TILCARA
Cáliz de luz, fecundo sueño a tus plantas un río de salitre,
doncella con ajorcas de esmeralda.
A tus plantas un río de salitre,
otro río de cuarzo a tus espaldas,
y allá a lo lejos, entre el mar y el cielo,
la hidrográfica cimbra del Huichaira.
Pupila del ocaso interminable.
Suelo indio, sepulcro de la raza.
Desde la noche oscura del incario
hasta el alba naciente del mañana,
custodiarán el sol de tus umbrales
los enhiestos cardones del Pucara.
Matriz del viento, origen de la sombra.
Ofertorio otoñal de las calandrias.
¡Duerme la siesta del maíz fecundo
sobre el tálamo gris de tus pizarras!
Hasta que el hombre de la mano ruda
abra en surcos la paz de tus entrañas.
Abre tus brazos al rosal latino;
no levantes ni cercos ni murallas,
que tus mollares le den sombras y abrigo
al criollo, al europeo y al aymara,
y que lleven tu nombre por el mundo,
muchacha azul, princesa americana.
Cuando el verano te devuelva el río
y tus noches se enciendan de guitarras,
un cortejo de grillos escondidos
prenderán de tu nombre un pentagrama.
Y desde el verde lampazar nocturno
un coro anfibio entonará tu nombre:
TIlcara.
PRIMERA LLUVIA DE OCTUBRE
Rompió su verde corazón de octubre
en vellones oscuros de tormenta.
Tenía de horizontes verdes
la escondida matriz de la arboleda.
Una ilusión de pájaros tardíos
columpió las torcidas madreselvas.
Negros silencios colgaban de las sombras
como oscuros pendientes de culebras.
El trueno fue una larga dentellada;
el relámpago, los músculos del hombre,
y las manos del hombre una plegaria
en la tarde mural de las almendras.
Tenían los ojos honduras de mollares
y los pechos recintos de colmenas.
Parecían luciérnagas las rosas
y eran negros pañuelos las goteras.
ENTONCES
Cuando era la luna nueva,
se fue quedando tu ausencia
por las aristas azules
de los corrales de piedra.
Cuando era mujer la luna
con un pañuelo de seda
prendido entre los pechos
y anudado en las caderas.
Cuando la luna era un río con olor a yerba buena
y en los mollares en sombra
se escondían las estrellas.
Cuando las noches azules
tejían enredaderas
con los dedos del rocío
sobre un telar de tinieblas.
Entonces, mi niña, entonces
se durmieron tus ojeras
sobre dos gotas de llanto
y un romance de azucenas.
Entonces sentí en la carne
el puñal de tu inocencia
y la lluvia de tus ojos
mojándome las arterias.
Entonces toqué el silencio,
el corazón de la niebla.
ELEVACIÓN
(fragmento)
Harán nidos de barro en las altas acacias
y con espumas verdes sus cantos tejerán;
tendrán como epicentro un corazón de greda
y por patria y por trono la azul inmensidad.
POEMA PARA MAGGI
Tu juventud estalla como el cáliz
de una flor inclinada en tu ventana;
misterios de luz se abren en tus ojos,
esos ojos donde nace la mañana.
En tus manos las luengas mariposas
trazan notas de azules pentagramas
y en tu grácil cintura adolescente
algún dios ha olvidado su guitarra.
En tus largos cabellos los diamantes
prenden fuego de lentas llamaradas
que serpeando recorren los vaivenes
con que el sueño decora tus espaldas.
ELLAS
Hoy, al ir por el húmedo camino
que desciende hasta el río leonado,
cuando el sol declinaba al occidente,
la vi, de pronto, de pie bajo el ocaso.
Era pálida, sutil, tan leve como un sueño,
espigada, gentil, ebúrnea como el mármol,
suave la frente, los senos diminutos,
un abismo de luz los ojos glaucos.
Me miró desde el fondo de la sima
como mira una reina a sus vasallos,
entonces un dulce perfume de violetas
invadió los rincones de mi espacio.
Quise tocar aquella piel cautiva
con la prístina greda de mis brazos,
cuando el canto de un pájaro tardío
destrozó la visión en mil pedazos.
Quedó una risa musical y suave
en las últimas hebras del verano.
Sonámbulo de luz llegué hasta el río
con el miedo detrás de cada paso.
Otra vez con mis sueños a la espalda
tornaba al humo de mi hogar cercano,
moría la luz con sangre ultravioleta
en las vetas auríferas del cuarzo. …
Y de nuevo la vi; tenía en los ojos
la infinita tiniebla de los astros,
pudibunda la tez de cobre mate,
entreabierta la herida de los labios.
Sobre la frente de oscuro terciopelo
una vincha de aurífero amaranto
ceñía el último rayo del poniente
como un curvo paréntesis dorado.
Estiró un ademán para acercarme
hasta su asiento de lúcido alabastro;
rompió la noche que negra se acercaba
el zigzag de un brevísimo relámpago.
Estallaron dos risas en el aire
y yo grité ¡mi grito de espanto!
Ellas dijeron: necio, tú siempre nos buscaste
y te asustas ahora que estamos a tu lado.
JUJUY DESDE LA TARDE
Jujuy se muere verde bajo un volcán de nubes
sobre un muro de pájaros y tejados rojizos
y en las esquinas grises las calles se destrozan
entre frenos, arranques y sucesión de vidrios.
Las muchachas azules ondulan sus cinturas
como ondulan los trigos allá en mi pueblo chico,
el viento las mancilla con impúdicos besos
desplegando en sus muslos dorados abanicos.
El color en sus mieles ahonda tajos verdes,
los cansados talleres despiden sus racimos;
los labios son de cobre, los ojos son de acero,
sueñan en las vidrieras los juguetes dormidos.
Las catedrales blancas han perdido sus cruces
detrás de las antenas de estrechos edificios
y el viento se enarbola más allá del silencio,
más allá de la urdimbre que tejieron los ríos.
Es la hora de la avispa, del poniente escarlata,
de juntar nuestras bocas, muchacha del rocío,
tomamos de los dedos aún adolescentes
y bebemos la tarde con un postrer suspiro.
CUANDO VOLVÍ…
Cuando volví del tiempo sin memoria,
el aire estaba gris como ceniza.
Ni siquiera una mancha había en la tarde.
¿Por qué mayo no tiene golondrinas?
Venía buscando un nombre adolescente.
¡Peregrino incansable de la vida!
Volvía mendigo con las manos abiertas
a pedirle otra vez una sonrisa.
Y la busqué en la playa y en las calles,
en el río, los huertos y las quintas,
en la voz del otoño amarillento
y en las viejas paredes destruidas.
Después la fui buscando por los surcos,
por los granos dorados de la espiga,
por los frutos del sol recién cortados,
por las hembras, los hombres y las niñas.
Y nadie sabe nada, y hay silencio,
un vacío silencio con aristas
en la punta impalpable del espacio
y en el vértice gris de las esquinas.
Y sigo con mis pasos inmutables
por un rayo de luz, camino arriba,
a donde entre cruces desclavadas
las tumbas de los muertos aún respiran.
Y allí están… su nombre y su memoria
y estoy yo y mi sombra envejecida.
¿Qué plegaria podrían decir mis labios
si yo vine a pedirle una sonrisa? …
Mi sombra se alargó como la tarde
y el cielo no era azul sino ceniza.
Germán Walter Choque Vilca (Jujuy, Argentina 1940-1987)
Poeta que nacio en Jujuy el 9 de abril en Tilcara. En 1984 publico su libro “Los pasos del viento”.En el año 2015 se publicaron sus Obras completas luego de un trabajo de recopilación de Héctor José Méndez. Fue maestro rural y músico aficionado. Integró el coro Las Voces de la Quebrada, viajo por Medio Oriente con Jaime Torres; y grabó un cassette con sus poemas recitados y musicalizados.