En los días ostentosos y excluyentes que fueron historiados como festejos de todo el país ocurre Al servicio de la comunidad, la última pieza de la Trilogía Amateur Argentina, cuyas dos anteriores –La patria fría y Después del aire– estuvieron ya presentes en esta sección.
Corre el año 1910. Y es el mes de la patria. Y son los días de los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Las imágenes que nos han llegado (y no digo las que hay, sino la que nos han llegado) de aquellas jornadas muestran galeras, bastones, monóculos, grandes sombreros, pieles, guantes, lamparitas eléctricas, alfombras y banderas. Pero el pueblo no aparece en esos registros más que mirando y admirando la fiesta ajena. ¿Dónde, entonces, podremos encontrar a la patria una de esos tiempos?
El lugar propuesto por Andrés Binetti y Mariano Saba, autores de Al servicio de la comunidad, es un prostíbulo. Que no está nada mal, ya que ahí llegan ricos y pobres, explotadores y sometidos, integrados y marginales y bohemios, todos bien recibidos por esas mujeres reducidas a objetos de satisfacción, algo que con sus más y sus menos caracterizaba a la inmensa mayoría de las mujeres de aquel tiempo. (En esa casa también hay un invertido que, seguramente, encontró el mejor lugar para no ser despreciado.)
Ahí mismo, en ese ámbito que ofrece tantas libertades como condiciones poco propicias, dos mendigos están embarcados en la extraña empresa de hacer teatro, nada menos que una versión criolla de Hamlet. Aunque no lo sepan (y aunque no lo logren), están pretendiendo fundar el teatro independiente argentino. Pero bien vale el intento de crear cultura, que mientras el país se vuelca a una liturgia laica y aristocrática que es mera autocomplacencia y ostentación de clase, hay mucho por decir desde esta nueva y gloriosa nación. Y que no es sólo crear una obra de arte, sino también invertir la lógica relacional entre la Argentina y el mundo, pues en este caso están tomando una materia prima extranjera (el clásico shakespereano) y proponiéndola reelaborada.
Pero previo a toda cualidad que pudiera tener la propuesta de los mendigos, hay un inconveniente: que ellos hagan teatro no es funcional a las necesidades de las clases altas que los requieren en las calles haciendo lo suyo, porque la mantención del status quo incluye la permanencia de la miseria.
Que en esta ficción se postule un surgimiento del teatro independiente ajeno a los planes gubernamentales y abiertamente en contra del interés de los sectores dominantes parece ser una lectura que hacen los dramaturgos de esta obra sobre aconteceres cotidianos de nuestros tiempos, los del Segundo Centenario, tiempos en los que el rol de los Estados (nacional, provincial, municipal) se muestra contradictorio en el mejor de los casos y nocivo en el peor, tiempos en los que las nuevas altas burguesías se valen de asistir al más vulgar y chato teatro comercial como pago de la cuota de pertenencia al gueto de la gente culta pero se niegan a reconocer el teatro que acontece en las márgenes. Dos asuntos que merecerían largo debate a la hora de pergeñar políticas culturales. Si es que hubiera gente interesada en pergeñarlas, por supuesto.
Imposible perderse este último capítulo de tan saludable trilogía. Y llevarse, al fin, el triple de preguntas acerca de las relaciones nunca precisas entre arte, artistas, público, pueblo, política y Estado.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Al servicio de la comunidad las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra27440-al-servicio-de-la-comunidad