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La seducción de las pesadillas

 Por una situación incierta, cinco personajes quedan expuestos a la mutua desconfianza. Serán así unos la pesadilla del otro, y tal vez hasta se nieguen a despertar. 
 La seducción de las pesadillas

29.03.2013 11:00 |  Bordegaray Lucho  | 

Un hombre asomado a un precipicio. No lo vemos en el escenario, pero aparece ahí, en la verdad que le imprime el actor a esa imagen que existe cuando él dice “Un hombre asomado a un precipicio”. Le sigue un abismal silencio. Quizás el silencio que acompaña el miedo, la duda o la caída. 
Si bien el significado de esa imagen vale para cualquier persona o cualquier grupo que se halle ante cualquier decisión, se torna más poderosa cuando se refiere a decisiones cruciales, en las que la imposibilidad de la vuelta atrás determinan un cambio en la vida propia y muy probablemente en vidas ajenas. Y aunque Ruidos que atraviesan las almohadas no brinda referencias explicitas que condicionen su lectura, es innegable que su autor, Ramiro Guggiari, se ha valido de palabras y situaciones que nos llevan necesariamente a los años 90. De todos modos, no perdamos esa imagen inicial: un hombre asomado a un precipicio.
La obra nos muestra a mamá, papá e hija preparándose para ir a una reunión familiar; para los adultos, prepararse significa invisibilizar todo indicio de inferioridad económica. Se les suma el flamante novio de la hija y, cuando salen hacia la calle para encontrarse con el primo que viene a buscarlos, en el pasillo de otro piso se topan con un cuerpo al que todos se refieren como un muerto. Los cinco se atrincheran en el departamento y desesperadamente intentan pergeñar un plan para continuar su vida (en lo inmediato, ir a la fiesta) sin ninguna consecuencia. Su máxima preocupación no es el sujeto muerto o quizás agonizante, sino que su posible asesino pudiera permanecer ahí y atacarlos. 
En la crisis que se autoinfligen –pues nada hay cierto acerca de lo que afuera pasa o pasó–, ese reducido grupo funciona como poderoso caldo de cultivo de miedos, desconfianzas, prejuicios, mutuas acusaciones, excusas, mentiras. Y si bien todos desean lo mismo, no hay un objetivo común, sino sólo la acumulación de sus deseos de salvarse cada cual por sí mismo, esa ulterior pesadilla que se nos presenta con gran seducción. 
Ahí están los cinco, asomados a sus respectivos precipicios. Sin embargo, incluso contra sus ambiciones de salvación individual, conforman una unidad, un grupo, un nuevo sujeto que también está asomado a un precipicio. Dicho de otro modo, en una sociedad que llega al borde de un abismo, cada uno de sus miembros está a su vez asomado a un abismo individual, y lo que cada uno decida incidirá en que la sociedad caiga o no. Se da así un juego que, ejemplificado en nuestra historia, aparece con claridad: mientras la Argentina de los 90 saltaba al precipicio y respiraba el poderoso aire de la caída (que no es vuelo pero lo emula), cada argentino y cada argentina tenía por resolver su propio precipicio, algunos el de la corrupción, otros el de la deslealtad, estas el de la disolución de la ética, aquel el de resolver su propia hambre. 
Siempre hay ruidos que atraviesan las almohadas de nuestros sueños. Siempre hay gritos que nos despiertan cuando otro está en peligro o nos ve en peligro a nosotros mismos. Sin embargo, en tanto sociedad o como individuos, muchas veces preferimos seguir durmiendo. Incluso cuando el sueño éramos nosotros mismos convertidos en pesadilla.
Lucho Bordegaray
 
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Ruidos que atraviesan las almohadas las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra27015-ruidos-que-atraviesan-las-almohadas
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