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Poemas de Javier Foguet (Tucumán)

 
Poemas de Javier Foguet (Tucumán)

19.05.2014 09:46 |  de ... Poemas  | 

AL OÍDO
Hay, sobre lo real, una costra
que las palabras no logran
disolver.
Ahora lo sé. No hubiera podido
decirlo antes.
Pero las palabras
no deben endurecerse
o fingir una luz
más líquida que la miel
que siempre ha dado cuerpo
a tu voz.
Las palabras toman su cuerpo
de tu cuerpo:
coraje, mi amor,
toma el cuerpo de tus ojos.
Es la ley de la poesía
que quiebra toda ley de lenguaje.

LA CARAVANA
Despierto petrificado:
día visto desde hospital
de tuberculosos.
Desde una jaula de osos.
Cierro los ojos.

Despierto en una escalera
pulida como calavera
por las suelas de la historia.
Cierro los ojos.

Despierto a kilómetros en un globo:
el planeta
del olor de los árboles.
Los cometas.
Cierro los ojos.

Despierto a la orilla del bosque:
un cachorro va a mi encuentro
a toda velocidad.
Es la pura verdad.
Abro los ojos.

CONTRA LA SOBERBIA
La importancia de tus ojos
está en la sombra,
como un tizne viejísimo,
que acumulan en sus orillas..
En estos días no he visto poetas,
hombres que sepan viajar
y no ignoro que es un peso
que cae precisamente sobre mí.
Pero he visto tus ojos. He visto tus ojos.

SI, COMO LO PRESIENTO
Si, como lo presiento,
tendré que reconstruir la casa un día
no debo olvidar la ventana de la cocina
apenas sobre el mármol que da al oeste,
a lo religioso de la luz atardecida del oeste,
filtrada por las ropas tendidas
y la verdura de unas cañas,
de donde adquiere volumen el pan,
el acero, la vasija griega
inútilmente retratada
-la luz sobre el azul femenino-
con la Rollei que rescaté
del olvido de mi padre
para olvidarla después con absoluta justicia
porque el humor de la luz,
el humor de la luz buscó mi padre con su cámara
y en acuarelas y aun en los calculados
y atractivos tonos (para el ojo esmaltado
de un pez secreto) que el plumaje de las moscas tomaría
sobrevolando los reflejos del pastizal
y al contacto con el declive del río
que lleva las aguas y a la luz de retorno
hacia la semi-apertura de la ventana.

A IQUITOS POR AGUA
El cacao con agua y canela
tenía en los platos el mismo color,
las mismas vetas que los montículos de río
junto a las paredes del barco.
Lo bebíamos todo en silencio. Y escuchábamos.
Conté (porque lo pidieron)
un millón de veces la historia
del vagabundo,
hasta que perdió sentido.
Después, cuando subía al techo
el viento golpeaba las lonas y se sentía
el borbollón de la hélice en popa.
Al atardecer el río se metía en mí.
Los forestales me mostraron
una línea lejana en la tierra
y yo repetí: esa línea
de árboles azules
se llama la ceja de selva.
En ese momento el río era naranja
-un hocico
husmeando la superficie-
y estaba manchado de oscuro
junto a los taludes.
De todo esto me acuerdo.
El árbol de pan es la puerta
de una catedral salvaje.
El hombre que vendió a mal precio
su ternero moribundo
fue primero en la hilera la noche del estofado.
Francoise vio la misma luz que yo
en la boca del Marañón.
Y también el sol acribillado por las hamacas
cruzando la sombra de nuestro piso.
De noche el piloto sigue con un faro
la línea de las orillas o envía delante
una chalupa cuando el canal se oculta.
Los barcos que vienen en la noche
-los toldos, las bombitas encendidas-
parecen una fiesta que deriva.
Repetí la historia
a los que colgaban nuevas hamacas:
el taxi acuático metía su trompa
en las aldeas, dejaba y recogía hombres,
animales, fardos y el oleaje
contra las orillas levantaba
de los palos secos algunos pájaros.
Entonces llegamos;
los que no tuvimos a nadie en tierra
dormimos a bordo una vez más
mirando las luces nocturnas, duplicadas,
de la ciudad isla.

MESSAGIO A GUISEPPINA
Querida luna al fondo de una gruta
entre las nubes: la fugacidad
del tren y de los rayos
que enviamos (los que adentro vamos)
hasta ti antes de perderte
atesórala un tramo de tu viaje:
un paso tuyo son
un millón de los nuestros
y es sincero -no pesa- su mensaje.

ACONQUIJA
Como si fuera propiedad del frío,
tras una débil veladura azul
los cerros atenúan su clausura,
su felicidad árida.
Evocar, dentro de ese mar sereno,
los tres o cuatro alisos
junto al barranco próximo a la casa
es instintivo, gesto de ceñir
el abrigo si arrecia la ventisca...
Entonces también ellos habían sido crueles.
Pero nosotros somos niños
que no aceptan rechazo...
La memoria es antigua
y sabe agradecer
a quien no la detiene.

DESCRIPCIÓN
A la altura de los ojos
las tres gotas de sangre
de las torres.
Sobre el resplandor de la ciudad
algunas estrellas muy pequeñas,
muy débiles.
Abajo calle con árboles;
al fondo
la hilera de últimas casas
tragadas por las lomas.
A mi izquierda gran ola chispeante.
A mi derecha tierra de rocío.

NOTA
No te conozco y no me conoces
pero he dormido en tu cocina de piedra
al resguardo del hielo y de la niebla
y he quemado un poco de la reserva
de yareta ( el único combustible
de que dispones a esta altura, lo sé)
y todavía mi ropa está impregnada
con su humo resinoso y tampoco
me perdono no haber tenido una ginebra
para dejarte bajo el techo tiznado
para las noches apenas más cálidas
y hondas que te tendrán aquí, de nuevo
junto al olor de los pastos
y el goteo más decidido y saludable de la vega.
Como me ha recomendado la gente
que me indicó tu puesto, he terminado
de apagar los tizones ahogándolos
con su propia ceniza y un poco de agua
que no se congeló durante la noche.

EL EXTRANJERO
Reconozco esta lluvia, ese tronar lejano
el oscurecimiento súbito de la tarde.
La tierra huele ya
hay un surco por donde corre el agua
y el gesto de los árboles es claro.
Los que me dieron sus ojos, regresen.
Esta tierra es extraña para ustedes.
Otra memoria me guiará,
sin nunca haber estado allí,
a la piedra que se halla
entre el peral y el cráter.
Cuando la alcance cambiará;
poco después será irreconocible.

RÍO DULCE
Cruzamos a la isla de Aragones
buscando mayor alcance, otras correderas
y allí, en la cuña arenosa, vimos abrirse el agua
el río que promete no retorno, no suelo
tan hermoso hacia los farallones, hacia el frente
despoblado de ocultos, de tusca, de charata (o el grito
de la charata sin la charata, el chapoteo de la mula
sin la mula) sólo frente, frente y viento
que devuelve el señuelo al rostro
hasta el último envión, demorado
para que la línea repose extendida
y después
el vadeo ciego, a la espera, hasta la punta de la isla.

LA TUMBA DE LOS VIAJES
Si no fuera de noche desde aquí veríamos
la última lengua de terreno y quizás
también el mar, al fondo. Descansemos:
no dimos mejor ofrenda a la tierra que las rutas
la misma avenida de árboles
en cada apeadero las mismas estatuas y baños
para que el viajero no sufriese la incómoda extranjería
siempre hay lugares que son el fin del mundo
no voy a decir (porque no lo creo) que nos equivocamos
que ha sido poco lo que hicimos
que el reverbero del horizonte o la densa huella de astros
que miramos desde este morro
estén siempre a idéntica distancia pero
la exquisita alegría que he sentido
mientras subíamos a oscuras entre las piedras
y dejamos atrás esa caída galaxia de antorchas:
pesará más la otra mitad del corazón
querrán desgarrarse los hombres
las postas que fundaremos mañana,
si Dios quiere, a primera hora
serán hermosos recordatorios
de que no hay salida.

SAN JOSÉ DE MACOMITA
La anunciación, la importancia del viento
que hizo pasar la tormenta sobre mi cabeza
-el estruendo próximo-lejano de los árboles-
y ha dejado un aspecto desordenado en el cielo:
tropillas bajas todavía en movimiento; la solidez
de un bloque expandido y sucio como la espuma de los sapos;
la última luz no convulsa sino mansa
haciendo una curva por el sur, por la chatura del sur;
todo lo que nombro puntualmente sólo para tener más cerca su
silencio,
la solícita compañía de estos días, porque al fiel -al que no lo es-
le será dado ver la casa ardiendo en unidad una vez más.

DESPUÉS
Después del ápice del invierno
-ese ardor-
tuercen y prolongan
sus tentáculos azules
y ya están
sobre tu rostro.
Te exigen la verdad, otra vez,
después del invierno,
los grandes árboles.

ELEGÍA
Qué tiene que ver tu muerte
con un fresno podado
la muerte de todos
con cualquier intento de orden?
El caos, la indomesticabilidad
de los árboles, el íntimo
milagro es el país
de los muertos.

ABUNDANCIA
Pocas veces, es cierto,
la abundancia del mundo
había sido asumida con tanta precisión:
lento barrido de los ojos
hasta ocupar la ventana.

COMO OTRO MONTE
Como otro monte, achaparrado y blanco,
la niebla avanza en el talud
y ocupa el hueco
del ventanal.
Toda la escena es en silencio.
Después llega el viento hasta la casa
y descascara el eucalipto:
en tensa calma habrás
reconocido una voz viva
-la primera después del cataclismo—
y que has de recibir
con un modo distinto
de hospitalidad.

Javier Foguet nació en Tucumán en 1977 . Publicó “El humor de la luz”, Editorial Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2009, "La tumba de los viajes" .
 
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