Es ingenuo pretender que la propaganda, cuyo destino inevitable es cosechar adhesiones políticas, se ajuste a un sereno discernimiento del pasado nacional. Su forma de narrar es brutalmente maniquea, pues no persigue la claridad historiográfica, sino la instauración del mito consagratorio.
Forjado en la fragua del debate, a José Ingenieros no le satisfacía demasiado la saga homérica de Ulises -astuto, pero moralmente descarriado- y celebraba, en cambio, la figura heroica del intachable Aquiles. Quería que el campeón de los troyanos fuese el espejo donde se miraran los jóvenes virtuosos de su país.
Historiador de notable inteligencia, Ingenieros fue, al mismo tiempo, un sagaz propagandista y una víctima de la propaganda de su tiempo. Porque un tipo como él no debió ignorar que los héroes, registrados por la literatura o la historiografía, no tienen una naturaleza distinta de la gente registrada en la guía telefónica: siempre se encuentran, entremezclados en el barro de la personalidad, el arrojo y la malicia; la grandeza y las miserias.
Con tamaño ejemplo, pretendo traer algún alivio a nuestro ego al decir que a todos nos pasa algo parecido, en mayor o menor medida, cuando aterrizamos en la arena de la discusión. Pero a los que les pasa, últimamente, con demasiada frecuencia es a los kirchneristas, encerrados en el último bastión de la épica anti Clarín.
Convirtiendo la propaganda en dogma infalible, para ellos el aborrecido multimedio debe ocupar siempre el lugar del malvado, enfrentado con sus artimañas oligárquicas a los superhéroes del campo nacional y popular de la historia argentina, la que sólo transcurre para servir de campo de batalla a las fuerzas del bien y el mal. (Algún día, El Relato deberá reconocer su deuda con el comic).
Por esto mismo les cuesta tanto aceptar la evidente sociedad de Néstor Kirchner con el CEO del grupo, el abominable Héctor Magnetto, a lo largo de su mandato presidencial, que dejó como saldo la monopólica fusión de Cablevisión y Multicanal. Y más aún, les resulta inaceptable que el mismísimo Juan Domingo Perón haya jugado su mayor carta comunicacional a la "independencia" del diario Clarín, cuyo fundador compartía no pocas ideas con el líder del justicialismo.
Es documentalmente indudable que Roberto J. Noble recibió mayor respaldo, aún que los propios medios definidos como "peronistas", de lo que podía esperarse. Pues esta generosidad procedía del mismo Presidente que, siendo candidato en 1946, lo había denunciado por sus simpatías con el fascismo italiano (léanse sus loas a Mussolini, reproducidas en el Libro Azul y Blanco).
Es que Noble se había desempeñado en el gobierno bonaerense de Manuel Fresco, un caracterizado conservador de simpatías explícitas con el Eje de Berlín, como ministro de Gobierno. Y en aquel crucial 1945 -año en que finalizó la masacre inter imperialista en Europa, se fundó el diario Clarín y nació el peronismo- el astuto abogado puso sus fichas en una doble jugada: se mostró periodísticamente crítico del nuevo movimiento -acompañando a sus lectores y clientes de la clase media-, al tiempo que apostaba a la alianza de Fresco (que por entonces lideraba el partido Patria, Unión Nacional Argentina y dirigía la revista Cabildo) con Perón.
Tras el triunfo de 1946, Clarín fue el primero en cantar loas al ganador. Fresco no obtuvo ningún cargo público, pero el matutino de Noble -ya asociado con Saráchaga y Marolio- se convirtió en la empresa comunicacional con mayor respaldo del Estado: créditos millonarios del IAPI para la compra de papel a bajo precio, publicidad y otros beneficios económicos (en su libro, el investigador Martín Sivak hace un interesante detalle).
Mientras, los medios opositores eran clausurados, expropiados -al tomar el Estado el diario oligárquico La Prensa, la masa publicitaria y de clasificados pasó a la empresa de Noble- o reducidos a su mínima expresión: en 1954, La Nación salía de ocho páginas; en tanto Clarín, por su enorme espesor, casi no pasaba por debajo de la puerta. Para colmo, este último se imprimía en los talleres de Crítica por lo cual, tras el pase del mítico diario de Natalio Botana a la cadena oficialista, comenzó a publicarse a precio de costo.
Noble solía decir a sus allegados que Perón estaba llevando a cabo el proyecto nacional que él mismo había proyectado en sus años dentro del conservadurismo bonaerense. Y no hubo mayor promotor y argumentador de la reforma constitucional de 1949 que Clarín. Con gran eficacia, por cierto. Es que, a diferencia de la asfixiante prensa oficialista, "el diario de los argentinos" ofrecía muchísima mayor aceptación por su credibilidad e "independencia". Esto no escapaba al control de Perón que, evidentemente, también sabía moverse en el tablero de las apuestas simultáneas.
Como era de esperar, con el derrocamiento del peronismo, Clarín abandonó el barco. Pero, en aquel 1955, aparecen algunos otros indicios. En su imperdible crónica sobre la Libertadora, María Sáenz Quesada, destaca que Helvio Botana acusó formalmente a Noble de integrar el grupo económico de Jorge Antonio y de ser el responsable de silenciar al matutino fundado por su padre. Lo hizo en mal momento: el interventor dispuesto por la Junta Militar había nombrado, como director interino de Crítica, a un socio y primo del titular de Clarín. Don Roberto ya estaba instalado en los nuevos tiempos.
El diario favorito de Perón se separaba del peronismo, aunque momentáneamente: a pesar que Noble lo consideraba un proceso histórico concluido, el frigerismo alineará el cada vez más influyente medio gráfico en la órbita del peronismo, al incorporarse dentro del Frente Justicialista de Liberación en 1973. En aquel año, el viejo líder auspiciaba la absoluta independencia de los medios. (A tal punto que hubo esperar su muerte para proceder a intervenir los canales de televisión).
Para distanciarnos de cualquier valoración cercana a las leyendas en pugna, estoy tentado a decir que la sinuosa trayectoria de Clarín ofrece algunas claves interpretativas para comprender la ambivalente conducta histórica de la burguesía nacional; de sus elementos tanto progresivos, como parasitarios y viscosos o traicioneros. Pero esta, como decía Kipling, es otra historia.