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Escritor: ¿Se hace o se nace?. Por Javier Romero

31.01.2020 08:37 |  Noticias DiaxDia  | 

 ¿Quién puede responder a esta pregunta? Quien sea el atrevido a responderla deberá contar con la valentía de saber que le está poniendo un cascabel de plomo a un gato y, aún más, sabiendo que su respuesta si no peca de incorrecta pecará de incompleta, cuando no de risueña. Pero intentaremos desgajar este interrogante a riesgo de que salga limón o salga o tomate. Partamos de la base de que decimos escritor y no escribidor, escribiente, cagatintas, oficinista o juntaletras, con todo respeto; como no es lo mismo guitarrero que guitarrista.

La vocación
¿Cuántas veces no hemos escuchado las frases: “A vos que te sale fácil...” o “Vos que sabés...”, seguido del ineludible “hacelo”? Cuán cómoda es la comodidad para aquellos que son conscientes de su inutilidad o de su desconocimiento, cuando no de su desgano, aquellos que delegan al otro responsabilidades y labores. Luego, estos especialistas en delegar se subirán al éxito logrado por “el elegido” o lo criticarán por su impericia, pero jamás se atreverían a tomar su lugar. Ocurre en todos los oficios, en todas las profesiones. Sobre todo para aquellos trabajos grupales en los que alguien del equipo tiene una habilidad, el Maradona del equipo (o el Messi, para que nadie se ofenda); es el encargado de marcar el gol siempre definitorio. A ese le apuntan todos para el reconocimiento por la tarea bien cumplida, la que los consolidará unos campeones. ¡Y ojo con que ose fallarles! Porque, como dice el dicho: El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. Sin lugar a dudas, el susodicho es portador en su genética y en su cerebro de una de las ocho inteligencia nombradas por Howard Gardner, que el contexto social le ha ayudado a desarrollar con la famosa frase de empuje (cual ruido del burro de arranque): “Andá vos que te sale bien”.
 
El hado o los genes (a gusto) ponen, sin dudas, la inteligencia lingüística a disposición de quien es tocado por una varita mágica, como pone en otros la inteligencia lógico-matemática o la musical. Se establece una simbiosis placentera de esa inteligencia y el quehacer cotidiano hasta transformarse en un modus vivendi dentro de un contexto adecuado que puede reforzar su desarrollo. El que posee inteligencia lingüística puede devenir escritor o locutor, orador o lector estudioso, abogado o actor, traductor o docente, novelista o poeta, entre tantas profesiones u oficios. Desde esta óptica podemos aseverar que, escritor, se nace. Se nace con la vocación.
 
Verso a verso, me enamoré de ti
¿Y qué hace el que no tiene una inteligencia lingüística? Primero: todos la tenemos y la podemos desarrollar. ¡Cuántos hay que la tienen y la desaprovechan! ¡Cuántos hay que no la tienen y la alimentan! ¿Cómo se logra? Hay que trabajarla: leer, estudiar, analizar y comprender, adquirir competencias discursivas. Todo esto, desde el nacimiento con la comunicación visual, gestual, auditiva, táctil, afectiva; sobre todo en la comunicación madre-hija o hijo. Los bebés leen una realidad del “mundo” desde que la madre los da a luz, símbolo del conocimiento si los hay. Pero tanto la madre como el padre (o quienes cumplan dichos roles), son indispensables para la adquisición de las competencias comunicativas, como también la socialización con otros niños (de ahí la importancia de los jardines de infantes). A esto sumamos la influencia de los medios y la tecnología que tienen una fuerte incidencia en esto de ampliar el vocabulario y el conocimiento con diversos contenidos: muchos niños comen “pastel” en lugar de “torta” en su cumpleaños. Hay que resaltar que el lenguaje y el pensamiento están íntimamente ligados y que son construcciones sociales. Luego de los primeros aprendizajes de la lengua “materna” de forma oral y experimental viene la lectura de libros, en donde los dibujos, los colores y las letras aparecen como por arte de magia en esos maravillosos juguetes con solo dar vuelta sus hojas flexibles. Para muchos intelectuales, los libros infantiles están dentro de lo que llamarían una literatura menor, sin tomar conciencia de que para la niña y el niño son juguetes y un arte superior, simbolismo per se. Sagas como las de Harry Potter o Crepúsculo (quizás ya olvidada, pero hasta tiene su filmografía), fueron devoradas por los jóvenes de ayer y de hoy. El quid de la cuestión sería: ¿Cuántos escritores les debemos a esos libros de menor “jerarquía”? ¿Cuánto placer le debe el lector a esas lecturas iniciales que lo catapultaron hacia otras más “elevadas”?
 
No hay buen escritor que no sea, primeramente, mejor lector. Y los mejores lectores se forjan desde el disfrute de las obras de ese arte llamado literatura, sin menospreciar a los que disfrutan de otras lecturas: ciencia, naturaleza, tecnología, manualidades, artes, etcétera. El lector, generalizando, “se hace” como resultado de una comunicación asertiva desde el afecto transmitido por sus seres queridos más cercanos y desde los primeros textos orales, esos que son música y juego materno, paterno y fraterno, socializadores, constructores de vínculos que activan otra inteligencia: la emotiva. Como ejemplo vale la multifacética artista matancera María Elena Walsh. La literatura requiere un receptor sensible, activo, competente y comprometido con lo que percibe, con pensamiento crítico capaz de comprender abstracciones. Nadie puede negar que el amor (tantas veces representado) activa la inteligencia emotiva a través del uso de la inteligencia lingüística. Con este panorama, podemos afirmar que escritor, además, se hace.
 
La escuela es un capítulo aparte en donde las alumnas y alumnos comienzan a percibir que ser escritor es un oficio o una profesión ardua, algunas veces dolorosa, pero que ellos mismos deben aprenden a utilizar las tramas textuales y producir textos literarios y no literarios, coherentes y cohesivos. Pero también aprenden que ser escritora puede ser muchísimo peor.
 
Escritoras, se necesitan
Podríamos decir algo evidente: la literatura universal está llena de escritores, de hombres. Quizás, plagada. ¿No es extraño? Es como decir que la humanidad es hermafrodita. ¿O en realidad nos estamos perdiendo a la otra mitad de la humanidad? Hay algunas excepciones como Safo o las hermanas Brontë (que debían utilizar seudónimos masculinos para poder publicar sus obras). Y por estas tierras, no menudos inconvenientes, debates y condenas tuvieron Sor Juana Inés de la Cruz, Alfonsina Storni, etcétera. Cabe contextualizar que hasta mediados del siglo pasado (y más) la mujer era considerada un ser sin capacidad intelectual y, como tal, no era escolarizada ni tenía acceso a la cultura (salvo que fuese de buena familia) y estaba condenada a atender la casa y a su marido, además de tener y criar a sus hijos. Aunque las obras de algunas pocas féminas fueron incorporadas a la literatura universal, estas son tildadas  de hacer literatura femenina o feminista. ¡Cómo si hubiese una literatura machista! Solo hay literatura, podríamos acotar. Aún así, aunque hay muchas más posibilidades para las mujeres en el mercado literario y cultural y más visibilidad de escritoras, hay mucho trabajo por hacer. No nos podemos dar el lujo de no escuchar y no leer la voz de la mujer y de su mundo en la literatura de todas las sociedades.
 
Escritora y escritor se hace y se nace
Tener escritoras y escritores es fundamental para la cultura de cualquier país, de cualquier tipo de texto, porque todo texto nace del pensamiento de un individuo con una identidad, de su capacidad creativa, de la misma cultura de la que forma parte. Ellas y ellos deciden expresarse y mostrar a quien desee sus sentires y los de la sociedad de su tiempo, directa o indirectamente con toda su carga simbólica. Los motivos para escribir pueden ser infinitos, como los motivos para leer. La literatura, como todo arte, es propiamente humana y sirve para afianzar y reafirmar a esa humanidad vapuleada, siempre en deuda con los valores, con el amor, con la paz, en donde los sentimientos y la belleza son fundamentales para entretener y para hacer catarsis.
 
 
 
 
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