Su Majestad pudo desplazar a los turcos y ejercer, desde 1922 hasta 1948, por mandato de la Sociedad de Naciones, el control de toda Palestina.
La primera oportunidad fue en 1937, en medio de las manifestaciones de protesta árabes por la creciente inmigración judía, cuando se avecinaba la II Guerra y el ejército inglés ya combatía a los grupos sionistas armados. Sería larguísimo explicar esto, pero no quiero dejar pasar que el más activo opositor a un Estado árabe autónomo fue –en ambos casos– el Gran Muftí de Jerusalén, Amin al-Husayni.
Si algo podía destacarse de este líder regional no era su lucidez política, precisamente, sino una relativa capacidad para organizar acciones guerrilleras. Talento que no demostró en su propia tierra sino en la región balcánica ocupada por los nazis, donde trabajó para las Waffen-SS, combatiendo a los partisanos serbios, y en la División de Montaña SS Handschar. Hitler lo incorporó a su grupo de colaboradores más confiables.
La otra ocasión se presentó en 1947, con la finalización del mandato británico y la partición del territorio aprobada por la ONU. En esta oportunidad, además de al-Husayni, aparecieron otros interesados en que los árabes de Palestina no tuvieran un Estado propio. Esencialmente, los países árabes ya formalmente constituidos, que sí habían aprovechado el trato con ingleses y franceses –cuando ambas potencias colonialistas dividieron el Asia Occidental después de la I Guerra, en el marco del acuerdo Sykes / Picot– para establecer sus respectivos territorios y estructuras estaduales.
Intereses no declarados
La partición de Palestina era completamente indeseable para los terratenientes que dominaban la escena en los países árabes. En principio, porque para ellos no existía ningún "pueblo palestino" (este leit motiv se les ocurrió mucho después) que necesitara un Estado propio. Por otro lado, la creación de Israel –con su ideario socializante y el bagaje de derechos sociales o laborales propios de la aborrecida modernidad– suponía un desafío a las condiciones semifeudales impuestas en la región. Estos piadosos señores, además, habían vendido a distintas organizaciones sionistas las tierras que ocupaban los kibbutzim –lo relata con lujo de detalles Abdel Kader, autor que recomiendo– y pretendían recuperarlas sin devolver un peso.
Otro factor fue la estrategia británica en Palestina, que buscaba mantener la situación de conflicto para justificar la continuidad del Mandato. Aquí es necesario recordar que con su tradicional perfidia, los ingleses habían prometido a los árabes las mismas tierras que a los judíos europeos en la Declaración Balfour de 1917. Pero el león ya no tenía dientes en la posguerra, su táctica no funcionó y la proclamación del Hogar Nacional Judío, ordenada por Ben Gurión en 1948, inició una larga sucesión de batallas que llega hasta nuestros días.
Como se sabe, años después, las sucesivas victorias le permitieron a Israel ampliar su territorio, siempre como resultado de acciones defensivas contra los múltiples y poderosos integrantes de la Liga Árabe. Episodios bélicos que convirtieron a la región en la zona caliente de la Guerra Fría, ya que tanto los Estados Unidos como la Unión Soviética jugaban sus fichas en ese tablero.
Otro dato a considerar es que, con el enfriamiento de la bipolaridad mundial, se hizo una nueva oferta en el 2000 para la creación de un Estado palestino –en condiciones realmente increíbles ofrecidas por Israel– que Yasser Arafat volvió a rechazar. Al parecer, era más cool seguir manteniendo la épica imagen guerrillera que hacerse cargo de una prosaica administración pública. Y más rentable, también: según la revista Forbes, en el 2003, la fortuna personal del mítico líder de la OLP superaba los 300 millones de dólares. Otras fuentes hablan de tres mil millones de dólares en cuentas en Londres, Zurich y Tel Aviv.
Extraña solidaridad
Quien haya indagado el problema palestino y seguido minuciosamente la información, coincidirá conmigo en que nunca los líderes políticos de la Liga Árabe dejaron de pensar en esas mujeres y hombres como otra cosa que la quinta columna o carne de cañón de su avanzada militar contra Israel. Tampoco los consideraron un pueblo con derecho de autonomía (de hecho hay gran cantidad de pueblos sojuzgados en estos países, que tampoco son tomados en cuenta), ni merecedores de una vida digna, ni le ofrecieron un hogar en su propio y vastísimo suelo (lo que sí le exigen, en cambio, al diminuto Israel).
Una sola vez ocurrió, tras la guerra de los Seis Días, en 1967, que la Organización para la Liberación de Palestina, creada unos años antes, se instaló con toda su gente en el vecino reino de Jordania. La experiencia concluyó tres años después, en el llamado "Setiembre Negro", con un enfrentamiento entre las tropas regulares jordanas y la OLP, que dejó centenares de muertos y la expulsión definitiva de los palestinos.
Hoy las cosas no son muy distintas. Hamás, que quedó a cargo de la Franja de Gaza luego de la retirada israelí en 2005, no sólo destruyó toda la infraestructura edilicia y sanitaria existente, que podría haber servido para una mejor calidad de vida de sus actuales habitantes, sino que dedicó todo su esfuerzo y recursos a cumplir con el mandato sirio e iraní de hostilizar a Israel. En momento alguno, en cambio, ha mostrado pruebas de buscar un plan de acción política que traiga paz, desarrollo o bienestar a la sufriente humanidad palestina.
Por el contrario, en estos días ha utilizado sin vacilar a la población civil como escudo humano de sus puestos estratégicos ante los bombardeos de Israel, que son la consecuencia de una irresponsable y absurda lluvia de cohetes arrojada por Hamás sobre las ciudades israelíes. Y si hay más víctimas en Gaza –como siempre– es porque el objetivo de los terroristas no es la seguridad ni la vida del pueblo palestino, sino cumplimentar la estrategia de Siria e Irán, herederos de los objetivos hegemónicos de la Liga Árabe de los 40.
En su Carta Fundacional, Hamás no menciona ni una sola vez la conformación de un Estado palestino (dicho sea de paso, el Estado moderno no está autorizado por el Corán; tampoco los derechos humanos, laborales o de género, que le son inherentes), aunque si se menciona varias veces la destrucción de Israel. ¿Qué supone que hará este último? ¿Desarmarse hasta que vayan por él? Si no fuera porque es evidente la subordinación de Hamás a un país extranjero, diría que este documento es de una torpeza política inadmisible.
Como contrapartida, Israel, con todo lo que pueda criticársele, demuestra que es un auténtico Estado nacional sostenido en la soberanía popular. Un Estado donde prevalece la unidad de objetivos entre la dirigencia, las fuerzas armadas y las distintas clases y sectores sociales, frente a una situación de agresión exterior. No hay allí "razones de orden superior" que legitimen el sacrificio de la población, ni la suspensión del orden republicano o las nociones fundamentales del Derecho.
En este momento, seguramente, como hace décadas, las frases de Galeano y de Chomsky o las fotos escalofriantes estarán movilizando algunos buenos sentimientos y muchas confusiones. A contrapelo de ellas y de las probables marchas agraviantes a nuestro compatriotas judíos, permítanme sugerir una línea de mensaje donde prevalezca el deseo de una auténtica opción del nacionalismo democrático en todos los países de la doliente Palestina.
Porque sólo por esta vía, la del Estado moderno, las escuelas, los hospitales, las autopistas y el Producto Bruto remplazarán, en algún tiempo, la exhibición de cadáveres en las tácticas oficiales de comunicación y propaganda.
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