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Poemas de Susana Cabuchi (Córdoba)

 
Poemas de Susana Cabuchi (Córdoba)

23.07.2014 08:12 |  de ... Poemas  | 

 EL DULCE PAÍS

Entonces, tus ojos eran caramelos de miel

y hablabas

de las bicicletas que regalaba el Niño Dios

a los que no podíamos comprarlas.

El río se callaba para que tú contaras figuritas.

Yo era alegre,

y eran alegres los nísperos del patio.

Y tú eras otro,

no el hombre de hoy

lejano como todos.

Cada domingo era una sorpresa de ciruelas,

de plaza con hamacas.

Tu padre cantaba en el taller

mientras tu madre

lavaba mamelucos de amor y aceite.

El mío no había partido todavía

y llegaba al hogar con dulces y regalos.

Yo oía con asombro tus mentiras

y creía en gigantes voladores

y en ángeles guardianes

que cuidaban tu ropa y mis zapatos.

Por cada diente el ratón nos compraba mandarinas.

La abuela, abría el gran ropero

y sacaba

turrones envueltos en papeles crocantes.

Si vuelves, como entonces,

con sombrero de piel y las manos con barro

verás, que guardo aún

el corazón de las manzanas.

 

CITA

I

Has regresado

a las veredas del carnaval,

como antes, cuando

éramos alegres.

Recuerdas, confusamente,

a Prèvert:

A mi casa que no es mi casa

vendrás. Pienso en otra cosa

pero no pienso sino en eso y

cuando hayas entrado te quedarás

inmóvil frente a los rojos pimientos

colgados del muro blanco.

Justifico,

la vida es breve.

Advierto,

ha sido

demasiada la ausencia.

¿Pero qué hice sino esperarte?

 

II

Pensábamos que era tarde.

Que los fuertes resplandores del deseo

habían sucedido en las calles del río,

entre la hierba,

o frente a los trenes

que pasaban, ajenos,

o en las eternas noches

dedicadas a medir

la respiración

y la duración de los besos.

Nada hemos perdido.

Para este encuentro

sumamos

países y tristezas,

los rostros de los que hemos amado,

los libros que leímos,

la belleza del mundo.

Serenos como antiguos amantes,

sorprendidos como Eva o Adán,

afirmados en el temblor

y en el instinto,

entregados

a una victoria más:

la gravitación del fuego,

la claridad de su mandato.

 

II

No ignoramos

las equívocas sensualidades

nacidas de las aguas venecianas,

ni la desmesura de Brasil,

su estridencia selvática,

ni los temores del Origen,

ni las orgías que ocultaban las máscaras.


Sabemos

que el rey

o el dios

o el hombre

esperará hasta el martes

para morir

y observa, mudo,

la tenacidad del desfile.

 

Su palabra despierta,

su desafiante humor,

le han deparado

doble pena:

la expulsión del Olimpo

y el fuego sobre nuestro planeta.

 

¿Quién podría reír en estas vísperas?

 

LOS ÚLTIMOS PÁJAROS

Eras bueno,

ajeno a los temores nuestros.

Amabas

aquellas colinas de mi pueblo

y a veces

te detenías a mirarlas

y nombrabas

palomas y mensajes

con los brazos abiertos.

Mi corazón era un paisaje quieto,

tu corazón de entonces.

 

En esta tarde nueva,

bajo este lento cielo

guardo tu nombre.

Para que el viento del invierno

no lo lleve

con los últimos pájaros.


DICHA

Mediodía de octubre:

con dos ciruelos blancos

y un cerco de geranios

la casa

del guardabarreras

es el paraíso.

 

SECRETO

Despertó la mañana

con un pájaro muerto.

Bajo la tierra,

donde están los rosales,

lo han guardado los niños

y cantaban.

Más tarde

María barrerá el patio.

Y no sabrá.

 

MOMENTO

No he olvidado

el olor

de los comedores baratos

ni aquella mujer pálida

dormida sobre su cartera.

Sin embargo

parece

como si todo

estuviera bien

ahora,

porque una sola rosa

da perfume a la pieza

y están

las manos del amado

sobre mis rodillas.

 

PASOS

He bebido las aguas

del Shu – Am

como si no estuvieran

contaminadas.

A orillas

del río silencioso

crecen flores amargas

sobre las que he descansado,

leyendo.

Y no he pecado

sino

lo necesario.

 

LA CASA

Ahora

que has partido

y abandoné

la casa,

los jóvenes enamorados

escriben

sobre el muro

mensajes de amor.

 

VINCENT VAN GOGH

Aquí estoy

en esta soledad luminosa,

plena, habitada

de fuegos y ventanas.

La casa

arde de girasoles

como un infierno congelado

entre aceites

y vientos amarillos.

Sordo de tanto silencio

y dispuesto

a entreabrir

cada lirio celestial,

cada cristal de paja,

cada gota de acero,

cada ojo de sangre,

cada vidrio de miedo.

Así te escribo.

Sobre las torres de la desesperación,

a orillas del Ródano,

entre la mezcla brumosa de los óleos,

a la hora del ángelus,

a pleno mediodía,

sobre el caballo áspero

de la pena,

con la piedra roja

de la desgracia,

con la arena negra de la locura,

con las sílabas celestes del amor,

con la sorpresa blanca de la tela

vacía,

con el cuervo del hambre

sobrevolando mi cama,

con la mordedura hirviente

del deseo,

entre el humo agrio de la luz,

en el paraíso húmedo

de los manteles,

en los bares nocturnos,

así,

hermano mío,

hermanito menor,

casi mi padre.

 

VENTANA

La madre,

que agoniza,

pide una casa nueva

con ventanas

para mirar la calle.

Enferma - dice -

no podré caminar

y quiero ver la gente

cuando pase.

La escucho silenciosa.

No olvido

que era joven y bella

y deseaba morir.

 

CIELO

Sobre las montañas nevadas,

como una flecha oscura,

van los patos salvajes.

Cruzan.

Como tu sombra

sobre mi corazón.

 

AIRES

Ha llegado el olvido.

Lo recibo en silencio,

agradecida.

Pero me curvo

como una hoja seca,

porque el vacío

pesa.

 

VIERNES

I

A fines del verano

crece marzo.

Los empleados municipales

construyen a Momo

de paja seca

enlazada con mimbres

y lo tensan en cruz.

Sobre una rueda

girará para su muerte

en la estación de trenes.

¿Qué hará Momo por nosotros,

qué obtendremos al castigarlo?

No otorgará salud.

No prometerá el agua.

No cubrirá nuestros campos

de trigo.

Pero lo han decidido

hace mucho.

Y asistimos.

 

III

Por las calles

que rodean la plaza,

compartimos

– y ninguno lo dice –

la fiesta

más triste de la tierra.

 

MONO

Deslucido y marchito

ejemplar

de una etapa

que no definió Darwin,

usa un traje heredado

por abuelos y nietos.

Dónde la selva,

los caudalosos ríos abismales,

los altos árboles

entregados al zumbido del mundo

para este remedo taciturno,

humillado

por el áspero trabajo

de la herrería

en la que forja

todas

las prisiones.

 

VIKINGO

Fibras de lino,

lana de ovejas,

pieles de esquivos animales

lo cubrieron del miedo y de la nieve.

Leyó en certeras runas

la predicción de la espada o el hechizo,

la complejidad y la delicia del poema.

Talló en los elevados extremos de los barcos

-espirales de roble-

dragones y serpientes

para ahuyentar el mal.

Cruzó extensiones de pájaros marinos,

ocultos territorios y profusos hielos.

Por las noches, junto al fuego,

escuchó a narradores y viajeros

nombrar el fresno de Yggdrasil,

la bandera de Sigurd, que entendía el lenguaje de las aves,

los navíos que accedían al país de los muertos,

las armas forjadas en las entrañas de la tierra,

los magos que dominaban enigmas y tormentas.

Desafió las corrientes de la primavera

para regresar antes que el invierno congelara los ríos.

Pero artesano, mercader, granjero,

rey, guerrero o esclavo,

nuestro Vikingo

no ingresará a las sagas

que recuerden el combate con las grandes aguas,

la hermandad de los vientos.

Ha sido expulsado

de las violentas naves

y condenado a repetir su tragedia

-ropa de hilado azul,

calzado de cuero reseco,

casco de hierro-

cada año

alrededor de la plaza.

 

¿Atenderá

el misterioso Odín

-dios de la Poesía y de la Guerra-

esta obediencia,

y las derrotas,

y los saqueos del dolor?

 

VISITA AL PURGATORIO

El cartel anuncia

“El Paraíso”.

Aquí están

la directora del colegio,

la fundadora del Teatro Vocacional,

el carnicero,

el prestamista, el notario.

– Si madre,

traigo galletas,

sacaremos una mesa,

jugaremos a la confitería,

tomaremos el té.

Las pequeñas carrozas

– trípodes, andadores,

sillas de ruedas –

giran.

Aferrados al pasamanos

los caminantes

repiten la peregrinación,

como antes en la plaza,

ahora a orillas de la ciudad,

a orillas de la vida,

con las máscaras de la vejez,

y con pesados trajes, marchitos.

– Si madre,

soy la tía Emma

y también soy Susana.

Entre sombras

la comparsa emite

entrecortados llantos, gemidos secos.

– No madre, sus padres

no la olvidan,

están muy ocupados.

Cuando puedan

vendrán

con un ramo de rosas.

 

ÁLBUM FAMILIAR

Los padres

fueron una vez

a Mendoza.

Me dejaron

una foto con nieve

a orillas del camino

con un gran auto negro

y con amigos.

Me dejaron

una foto con nieve

y este frío.

 

VISITA

Un viajero

ha llegado a la casa.

Salimos todos

a abrazarlo

porque trae noticias del hermano.

Habla de campos secos,

del hambre en las ciudades,

muestra fotografías.

Después del almuerzo

le servimos

la fruta más dulce del ciruelo.

Y la ha comido,

pero sin alegría.

 

EN ESTE PATIO

En este patio

han jugado los niños.

Eran un coro alegre

que rompía la siesta.

La madre

alguna noche

contaba cuentos bajo la luna,

mientras su delantal

se ahuecaba entre las piernas

por el verdoso peso de las arvejas.

El verano

maduraba en las uvas su jugo dulce.

A veces

las vecinas venían

contando alguna muerte,

y parecía mentira

la muerte,

bajo aquellos parrales.

Cómo entender la pena

ahora,

con estos mismos gatos

cruzando los tejados

ya sin nada de infancia

en este patio.

 

PAYASOS

Transitan

gesticulando aparatosamente,

exagerado el carmín de sus bocas,

las gruesas figuras

con prendas desiguales

a rayas, a lunares, a jirones,

como saludando

a la Patrona de los Bufos.

Bajo la gran sonrisa de pintura

—artificio

que solo ellos develan—

la tristeza de todos los payasos.

Saltan,

reverencian las máscaras,

sueltan globos

que recibe la Noche:

tu madre, Momo.

 

ClEGO

Imposible explicarlo,

me dice.

Sabores y texturas

habitan la fiesta.

Nadie advierte

el perfume de las calles resecas,

el olor áspero de la tierra.

Hay un temblor de pájaros

entre las palmeras,

un rumor de alas

golpeando sobre las anchas hojas.

Zumban los insectos

en cada esquina,

alrededor de los focos de luz.

El paso de mis vecinos

—los vigorosos, los débiles—

produce un diferente

movimiento del aire,

un ritmo único.

Es carnaval —insiste—

y me saludan todos.

Saben que mis quemados ojos

se entienden mejor

con la fatiga del dios.

 

LA CARTA

Ha llegado la carta.

Está sobre la mesa,

al lado de las flores.

La miro

largamente.

Conozco la letra.

Pero la leeré

a la medianoche,

cuando los trenes

que pasan hacia el norte

hagan temblar

los vidrios de la casa.

 

OFICIO

Hay horas bienaventuradas:

festejo

las figuras del polvo a contraluz,

el sabor de la lluvia.

Pero hay días oscuros

que aguardan entretanto

con nombres y con fechas.

Entonces

guardo mis muertos

en cajitas de fósforos,

de zapatos, de arroz.

Mis muertos

y mis muertes.

 

12 DE JUNIO

Esa mano que muere

no está sola.

El anillo dorado

la devuelve

a una danza de bodas

y a sus giros.

A una siesta

de parrales ardientes.

A los vinos

guardados

para las grandes fechas.

Está

el metal redondo

sosteniendo

que todo fue verdad.

El anillo de bodas

de mi padre,

en la mano, en la vida

de mi padre.

En el día de la muerte

de mi padre.

 

AMANTES DEL LUNES

I

Hoy vendrán.

por años han viajado

los primeros lunes

de cada mes

para encontrarse aquí ,en esta

extraña población,

a mitad de camino

entre sus dos países.

Dice el dueño del Fénix

que son poetas.

Dice que midieron kilómetros

hasta señalar

este caserío que hierve y duerme

en el centro del mundo.

Antes permanecían en el cuarto.

Ahora

cenan en el Panamericano

y caminan con nosotros

cada lunes y martes de carnaval.

 

II

Con qué metáforas

invocarán lo inexplicable

cuando sean,

otra vez, sin el otro?

Cómo lo escribirán?

Porque un cuarto de hotel

repite la eternidad

y el universo se concentra.

Nacer, morir.

Resucitar.

Profesar sed, hambre, saciedad.

Colmarse para ahondar

la sed y el hambre.

Animales

purísimos,

violentamente alegres

en el descubrimiento

de los cuerpos,

en los rumores de la saliva,

en el sabor de las celebraciones,

desnudos, terrestres, verdaderos.

Qué palabras

dirán

los vanos adjetivos del sueño,

los círculos del humo

sobre las lámparas.

Y cómo definirán, después,

la ausencia,

la extrañeza

de ciudades de sal,

cuando agonicen.

Susana Cabuchi nació en Jesús María, Córdoba (Argentina), en 1948. Es poeta. Publicó: El Corazón de las Manzanas” (1978), Patio Solo (1986), Álbum Familiar (2000), El Dulce País y otros poemas (2004), Detrás de las Máscaras (2008).

Fue incluida en numerosas antologías, ensayos. Obtuvo distinciones nacionales e internacionales. Ha sido panelista y conferencista en Congresos, Encuentros, y Jornadas en Argentina y en el exterior. Es colaboradora en revistas especializadas y coordina talleres de escritura .Activa difusora de la Literatura Argentina.

Sus obras han sido traducidas al francés, italiano, portugués y árabe.

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