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El pasado presente

 En el Teatro Payró, con sus seis décadas de lucha y compromiso, se presenta Hijos del monte, una invitación a repensar los más trágicos años de nuestra historia y sus consecuencias. 
 
 El pasado presente

17.05.2013 08:28 |  Bordegaray Lucho  | 

Hay personas que insisten en que hay que enterrar el pasado porque, claro está, no quieren verlo, y ellas sabrán el por qué de su negativa. Otras, por el contrario, lo desentierran, lo sacan de las sombras, lo meditan, lo relatan y buscan entenderse en ese contexto. Indefectiblemente, es de estas últimas de quienes siempre podemos aprender algo. 
Esto también pasa en las artes, particularmente en las escénicas, pese a que hay artistas que insisten en que carecen de toda obligación de decirle algo a la sociedad a la que pertenecen, sin darse cuenta los muy desorientados de que decirle algo al público no es una obligación, sino una necesidad para quien hace teatro. Si no está eso, sin ese deseo, el teatro se devalúa hasta convertirse en un mero espectáculo escénico (que es lícito y hasta puede ser valioso, pero es otra cosa).
De ahí mi respeto incondicional por quienes aceptan el desafío de pararse como artistas en un lugar –más allá de que yo lo comparta o no–, porque no están buscando complacer para venderles entradas a todos los públicos posibles. No: dicen lo que piensan, sin especular sobre su conveniencia. Y, al decirlo, necesariamente nos despiertan preguntas.
En esa línea se inscribe Hijos del monte, obra que nos cuenta los pasos de Norma y Pedro, una pareja (de existencia real, lo que para el espectador es un dato menor) que, entre 1974 y 1978, sobrevivió ocultándose en montes y cañaverales, obtuvo abrigo y alimento de la naturaleza y de la solidaridad de algunos pocos y parió y crió dos hijos. Pero lejos de simplificar las cosas y ofrecer un típico recorte reaccionario sobre dos irresponsables o babearse en una épica para progres con nostalgias de lo que no fueron, esta pieza teatral propone seres idealistas, frágiles, pertinaces, necios, bondadosos, en fin, terrible y felizmente contradictorios. 
El relato se abre con y tiene su justificación en la presencia de sus hijos, América y Manuel, en la fiesta de Navidad de 2001. Al igual que nuestra sociedad (y al igual que nuestros artistas), estos jóvenes se plantan de modos distintos frente al pasado, frente a su pasado, pero ambos exponen –ella desde la aceptación, él desde la negación– que ese pasado sigue vivo, sigue provocando consecuencias, sigue determinando sus respectivos posicionamientos, incluso de quien lo niega. 
Hay dos elecciones de puesta que quiero destacar por su valor simbólico. La primera es que la ausencia de escenografía que contenga las escenas que suceden en 2001, más que indicar una diferenciación con los espacios donde ocurre la acción de los años 70, parece exponer que nos encontramos en un no lugar, por no decir en la nada misma. La segunda, que las actrices y los actores están casi siempre en el escenario, lo que viene a recordar que incluso cuando no accionamos directamente, todos somos protagonistas de nuestro tiempo. 
No hay intención de llevarnos a una conclusión. No hay una moraleja aleccionadora. Pero sí una invitación a interrogarnos, a replantearnos lo que ya sabemos, a enfrentarnos con lo que todavía somos. Y así podríamos agregarnos un desafío: imaginar lo que no se nos dice acerca del hoy de América y de Manuel. 
Lucho Bordegaray
 
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Hijos del monte las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra27666-hijos-del-monte
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