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Poemas de Claudia Masin (Chaco)
06.02.2019 22:18 |
Noticias DiaxDia |
COMO UNA HELADA
Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,
su necesidad de caer, había esperado
-formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aun el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.
EL HILO
Esta mañana corrí como si ellos
vinieran detrás y ellos sonrieron
desde adentro. Mala soy
mala como la nena que cayó
desde un décimo piso por mirarse
demasiado en los espejos.
No era vanidad, no,
era terror apenas.
Desciendo de tu cuerpo
con mi oficio de boa no sé
qué hacer primero:
si tatuar una figura
que te muestre muriendo
allí en tu propio pecho, o desollar
despacio las piernas sonriendo,
o tal vez quemarte los pómulos y ensayar el gesto
de mamita en vigilia pero
quién te toca como lo hace
la única que te ama quién
sino la misma que te arrastra
y se va –asesina- con un rumor
de guerra, de arena, de alegría.
EL NIDO
La sonrisa radiactiva del padre
esparciendo su haz de luz mortífera,
parece decir: estoy aquí
para trazar la línea,
arbitrario y generoso como Zeus.
De este lado, los pollitos
sanos y hermosos, mis hijos.
Del otro, los cadáveres, sus plumas
revoloteando en el aire
creado por mi aliento.
Otorgo el alimento y el veneno
por partes iguales.
Ordeno la fila, corto los vértices
que sobresalen, satisfecho
por la magnitud de la desgracia que puedo
hacer brotar de las piedras
como agua.
LA RAZA
Un ciervo cae en el pecho de la víctima.
Trepidar de un corazón
muy débil bajo la ropa húmeda.
-¿Quién fuí antes de caer en el pecho
de esta mujer?- pregunta el ciervo
y no recuerda.
-¿Quién fuí antes de ser ciervo?
pregunta la mujer,
y una mandíbula de loba
se dibuja en su cerebro
decorado con balas y otras
guirnaldas de la agonía.
GEOLOGÍA
Toda nuestra infancia debe ser imaginada de nuevo.
Gastón Bachelard.
De pequeña
probablemente pensara que la geología
era la ciencia que enseñaba a vivir en la tierra.
Geo, tierra, Logía, ciencia. Era razonable,
y desde entonces Yo voy a ser geóloga
cuando sea grande, informaba,
como quien dice voy a averiguar sola
lo que nadie me sabe contar,
voy a clasificar todos los géneros
de dolor que conozco como si fueran piedras.
-Tal vez en los manuales -me decía-
entre fallas y estalactitas aparezca en una foto
yo con mi disfraz de explorador
y en una nota al pie, esta descripción:
nena de piedra hallada en una cueva
muy al norte, casi escondida,
el cuerpo cubierto de palabras talladas,
por el tiempo transcurrido, incomprensibles.
POLIGRAFÍA
Escribías con una piedrita en la tierra tu nombre, palabras
al azar: arena, río, spider man. Como si creyeras que una historia
se escribe por la suma, la discreta acumulación de partículas.
O como si dibujar una casa bastara para poder habitarla. Pero
¿quién vive una vida real en una casa dibujada?
Hay un ligero, sutil desasosiego en las largas horas de la siesta,
que hace que todos prefieran dormir. Aún así, resistías despierta.
Es extraño pensar en una vigilia en pleno día, cuando nada
escapa a la visión y cada sonido resuena
amplificado en el silencio.
Los climas violentos crean una sensación de inminencia,
la ilusión de que nada va a quedar igual después del vendaval
o del calor intenso: una fiesta que se celebra
por un acontecimiento imaginario. Y es la imaginación,
y no los hechos, quien te deja asombrada una y otra vez
frente a cosas idénticas.
En esa hora en que son intensas niñez y desdicha,
como agujas en preciosa sincronía, ¿cuál
sería el objeto de tu espera? ¿Un naufragio, un estallido,
acaso el descubrimiento de la tristeza,
esa grieta que modifica tu mundo para siempre?
No es otra cosa que ese momento
lo que dirían las palabras, si alguna palabra
dijera alguna vez algo cierto.
CRÍA CUERVOS
Los niños, como los gatos, podemos ver en la oscuridad.
Vigías que saben que no pueden deslumbrarse
con su propio sueño, pasamos las horas
tejiendo una tela finísima alrededor
de nuestro miedo. Después, muchos años después,
solías decirme, llega el olvido y podemos dormir
sin sobresaltos. Yo aún no he olvidado.
Cada noche, nos intercambiamos historias
como joyas. Esta te queda bonita,
esta le sienta bien a tu piel, a tus ojos:
Había una niña que era tan pequeña
que cabía en la palma de una mano.
Si yo fuera esa niña —pienso— elegiría
vivir en tu mano. Podrías cerrarla
y dejarme sin nada, pero toda buena historia
necesita una tragedia, un vuelco inesperado
en la trama. No quiero que llegue el fin
de tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay
del otro lado. La vida es una imagen
que va desdibujándose, perdiendo los contornos
día a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para conservar la vista.
LA VENGANZA
Hay quienes se dedican a romper y hay quienes reparan,
me decías. A veces las cosas son así de simples. En el medio,
todos los matices, incluso uno
que desconcierta: quien sólo conoce el daño,
alguna vez, aunque sea por error, repara. Y viceversa.
Me hablaste de un médico, en un lugar
remoto del África, al que llaman el arregla-mujeres: su tarea
es remendar a las mujeres violadas. Reconstruye los tejidos,
une, cose, con una extraña y femenina
paciencia, los cuerpos deshechos.
La mayoría de las mujeres es llevada a él varias veces
en sus vidas, algunas vuelven
llevando a sus hijas. Son un trofeo de guerra y mutilarlas
es parte del privilegio
del guerrero, la demostración de fuerza del vencedor
hacia el vencido. ¿Cómo detener la rueda
que lleva del dolor hacia el dolor, la misma
que conocemos desde que sentimos la primera
punzada de injusticia, la que nos hace desear la mutilación
y la muerte de quien mata y mutila? ¿Cómo se hace
para ser quien cura lo que la propia peste y la ajena
contaminan? ¿Cómo esquivar el ramalazo
de odio que, como un viento que se levanta de repente,
nos convierte en lo mismo
que combatimos? Yo no sé la respuesta y hay preguntas
que producen en el pecho un estallido: dejan un cráter,
un extenso territorio vacío donde puede crecer
un tallo pequeñísimo después de muchos días
o puede no crecer nada, nunca, más que el brote
de una violencia infinita, que no va a detenerse
en su objeto, que va a irradiar hasta que lastime
incluso a quien ya ha sido víctima
de una violencia parecida. Habría que empezar de nuevo,
aprender a tocar las cosas, las personas
como aprendimos de niños. Pero en lugar del gesto
de apropiación, de la creciente codicia,
¿podría haber un modo, un modo que no existe todavía,
de tocarnos sin provocar una herida que va a llevar mucho tiempo
sanar, la vida entera, sin garantías de que esa restitución
sea posible? Que sea posible sin embargo, pido,
apenas eso: no causar más dolor que el que ya existe,
ante todo no dañar, como decían
los primeros médicos de la tribu.
ELLA
Las bendiciones y maldiciones recibidas en la infancia
no sólo fueron físicas. No sólo fueron las huellas
del calor, el golpe, la caricia, el frío tremendo para el que no existe
abrigo suficiente, del contacto de la mano
que detiene el miedo. Hubo también palabras,
cayendo como una lluvia de meteoritos sobre un planeta aislado
e indefenso, un aluvión incontrolable que a su paso
va dejando cráteres en la tierra virgen. Me hablaste
y ese mundo perdido volvió
de la misma manera en que vuelve un sueño
cuando despertamos: fragmentario, impreciso
y sin embargo cierto, tan real como el día
que estamos viviendo. Escuché tu voz, desprendida
de toda materia, un eco
que una vez que se ha soltado ya no tiene
nada que ver con la boca que emitió los sonidos.
Me hablaste y escuché
la detonación de un estallido sucedido hace mucho y muy lejos,
del que no me quedaba más que el temblor
en el cuerpo. Los sobrevivientes se llaman entre ellos.
En la noche, cuando ya ha sido exterminado todo
lo que conocían, con extremo cuidado inventan códigos,
sonidos que sólo pueden ser reconocidos por alguien que también
está perdido y teme. Yo reconocería
tu voz entre todas, su cadencia, la leve
vacilación, el tartamudeo antes de decir
ciertas palabras, como si el lenguaje mismo hubiera
quedado herido en vos cuando te hirieron, y cada frase
fuera un intento –fallido pero hermoso- de enmendar
lo roto, de envolverlo en un halo que lo proteja
y te proteja. Yo puedo olvidar incluso
que tengo un cuerpo cuando me estás hablando:
las partículas que soy se mezclan con lo que estás diciendo
y ya no soy más que el deseo
de las palabras que me das, como quien frente a un altar lujoso
hace una ofrenda demasiado humilde,
a todas luces inapropiada y sin embargo acierta, alcanza a tocar
el cuerpo que adora y está lejos. Nunca quise a nadie
como te quiero, dónde estás, quiero entrar, acá
llueve. No quiero que venga el silencio, el amor
es una conversación tan tenue, siempre
a punto de apagarse, un diálogo que sólo escuchan
los que están dentro de él, como sólo los peces
de las profundidades escuchan el sonido
adormecedor de las mareas que cruzan sobre ellos.
Y qué pasaría si no estuviera tu voz que me arranca
de lo informe y me da un cuerpo, qué pasaría
si no hubiera vida en la tierra, si la belleza y la violencia
y la extrema intensidad de todo lo que existe
no tuvieran nadie que las admire, se aterre, se conmueva.
No pasaría nada. Si te callaras se abriría el hueco
que hubo antes de que haya dolor y haya consuelo, antes
de que existiéramos, en la hora previa a que empezaran a escribirse
las historias que nos contamos unos a otros
desde que sabemos que contar historias
calma el terror y nos acerca. Aun en ese vacío,
lo que quedara de mí escucharía tu voz como si fuera el viento
que se lleva lo que tengo, y estaría bien así. Estaría bien que después
todo quede en silencio.
ESTEROS
En otros tiempos, a los animales de los esteros
se los salía a cazar en el relumbre de la siesta,
el acero del sol y de las armas caía a pique
sobre el agua quieta. Ahora
se los deja vivir, como una concesión graciosa, un don
que el poderoso le otorga a su sirviente. Los yacarés
pueden salir, como nosotros,
a tumbarse el día entero en el calor, lagartos viejos
y cansados que soportan mansamente
el peso de los pájaros que se montan en su cuero antes
de levantar vuelo de nuevo. Las pirañas,
como buenas criaturas furtivas e implacables,
se arremolinan en torno a los cardúmenes a esperar
sin ansiedad que caiga la presa. Se les ha perdonado la vida
a los zorros grises, a las corzuelas, está prohibido
divertirse a expensas de su terror y de su intento
desesperado e inútil de camuflarse en la maleza. Vos y yo
fuimos criaturas salvajes que no corrieron la misma suerte:
solo al resguardo de la mirada ajena
pudimos andar al aire libre sin que una mordedura
insidiosa, inesperada, nos arrancara
la alegría del cuerpo. No teníamos miedo, sin embargo.
Rapiñábamos el alimento que nos era negado, corríamos como locos
huyendo del tiempo que ya estaba llegando,
el tiempo en que seríamos separados por la ley que determina
que las únicas pasiones posibles entre dos chicos
-o dos hombres-
son la saña, la ira, la violencia. ¿Cómo fue que escapamos,
qué descuido del cazador nos dejó libres,
cómo fue que en el pecho sobrevivió un amor
certero como la piedra que podría
habernos derribado de un solo tiro?
Yo no sé cómo hacemos las personas
que no estábamos destinadas a existir
para mantenernos vivos. Quizás por la fuerza
irreprimible que se produce al reunirnos,
al dejar de ser cada uno
la bestia solitaria, única en su especie, que nació preparada
desde su nacimiento para ser extinguida.
Claudia Masin nació en Resistencia, Chaco, en 1972. Es psicoanalista y escritora. Vive en Buenos Aires. Coordina talleres de escritura.
Publicó los libros de poesía: "Bizarría" (1997), "Geología" (2001; reeditado en 2011), "La vista" (2002, íntegramente basado en films), "El secreto (antología 1997-2007)" (2007) "Abrigo" (2007) y “La plenitud” (2010); así como el libro de fotografías y poemas “El verano” (2010), Lo intacto, entre otros.
Su libro “la vista” obtuvo el Premio Casa de América de España en 2001y el libro “Abrigo”, una mención del Fondo Nacional de las Artes en 2004.
Ha sido incluida en varias antologías, Poesía latinoamericana del Siglo XXI: el turno y la transición (Compilador: Julio Ortega, Ed. Siglo XXI, México,1997), Agua de beber (Antología de poetas argentinas, Compiladora: Mónica D’Uva, Nusud, Bs. As., 2001) entre otras.