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Poemas de Gerardo Curiá (Buenos Aires)
15.05.2014 11:25 |
de ... Poemas |
QUEBRADO AZUL
...a Alejandro Mendez Casariego
En el falo mayor de Buenos Aires
se quiebra el azul en arcoíris grises
que tocan a un hombre del insomnio
a la altura del asfalto sucio,
allí,
donde la sombra carga su soledad
como una astilla de carozo
condenado en el centro
de su propia existencia,
y el color se vuelve plomo, herida,
y el viento arrastra
esa humedad de barro.
Figura trasnochada
junto a mendigos que duermen
y el sol que amanece en gorriones de polvo,
silueta de edificios.
Quebrado azul
y la calle ancha
camina hacia el lejano puente
que atraviesa el Riachuelo,
en el límite último de las fábricas secas
donde viven las ratas
y el silencio es un chirrido de óxido
en el hierro de la máquina quieta.
Y el azul quebrado
penetra en los ojos del alma
donde reside la memoria de los muertos
con sus huesos como flores de luto
con su polen de miedo.
Y en la última esquina
el azul se quiebra en rojos
hacia el tórax,
metal en la entraña.
Asesinos con quince pesos en la mano.
Quebrado azul,
y más allá,
sobre la línea del sur y del oeste,
hacia el agua cae la calle,
el cuerpo endurecido de golpes de la noche,
hacia el negro del río.
En la costa gritan eriales cancerberos.
Azul,
azul quebrado,
y el cuerpo flota
hasta ahogarse en la basura
y dejarse arrastrar por los desechos
Azul,
Azul quebrado, Buenos Aires,
justo en la médula
que trama el abandono
su exquisito desconsuelo,
donde te mirás la tristeza
con tus piernas abiertas
y tu húmedo pubis de borrasca infinita,
puta ciudad de la agonía.
Azul,
quebrado azul.
Serie de los suicidas (Selección)
HAY UNA PIEDRA AZUL
En la piedra azul
está la muerte
como el sutil equilibrio
que hace a su belleza,
espuma de sal en la arena de las playas
y la distancia.
Todo lo frágil que gira hacia el olvido
y regresa en sus formas más puras.
Hay una piedra azul
en cada piedra
y la atraviesa el viento de lo efímero
en esa tarde eterna en la que existe.
LA PIEDRA AZUL Y EL ÁNGEL
Un ángel
sentado sobre una roca azul
mira
con sus ojos de ámbar
el vuelo frágil de un gorrión
sobre el espacio
y el aire tibio tiembla.
La mirada del ángel
traspasada de Dios
sobre el vacío
se vuelve
agua de cielo en un instante
y las manos de un niño
con las palmas abiertas
la atraviesan.
Es que algunos niños
pueden cruzar el infinito.
Olor a fruta y a distancia,
y esa cóncava profundidad de los silencios
donde sólo hay un niño y un ángel
entre los durazneros cargados de frutas maduras
y los gorriones gordos de tierra y de luz.
El ángel y el niño se miran
con la ternura de los seres
capaces de amar lo sutil.
Y los árboles
no tienen sombras.
LA NOCHE Y LA PIEDRA AZUL
La noche
es una mariposa de alas negras
que descansa sobre una piedra azul
en la luna de pastos de la pampa.
El vino quieto del aire
emborracha la distancia
y la distancia gira hasta caer
en la sombra infinita de un caballo
que duerme bajo el árbol
donde la penumbra del invierno
abre sus palmas trémulas como de anciana
y es desde allí
que la lechuza vuela en sentido contrario
y en sus alas
todo el espacio se estremece.
JUNTO A LA PIEDRA
Junto a la piedra
un insecto de fuego
abre el rostro de la noche,
agua del arco iris,
polen de bruma.
Los ojos de un sapo
son un jardín de cenizas
donde encontrar la muerte.
Extrema lengua de los batracios.
Zaina tierra del monte
en gris de sombra.
Luna y tormenta.
LA PIEDRA AZUL Y EL VIENTO
Junto a la laguna de los patos
hay una piedra azul
trabajada por el agua de barro
año tras año
hasta formar pequeños huecos
que se enlazan por dentro
en galerías de oscuridad
donde suelen descansar los insectos
y el viento del pantano
que viene del este
penetra
para hacer llorar
al silencio de la piedra.
MADUREZ
En el vientre de la piedra azul
hay dedos trenzados de sustancia inasible.
En la vejez de la roca
trabajan la madurez más fina,
abriendo ojos
donde respira el musgo
mudas sinfonías
de frágil equilibrio
que vuelven efímera
la existencia de siglos
de la piedra.
LA MUERTE Y LA PIEDRA AZUL
El hombre
se sienta sobre la piedra azul
junto al cadáver de un cisne
y en la vastedad de su fatiga
sueña con una tierra frágil
donde los niños juegan con azucenas y faisanes
en el ritmo del viento
que trae el aroma del mar
pero en un golpe feroz,
diente de sal de lo cruel,
lo empuja lo real
grietas del alma que surcan la carne,
limpias cenizas,
dolor de luto de los huesos viejos,
ansiedad de perros en el centro del vientre.
El hombre
extiende los brazos con las manos abiertas
para llegar a lo quieto de la muerte
pero la muerte ya no está,
es un instante
y se deshace
en el cuerpo vacío
que descansa a sus pies.
Le quedan
sólo sombras de su propio silencio.
LA PIEDRA AZUL Y LOS SUICIDAS
I
En la palma de su mano
descansa una piedra azul
y en el centro de la piedra
la constante fuga del presente
gira sobre la memoria
hacia un limo fértil
donde germina la cepa
más preciada del dolor.
II
Romperá la piedra
macerará su fruto más secreto
para saciar su sed,
gozará del agrio sabor de la angustia.
Borracho de las sombras,
bailará desnudo sobre la ausencia.
III
Por la mañana lo encontrarán
colgado de una soga rústica
con su hermosa carne
en la intemperie de un patio
donde han crecido las hojas de septiembre.
NIÑOS
Los suicidas
son niños absolutos
a los que hay que llenar de besos
y perfumar el cuerpo,
vestir con los trajes más caros,
llorarles encima,
tocarles el frío de su piel de abandono,
cuidarlos de las moscas de los velatorios,
mirarlos un rato que abarque la noche
y cerrarles después la oscuridad
que se ganaron con su carne de mártires.
LOS AMANTES DE LAS SUICIDAS
Los amantes de las suicidas
limpian
con el agua de sus ojos
las piedras del amanecer
y rezan a los sueños
de las muertas
cuando el sol
cae sobre las tumbas
flores y palabras
para sus hermosos
huesitos de silencio.
LADO ANVERSO
En la entraña que late
se acumulan
las cenizas restantes
de los barcos náufragos,
ésas que incendiaron
tus fantasmas de desdicha
en la luna apagada
para buscar reparos al silencio
y son el tesoro de tu vida.
Has conquistado el lado anverso,
ahora, con las ruinas
que espantan la memoria,
construís una felicidad
tan parecida a las plantas del desierto
que su flor
es una piedra con espinas.
INCENDIAR LAS FLORES
Incendiar las flores
en vísperas de la primavera
y abrazar el fuego,
humo de polen
para fertilizar el aire
de las mariposas,
empaparse del agua que llora septiembre
hasta quedar tan limpio
como los cisnes grises del amanecer
que duermen junto al barro,
y así,
con el alma tan cerca de la muerte,
salir a conquistar tus ojos
que saben amar los densos besos
en el corazón del vacío,
mujer de los naufragios,
y en el goce profundo de la carne
habrá un toque de luto.
BLANCO
Amo tu hielo
donde resbalan mis labios
en el instante del beso,
deseo el iceberg que me hiere
y en agua se convierte sobre mi herida
mezclado con mi sangre,
amo mi calor sobre tu frío,
tu muerte sobre mi muerte
en esa distancia que se acerca.
Y sólo puedo regalarte flores opacas del invierno,
pero muere el invierno entre mis manos.
Hay tantos desiertos
que nada queda de los amores condenados,
esa memoria gris
de remotos fantasmas del placer,
sin embargo extiendo mi mano,
toco en tu cuerpo la muerte tan cercana
y me dejo llevar hacia el fin blanco de tu frío.
ÁRBOLES DE PIEDRA
Un río prudente
atraviesa el invierno
de los cinco colores nublados
sobre un valle
donde duermen los árboles de piedra
y se va reduciendo, reduciendo
para alcanzar la quietud
junto a los grandes lobos del océano
que descansan bajo el sol de los hielos
Y a las turbias aguas del río
ya nada les queda por hacer.
VIGÍA
El río está quieto
junto a las raíces
del árbol de piedra
y en las ramas del árbol
un pájaro de la carne
espera a las ratas
de la estepa.
De sus entrañas húmedas
se alimentará el filo del pico
del ave
que está en las ramas del árbol.
Quien no abandona su puesto perdura.
Quien vive el eterno presente no muere.
TIERRA SECA
La cabra es
su sombra
junto a la roca,
inclina su cabeza
para comer
el pasto seco de la arena
y mira la luz
que es viento.
La cabra, ahora,
está quieta
en la tierra vacía
acepta su destino de estepa.
La quietud de la cabra
justifica la distancia,
la tierra seca
y el silbido del silencio.
EL DAMERO DE LOS SUEÑOS
PAMPA Y ASFALTO
22 de junio
a Ramón Fanelli
Las nueve y media,
Rivadavia al 4200,
baldosas percudidas,
y un sol perfectamente luminoso.
El viento se aquieta para pesar sobre el espacio
en el punto exacto donde se da el quiebre
entre las baldosas
y el cordón.
Y es en ese instante
cuando nace un retoño de pasto,
casi blanco de frío.
Tiembla,
pleno de riesgos crece
en la humedad de lo quebrado,
muy cerca de un bollo de papel
a un costado de la esquina.
Frágil, el pasto
dibuja una sombra sobre las arrugas del papel
pero el peso del aire lo curva hacia el piso.
La mañana transcurre en la plenitud de los sentidos,
después de todo, alguien limpiará el papel
de ese costado de la esquina.
EN PLAZA ALMAGRO
En plaza Almagro,
sobre el cantero que mira hacia el oeste,
ha nacido una flor entre los perros,
tan cerca de la pezuña oscura de sus patas
que, al fin, la flor existe
sobre el filo de sus sombras
en la tarde.
EN EL SUELO
En el suelo descansa
la paloma muerta.
Húmedo polvo de smog.
Manchas de luz en el azul opaco.
Tonos de eclipse en el despojo
ceniciento de la carne.
Allí,
donde el tiempo quebrado
está quieto.
16 DE JUNIO. PLAZA ALMAGRO
Un hombre duerme sobre el estómago de la noche.
El rocío es filoso
y las sombras pasan por debajo de los árboles.
El cuerpo se aplasta encima del colchón.
Muy cerca, un perro negro está quieto.
Grises, el asfalto y el aire.
El silencio es un bullicio rumiante.
La boca del hombre se abre entre la barba sucia
y respira.
El iris, bajo los párpados,
se mueve.
El hombre está soñando.
HILOS DE LUNA
La anciana
le habla al puente de Bulnes
del pelo suave
de la muñeca de porcelana
que el tío Luis le regaló
para su cumpleaños
Hilos de luna
para tejer
el nudo de los sueños
y en la trama
la luz
es eclipse
La anciana sonríe
y sus ojos
se vuelven chiquitos
PARQUE CENTENARIO
Parque Centenario
es un círculo imperfecto
donde ha nacido un árbol diagonal
Y en la copa del árbol
amarillos que derivan en blanco
profundo de verdes,
líneas de opaco marrón.
En el centro
quietos nidos de celeste
y más allá
los tonos se confunden
y caen
hacia un carozo de sombras.
EL ESPACIO Y EL PUÑO
La mano se cierra en una fuerza
y el brazo
es una línea vertical entre el piso y la altura.
Sostiene una bolsa de plástico.
Por debajo o por encima,
la distancia relativa del cartel de venta,
4936-5861
dos ambientes a la calle,
ventanas pequeñas, sin balcón.
La cifra matemática de los pasos o las horas,
la forma geométrica de la distancia,
el contenido exacto de la bolsa,
kilo de carne con paquete de galletitas
y caja de té.
Dobla la esquina en el instante del sonido
un celular de hombre que camina rápido
y queda la sombra por lo que duran cinco instantes.
Las cosas perduran por siempre
y se pierden.
EN UNA PLAZA DE CEMENTO
En una plaza de cemento
en el vértice
de dos diagonales que se cortan
un perro ladra a la sombra del verano
y su ladrido se extiende
como un trapo roto en el calor
hasta morir en la pared descascarada
del edificio viejo,
que es la misma pared
que recorta la sombra
a la que el perro ladra.
LA LATA DE CERVEZA
La lata de cerveza está abollada
y se encuentra a 20 centímetros del cordón
que tiene manchas
de goma negra
y tres gotas de verde
nacidas
en una línea del cemento.
Los bordes de la lata
cortantes
son una perpendicular
contra el calor que se concentra
sobre el polvo
donde un gorrión sediento
da pequeños saltos de vacío,
sombras,
en todo el sol que se refleja
a la altura de la rueda de los autos
desde el valle central de la lata
con forma de puño.
Entonces,
simplemente,
el pájaro
oscuro
frente a la rosa de luz
se detiene,
acerca su pico
a la ranura de la lata,
su pecho casi toca
el ardiente asfalto de la tarde,
y bebe.
DOS SOLEDADES
Dos soledades
que se aman
y han vivido siempre
en esa casa de paredes celestes
comprenden cada gesto del silencio
y esperan que acabe la tarde,
que se enciendan las luces de la calle,
para cocinar una comida simple
con la que terminar el día.
EL ANCIANO GUARDA
El anciano guarda
en cajas de cartón
todos los objetos inservibles
de la casa.
Y los ordena
sobre una estantería
de madera rústica
en una pequeña habitación
que tiene en el fondo del patio.
Espera el cansancio de la tarde,
va hacia la habitación,
enciende la radio,
se queda en silencio
mirando las cajas
hasta que lo atrapa el sueño
en la suave humedad
y su cuerpo rústico
cae sobre la mesa
junto al sonido de la radio
que no escucha.
HA DECIDIDO
Ha decidido vivir
sin atarse a los hombres.
Ahora,
sólo le queda el recuerdo
de placeres conquistados
de machos secretos
y mendiga migajas de ternura
en esas niñas
que su sobrino deja que le cuide
los fines de semana.
Después de todo
ella fue aprendiendo
que la felicidad
es como el viento de la pampa
y arrastra arena en dirección a la distancia.
El secreto está
en tener abiertas
las palmas de las manos.
UN PATIO DE BALDOSAS ROJAS
Un hombre
construye la felicidad
en un patio de baldosas rojas
y a veces
se cansa
de su propio esfuerzo.
CON UNA CUCHARA REVUELVE
Con una cuchara revuelve
el desorden oscuro del café
de las tres de la mañana
y en el otro oscuro
sobre la pared de ladrillo
le duele la espesa soledad
de quien no ha conocido
el amor de una mujer.
Pronto cantarán los gallos
sobre su tristeza
y en el sonido de las aves
limpiará las costras de su soltería.
Quizás,
cuando amanezca
pueda dormir sin demasiados miedos.
EN SUS OJOS
En sus ojos
el agua crece al infinito
como un cristal
donde la luz se parte
en la sombra sin filo
en la que el mundo
es un fruto desnudo
que guarda el secreto
de las semillas del vacío
EL HOMBRE NAVEGA
El hombre navega
el ecuador de la mañana
sentado en el banco verde
de una plaza.
Sus manos caen
sobre la tela áspera
del pantalón.
Su cuerpo es un cuenco
de aire tibio
y hay nidos de sombras
en el gris oscuro
de su barba.
Y la luz se refleja
tan tenue en sus ojos
que el espacio se abre
y madura el silencio.
Gerardo Curiá nació en San Pedro, provincia de Buenos Aires en 1968 ciudad donde sus poemas fueron premiados en numerosas oportunidades por la Biblioteca Rafael Obligado. Además de poeta, es abogado y profesor de ciencias económicas.
Publicó Sol, iris, sueño, (poesía) edición del autor, 1990; Crónicas de San Acustio (relatos), edición del autor, 2002; Quebrado azul, (poesía), Ediciones Patagonia, 2004; Serie los suicidas (poesía) edición del autor, 2005; Caldén, (poesía), Ediciones del Mono Armado, Buenos Aires, 2008; Música del límite (poesía), El Suri Porfiado, 2010; El damero de los sueños (poesía), La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2013.
Formó parte del taller literario El tren de la palabra. Ha conducido varios ciclos de poesía, entre ellos, Las vacas sagradas y Maldita Ginebra. Coordina, con Lidia Rocha, el encuentro literario Literatura Viva, y el programa de radio Moebius. Colabora con Inés Manzano en la realización del ciclo de poesía Interiores. Poetas del país. En 2009 su poesía fue distinguida en el Concurso Nacional Macedonio Fernández.