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Dejemos sangrar la herida absurda. Por Omar Ramos

Donde es imposible salir ileso de Gito Minore, Clara Beter Ediciones, 2024, Colección Poesía Nuestra

22.04.2024 07:44 |  Noticias DiaxDia  | 

Este nuevo texto del escritor Gito Minore, Donde es imposible salir ileso, Clara Beter Ediciones, 2024, Colección Poesía Nuestra, está presentado por subtítulos. El primero, denominado Tan intenso, tan bello, está escrito en una versificación libre, aguda y osada; una segunda, No pasó en vano el verano narrada en prosa, y una tercera ¿Escombros de lo que fuimos?, donde se vuelve a la versificación. Si bien en la actualidad, hay una tendencia, a la que adhiero, que rompe con las definiciones de los géneros y es lo que ocurre con esta obra de Minore.

Percibimos a lo largo de estos versos una definición tajante, directa, sin cortapisas de lo que es para el autor la poesía: “Es lo que fluye, permanece y resta”. Borges, entre varias definiciones, precisa al poema como “una usurpación, a partir de falsas atribuciones, de una reescritura que siempre es invención. Un género que puede ser esencial, en el que no sobra ni falta una palabra, en cambio, en las novelas sería muy raro que no hubiera una parte de ripio”.

Una definición canónica sería reducir a la poesía a una expresión de los sentimientos. Pero va mucho más allá: Es una descarnada desnudez del espíritu, de la vida y de la inevitable muerte. Y además, como lo señala el autor en el poema Más: “Lo que supimos ser, lo que creímos ser, lo que quisimos ser, no somos más. De lo que pudo ser, quedó la sombra”. Es que el arte poético no se concibe sin las identidad, lo que somos, lo que deseamos, nuestras flaquezas y virtudes.

Lo ontológico recorre este texto sin artilugios ni excesos metafóricos. Es una escritura actual, comprometida y testimonial, que denuncia “el silencio de las iglesias, la paz ensordecedora de los cementerios” y entre otros tópicos “la desidia de las oficinas gubernamentales”. También, los versos y/o la prosa de Minore pueden tornarse totalmente coloquiales, refieren historias fragmentadas, relatadas en forma oblicua, seguramente o no autorreferenciales. “En la cocina contigua, ante la vista de nadie, mi padre contaba guita”.

La autorreferencialidad supone una narración hacia sí mismo, donde inevitablemente se obstruye la relación ficción realidad. Esta situación es patrimonio exclusivo del autor y desde el momento que el escritor imagina, la memoria selecciona un recuerdo y se escribe, ya se convierte en ficción.

Es imposible transcribir una evocación sin que pase por el tamiz de una nueva subjetividad y la adulteración imaginativa.

No hay temor en este libro de alejarse totalmente de la lírica y saltar la barrera de lo convencional, de incursionar en la ruptura y lo disruptivo.

Aniquilar lo que la academia o el cultismo considera poesía o prosa y barrer con todos los preconceptos y llamar a las cosas y a las circunstancias audazmente por su nombre. “Mirá que pintón está el abuelito. Se acomodó el cinto debajo de la buzarda, la pasaba bien el hijo de puta”.

El autor se convierte en el poema o en la prosa, en protagonista, al igual que Charles Bukoswski, quien prefiere el silencio antes de ser un autor que adormece las bibliotecas del mundo, e interpela a que los poetas no sean uno de ellos, que no lo hagan a no ser que la poesía salga del alma como un cohete. Y que se vaya a fondo, hasta el final, si no que no lo intenten.

Minore toma estas sugerencias, tal vez sin haberlas leído, y refiere que “escribir poesía le permite gozar, por un momento del relajo del asesinato serial, sin ton ni son, de la brutal carnicería, de la masacre perfecta, de la aniquilación de todo vestigio de mí, unos minutos antes de que la cuadra se llene de canas, y la vida vuelva a ser la misma, monótona, prisión de siempre”. Un testimonio cabal de que la escritura es mucho más que una simple catarsis, es asumir que la vida sin la palabra carece de todo sentido y se reduce a vivir en una cárcel. Sólo el sueño y la voraz imaginación nos redime de la prisión perpetua a la que el cristianismo llamó pecado original, esa condena y expulsión del paraíso que se produjo por el libre albedrío y sobre todo porque la mujer y el hombre decidieron desobedecer, desear, gozar y elegir una vida fuera de todo mandato divino.

En el subtítulo No pasó en vano el verano, podría decirse que no pasó en vano la vida del autor que relata fragmentos con crudo realismo y cierta nostalgia. “Creíamos en el fuego, en el incendio, en el infierno, con devoción celestial. Éramos los monaguillos del padre. Y el padre estaba vivo”. “El tiempo, querido amigo, es una herida absurda. Dejémoslo sangrar”.

En la tercera parte, ¿Escombros de lo que fuimos?, la indagación retoma la forma de versos, de palabras que también son deliberadas omisiones. El autor se indaga y a la vez reflexiona: “¿Con que otro vacío llenaremos tanta soledad? ¿Habrá algo más que incertidumbre detrás del silencio”. Sin duda no hay una sola respuesta, o tal vez no haya ninguna. Hay siempre preguntas sobre el origen y el destino del ser humano. Nunca, salvo para los creyentes en un ser superior, sabremos el motivo de nuestra existencia y la del universo. Gito Minore, como tantos de nosotros, se responde con preguntas que le dan a este libro un sesgo, además de poético, filosófico.

“¿Permanecerá la poesía, cuando por fin se suicide la historia, contemplando el caos con esa mirada incendiaria que siempre le adjudicamos? ¿Volverá a reiniciar el cosmos golpeando dos piedras, cuando no quede siquiera un vago recuerdo de lo que fuimos?”.

Interrogantes profundos de un libro que emociona y a la vez nos hace reflexionar.



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