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Una cuestión bizantina - Sergio Gaut vel Hartman

01.02.2017 07:10 |  Noticias DiaxDia  | 

Para Anna, la hija del emperador de Bizancio, Alexis Comneno, que llegaría a ser la única historiadora de su tiempo, la llegada a Constantinopla de los cruzados francos y normandos significó una rotunda alteración de la rutina. Aristóteles y Homero podían esperan, pensó la chiquilla que se empezaba a hacer mujer. Para ella, aquellos guerreros malolientes, empapados de sudor y polvo, ahítos de caminos y sedientos de oro y sangre, representaban algo que en la corte no existía. Por eso la curiosidad pudo más que el asco, y sus ojos, no sin sentirse agraviados, anclaron como garras de halcón en el más bruto e inmundo de los guerreros. Le preguntó el nombre del normando a su doncella y supo que ese gigante desastrado era el mismo Bohemundo que había luchado ferozmente contra su amado padre hasta hacía apenas un par de años. Entonces el asco se mezcló con el odio y trató de entender por qué el gran Alexis trataba con paciencia y cortesía a quienes habían sido y volverían a ser sus enemigos. La voz de su estirpe, vengativa y manipuladora, se remodeló en un instante y en otro, Anna elaboró una simple estrategia: mataría al normando y libraría al Imperio y al mundo de una alimaña peligrosa.
Buscó la oportunidad y esta se descolgó del techo como una gota de aceite. Había logrado atraer a Bohemundo de Tarento a su alcoba, donde todo estaba preparado para consumar la venganza. Pero algo no salió como debía. Porque el puñal de la impetuosa adolescente nunca entró en acción, y, en cambio, las caricias del tosco soldado resultaron el más dulce de los venenos, un bebedizo que Anna degustaría a lo largo de toda su vida. Breve embriaguez, de todos modos, porque el guerrero partió de inmediato a la conquista de Antioquia y los amantes de una noche jamás se volvieron a encontrar.


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