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La realidad de los suicidios en el subterráneo de la ciudad de Buenos Aires

 Preocupa el crecimiento de personas que deciden terminar con su vida arrojándose ante los trenes que circulan por debajo de la Ciudad.  Francisco Ledesma,  secretario de Salud Laboral de Subterráneos, un maquinista y especialistas en el tema, cuentan las consecuencias a la hora de enfrentar una situación tan extrema

Camila Súnico
 

15.09.2023 14:54 |  Noticias DiaxDia  | 

 “Señores pasajeros, la línea A se encuentra momentáneamente demorada debido al arrollamiento de una persona”, fue el mensaje emitido por los altoparlantes que sorprendió, en hora pico, a los pasajeros del subterráneo de la Ciudad. Inmediatamente un olor a cables quemados, por la frenada repentina, comenzó a invadir cada vagón.  “Quiero llegar a mi casa, estoy cansada”, “Justo se tenía que tirar ahora”, fueron comentarios que expresaron algunos pasajeros enojados. Entre ellos, se escuchó a una joven decir sorprendida: “¿Acaba de decir arrollamiento de una persona?”. Al bajar del subte, la policía y los bomberos confirmaron lo que los altoparlantes anunciaron: una persona se había suicidado. 
 
En Argentina, cada 3 horas se suicida una persona, según dio a conocer el ministerio de Salud de la Nación en el último informe epidemiológico.  En la ciudad de Buenos Aires, la mayoría de los suicidios ocurren en el subterráneo. Y, específicamente, una mitad del total elige las líneas E, D y A. El 50% restante elige la línea B y de ese total, el 80% de los casos ocurre en la estación Malabia.
 
Los suicidios, son un tema del que todos conocemos pero del cual poco se habla. Cuando uno piensa en el subterráneo, solo imagina un sistema de transporte que serpentea bajo las calles de la Ciudad, pero cada vez que alguien decide quitarse la vida allí, sus túneles se  convierten en un submundo trágico, donde los destinos se entrelazan con los rieles del transporte. 
 
Jorge, es maquinista del subterráneo desde hace más de 30 años, con alegría cuenta anécdotas de su trabajo pero su expresión cambia cuando llega la pregunta clave: ¿alguna vez alguien se suicidó ante el tren que vos conducías?, su mirada queda congelada, recordando cada suceso. Su voz se tensa y la alegría desaparece.
 
“Mirá, no recuerdo la fecha en la que ingresé a la empresa, pero sí las dos veces que se tiraron en mi subte. Una fue en la estación Palermo y la otra en Pueyrredón. La que más recuerdo es la primera, porque hubo varias alertas sobre una persona sospechosa que andaba circulando de acá para allá, en los andenes de Plaza Italia. Yo iba hacia Catedral y cuando llegué a Palermo escuché el golpe, y lo primero que dije para mí mismo fue: se tiró ¿no?  Como si no quisiera creer en la realidad. Días después averigüé sobre esa persona, y me enteré que tenía cáncer de próstata y que había perdido a dos hermanos de la misma manera”. 
 
Mientras Jorge hablaba, pasaba su mano por el vagón, como si tocándolo se transportara a aquel día. Daba la sensación de que aquella imagen de ese señor quedó fijada para siempre en su cabeza; volvió en sí ante la pregunta sobre qué es lo que sintió exactamente cuando ocurrió el hecho: “Te digo honestamente, en mi cabeza todavía recuerdo la sensación de huesos rotos, y que me quedé en la cabina sin poder hacer nada, sabía que si bajaba me iba a encontrar con algo de lo que no me quería ni imaginar”. 
 
El recuerdo de Jorge, se relaciona con una teoría que sostiene Francisco Ledesma, el secretario de Salud Laboral de subterráneos que entrevistado relató por qué cree que la gente decide ir a matarse al subterráneo. “En todos lados puede haber suicidios. ¿Pero, por qué vienen a suicidarse acá? Nosotros no llevamos estadísticas pero, en una investigación que hice por mi cuenta, descubrí que la mayoría de las estaciones en que suceden están cercanas a centros de diálisis o centros oncológicos.  Mi conclusión es  que la gente que se tira a las vías ha tenido un diagnóstico negativo”.
 
En una oficina con cuadros de todas las líneas, Francisco Ledesma, comenzó a narrar sobre la situación de los suicidios, detallando lo que viven en el día a día. “La sensación de arrollar a una persona, o de amputar a una persona, es de lo más horrible que cualquier ser humano se pueda imaginar. Cuando se te tira una persona delante del tren, hay un tramo que se llama punto ciego en donde no tenés toda la visión del accidente. Los maquinistas no ven cuando el tren efectivamente le pasa por encima a la persona, pero es tremenda la sensación con la que quedan”. 
 
En Argentina no se brinda ningún acompañamiento psicológico para transitar este trauma, ni durante ni después. Gobiernos de países como Alemania y Estados Unidos ofrecen grupos de trabajo gratuitos, con psicólogos y psiquiatras que tratan especialmente este tipo de casos. 
 
En relación a este tema pregunté al psicólogo, Sergio Azzara, investigador especialista en suicidios. Quién, consultado sobre las posibles motivaciones y los patrones comunes que llevan a las personas a elegir ese entorno como escenario de su partida final, contestó: “ Es muy probable que en ellos o ellas, el subte simbolice un modo de suponer el pasaje a otro u otros mundos. Pero en realidad no existen patrones probados científicamente con estadísticas. Las causas pueden ser diversas”. 
 
Por otro lado, ¿Qué ocurre si la persona sobrevive? ¿Cómo sigue un conductor o conductora después de eso? Francisco, aclaró que le costaba hablar de los suicidios pero agregó que: “de todas las personas vivas que salieron de abajo del tren, ya sea amputada, ilesa, pero viva, nunca, jamás ninguna dijo que se quiso quitar la vida, jamás. Siempre es “me resbalé” o “me empujaron”. 
 
“Cuando alguien se tira, por el sentimiento humano y de solidaridad que nos rige a los trabajadores de este submundo, los que están en el lugar bajan a ver si la persona está con vida, porque a veces están ilesos o quedan desmayados, y otras hasta piden auxilio. Luego, llega el bombero, llega la policía. Y es cuando generalmente, el motorista también entra en shock”.
 
Una vez que los bomberos sacan a la persona, y que la justicia liberó el tren, luego de hacer la pericia correspondiente, se permite que la empresa lo lleve de la línea de pasajeros al taller, para una inspección final. 
 
Considerando tan trágica situación, el Secretario enfatizó sobre la necesidad de una colaboración estrecha entre el ámbito de la salud mental y el transporte subterráneo. “La empresa, durante muchos años, cometió el error de exigir a los maquinistas, mecánicos y otros trabajadores que participan de los rescates a que sigan con sus tareas habituales como si no pasara nada”. 
 
“Se daban situaciones en que al conductor, aun estando en shock por la situación,  le decían que se  baje y se pase al tren siguiente que, además, llega con el doble de pasajeros, lo que es una locura porque se lo recargaba de responsabilidad a alguien que, por cuestiones ajenas a él, acababa de matar a un ser humano”, concluyó Francisco.
 
A medida que exploramos las historias y los testimonios que rodean estos actos desesperados, descubrimos la complejidad y el sufrimiento que subyacen en la psiquis humana de quienes los vivencian y sobreviven, sean las víctimas o los participantes del entorno del suceso. 
 
Los motivos por los que el índice de suicidios sigue creciendo pueden ser variados, y las circunstancias únicas, pero en última instancia nos enfrentamos a una llamada de atención colectiva. Y en este escenario, de túneles oscuros, los choferes del subte se convierten en testigos/víctimas involuntarias de tragedias que nunca quisieran presenciar.  Cargan con el peso de vidas perdidas y cuestionan su propia responsabilidad en un juego de emociones abrumadoras. 
 
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