

Por Roberto Goijman
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Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1953. A los 21 años aparece en las listas de la “Triple A” y pasa a la clandestinidad. Se exilia en 1976 perseguido por la Dictadura Militar.
Organizador de Encuentros literarios, difusor de la Poesía Patagónica. En 1997fue destacado por la provincia del Chubut por enriquecer a las Letras Chubutenses. Director de Ediciones Patagonia.
Deportivo San Carlos, el potrero de cada día. Por Roberto Goijman
Ver jugar al fútbol, tal cual como si existieran los viejos potreros, esos que nos recuerdan al loco Corbata, Bernao, Houseman, ni hablar del Bernabé Ferreyra. Cuando pibe, en un terreno baldío, hicimos uno sobre la calle Jufre, jugábamos campeonatos entre los barrios linderos.

20.10.2014 11:42 | Goijman Roberto |
La canchita bien demarcada, allí, a un costado, cavamos una fosa que luego usamos de vestuario. Y desde el túnel se salía a ese tan singular campo de juego. Sabíamos que nuestro fútbol formaba parte del crecer y siempre cabria esa posibilidad, la de probarse en un club grande, como ocurrió con Burruchaga que tan bien jugaba, y que una vez ingresado a las inferiores de San Lorenzo, le prohibieron jugar con nosotros. Con el tiempo, allí, empezaron a construir un edificio, el mismo en que vive hoy la poeta Ester de Izaguirre.
Entonces nos mudamos a la calle Castillo, también al 400, el cambio no duro mucho, ni nunca más logramos la perfección de la vieja canchita demarcada con cal, y cuyo vestuario tapábamos con chapas los días de lluvia. Luego ante la falta de terrenos abandonados, empezamos a jugar en diagonal, de vereda a vereda en plena calle Malabia, así lo atropellaron al Paco, que por varios meses jugo con el brazo enyesado. El Paco vivía frente a lo de Goiber. Reencontrados en el Sur, con el ya doctor Goiber, médico del hospital Zonal de Trelew, recordaba como la empedrada av. Canning, por donde pasaba el tranvía 89, dividía el barrio, y él, por vivir del otro lado, no pertenecía al grupo.
No fue fácil aquella época de pantalones cortos, entonces la palabra Perón estaba prohibida, y a la tarde, después de la escuela, nos juntábamos en la ochava a discutir de fútbol y a pelotear hasta la oscuridad.
La memoria es un gran film, y esas viejas canchas de tablones donde jugaba Artime, de Argentinos juniors, el loco Gatti en Atlanta, o la de Ferro; en todas ellas el pibe Maradona se lució, pero... mientras veo correr a ese 10 de camiseta amarilla, mientras veo eludir y patear esa pelota desgastada donde la tierra seca hace de las suyas, donde el viento frío obliga por momentos a resguardarse, mi vista recorría la otra historia. Jugaba el Deportivo San Carlos, campeón del torneo clausura, Primera división A del fútbol barrial de Trelew. Pitó el réferi, 6 a 4 terminó arriba el San Carlos, alguno se quejó de las raspaduras. Luego del partido a comer choripanes y a tomar cerveza. Previa juntada de pesos de los jugadores para el pago del arbitraje.
Aquí todavía, como en vastas zonas del país se juega como antes, a pulmón, por ese sentimiento único que a veces no se entiende y que da el rodar de la pelota. El deportivo, practica y juega todas las semanas, todos son jóvenes con oficio, y no pierden el sueño de que algún club de la Liga de fútbol del Valle del Chubut, se fije en ellos.
Los años no pasan en vano, y hoy mi hijo, que nació en este barrio, junto a sus amigos, y con cuyos padres compartimos viejas luchas para hacer de un lugar inhóspito, este lugar donde hoy, plazas, escuelas y asfalto, engrandecen a esta Patagonia mesetaria, como si toda esta realidad, fuera parte de la otra Argentina.
Entonces nos mudamos a la calle Castillo, también al 400, el cambio no duro mucho, ni nunca más logramos la perfección de la vieja canchita demarcada con cal, y cuyo vestuario tapábamos con chapas los días de lluvia. Luego ante la falta de terrenos abandonados, empezamos a jugar en diagonal, de vereda a vereda en plena calle Malabia, así lo atropellaron al Paco, que por varios meses jugo con el brazo enyesado. El Paco vivía frente a lo de Goiber. Reencontrados en el Sur, con el ya doctor Goiber, médico del hospital Zonal de Trelew, recordaba como la empedrada av. Canning, por donde pasaba el tranvía 89, dividía el barrio, y él, por vivir del otro lado, no pertenecía al grupo.
No fue fácil aquella época de pantalones cortos, entonces la palabra Perón estaba prohibida, y a la tarde, después de la escuela, nos juntábamos en la ochava a discutir de fútbol y a pelotear hasta la oscuridad.
La memoria es un gran film, y esas viejas canchas de tablones donde jugaba Artime, de Argentinos juniors, el loco Gatti en Atlanta, o la de Ferro; en todas ellas el pibe Maradona se lució, pero... mientras veo correr a ese 10 de camiseta amarilla, mientras veo eludir y patear esa pelota desgastada donde la tierra seca hace de las suyas, donde el viento frío obliga por momentos a resguardarse, mi vista recorría la otra historia. Jugaba el Deportivo San Carlos, campeón del torneo clausura, Primera división A del fútbol barrial de Trelew. Pitó el réferi, 6 a 4 terminó arriba el San Carlos, alguno se quejó de las raspaduras. Luego del partido a comer choripanes y a tomar cerveza. Previa juntada de pesos de los jugadores para el pago del arbitraje.
Aquí todavía, como en vastas zonas del país se juega como antes, a pulmón, por ese sentimiento único que a veces no se entiende y que da el rodar de la pelota. El deportivo, practica y juega todas las semanas, todos son jóvenes con oficio, y no pierden el sueño de que algún club de la Liga de fútbol del Valle del Chubut, se fije en ellos.
Los años no pasan en vano, y hoy mi hijo, que nació en este barrio, junto a sus amigos, y con cuyos padres compartimos viejas luchas para hacer de un lugar inhóspito, este lugar donde hoy, plazas, escuelas y asfalto, engrandecen a esta Patagonia mesetaria, como si toda esta realidad, fuera parte de la otra Argentina.
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