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Guardemé este cuchillito por Alberto Cisnero

29.05.2024 07:18 |  Noticias DiaxDia  | 

 Años ha supimos de memoria la primera página de “Kincón” (también sabíamos, en esa época teníamos menos de treinta años en el cuerpo, la de “Los adioses” y el comienzo y el final de “Cuando ya no importe”); pero nos repetíamos en horas vanas o de júbilo aquellas palabras, ese tono acre y apagado que remitía a cántico familiar, próximo: voces de personas que crecieron en la llanura, en el campo, lejos de las ortodoxias que pretende imponer la lengua castellana a sus hablantes.
 
Antes de escudriñar pasmados la novela habíamos conseguido en una librería de las de antes, situada sobre calle Lavalle de la ciudad capital de esta dulce tierra, bajo el nombre de “Romana” (ignoramos si continúa atendiendo al desocupado lector), un ejemplar de “Las hamacas voladoras” en edición entregada a la imprenta en una ciudad cercana y extranjera, a un río de distancia.
 
Permiso para un paréntesis: en algún momento tuvimos bajo nuestros ojos, en artículos que la fe literata publicaba en los suplementos culturales, esta  fórmula: libros malditos; para ciertas décadas mencionaban ciertos libros y por aproximación a ciertos autores. Leíamos en un villorrio bonaerense emplazado en el kilómetro sesenta y cinco de la ruta tres, una aldea medieval con drugstores, podríamos abundar, tres títulos recurrentes: “El frasquito”, “Nanina” y “El fiord”. Y junto a los nombres de sus autores y las desavenencias que les habían ocasionado esas páginas que se atribuían, aparecían mencionados otros escritores. Así fue que un día leímos el nombre de Miguel Briante. Un retobado. La década del noventa llegaba a su fin y al fin disponíamos de ese material y su aura.
 
Luego pasó el tiempo y desistimos de leer la prensa diaria y dejamos de escuchar o distinguir en letras de molde aquella fórmula que prometía una bibliografía sin complacencia ni esperanza ni nepotismo literario. Sólo nos abocamos a seguir leyendo. Son nuestras limitaciones.
 
Y mucho después de estos sucesos menores, mientras cumplíamos nuestra labor diaria de empleados en una dependencia municipal con profusos libros, conocimos a una persona con el apellido de nuestro héroe y le preguntamos si guardaba algún parentesco con él; lo confirmó y hoy merced a ese intercambio nos encontramos doblados ante una hoja contándoles estas distintas maneras de acceder a un libro. Proseguimos. El volumen de “Ley de juego” que aún permanece entre los anaqueles de nuestra biblioteca personal es debido a Folios Ediciones, en una colección que dirigiera Piglia. Los mundos posibles. Verdinegra.
 
Para variar, accedimos al ejemplar en la Feria de libros de Primera Junta (“Caballito, cumbia y vino” era una pintada que adornó varios años una esquina de ese barrio porteño, un conciso, vívido y permanente retrato antropológico de sus vecinos; pasábamos frente a esta ocurrencia de la sabiduría pop camino de los verdes metálicos puestos). Previo a la memorización del párrafo liminar de “Kincón”, atestiguamos tiranteces entre dos míticas librerías de la avenida Corrientes; fue en las postrimerías de las fiestas navideñas del año noventa y nueve; ingresamos en la vieja librería Gandhi (todavía lo vemos sentado a Viñas, todavía no nos atrevemos a saludarlo, todavía hay volutas de humo dispersándose en el aire), la del sector para el café y los fumáticos, y un pasillo central camino a los altos muebles y los libros, libros y libros. Ofrecían una edición de la historia del mulato monologuista. No compramos y continuamos nuestra recorrida libresca. En la librería Lorraine estaba la misma edición multinacional, aunque unos pesos más cara. Comentamos esta diferencia efectiva al librero y afirmó que tal era imposible.
 
Ambos fuimos a la primera librería y cotejamos la veracidad de la oferta; una vez cerciorado el hombre, decidió venderla al interesado en idéntica menor cifra. Hay más, otros títulos, referiremos estos tres porque nos acompañaron en épocas difíciles de nuestra vida (difíciles equivale a decir asuntos de vida o muerte, mientras todo se incendiaba alrededor de todos cuando el siglo nuevo nacía).
 
“Habrá que matar los perros”, “Hombre en la orilla”, “Salen a mirar las sombras” y “Uñas contra el acero del máuser” son algunos de los cuentos que volvimos a releer con placer y furor en estos años desde aquellas escenas entre la montonera de libros que otros abandonaron, subrayaron y olvidaron, calles con luces de neón y plazoletas secas. Copiamos dos líneas de “Ley de juego”: “El otro se abrió de piernas, se acomodó en el mundo como si le quedara chico y, sonriendo, lo esperó”. Hay historias, recuerdos, que tienen su propio silencio; Briante entendió (tempranamente) que hay palabras con las que procurar escuchar un silencio más grande que el propio, la ley de un destino (con aparente sencillez la ironía refleja e interpela la intensidad de la vida mundana y sus dilemas: la literatura y quienes la practican, incluso quienes la leen para escribir libros —mejores o peores, eso es una bifurcación entre los jardineros, los dueños del jardín y el otro lado del jardín, los estamentos de poder, las leyes escritas (y las que no) y las cambiantes exégesis que de ellas se hacen, ligados directamente a la imposición de sanciones que es la respuesta argentina a casi todo y que implica una forma de leer, de ceñir, de tachar). En estos libros la literatura siempre resultó el inicio de una pregunta que estaba por hacerse, que era pertinente (urgente) formular. Bien lo decía un castellano: además de vivir y soñar (se puede trocar por el acto que más plazca a quien esto leyere) hay una tercera cosa. Y hay que adivinarla. Acaso se halle entre las páginas que hoy quisimos mentar. Sugerimos a los hipotéticos lectores de estas noticias que hagan su experiencia personal (como en casi todo, nadie lo hará por ustedes).
 
Alberto Cisnero (La Matanza, 1975). Publicó: “El límite de la materia” (2012); y otros libros.
En 2024 publicará “De rayos negros”, en 2025 “Román paladino”, en 2026 “Clase 75”; y así sucesivamente.
 
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