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KIRCHNERISMO Y TELERREALIDAD
Más allá de la anécdota verídica que le sirve de base argumental y de los propósitos artísticos de su autora, en el último filme de Sofía Coppola figura una de las claves de la encrucijada argentina actual.
13.01.2014 10:29 |
Giménez Manolo |
Me refiero a lo que algunos diarios y revistas llaman "la telerrealidad", concepto que pretende abarcar la tendencia, surgida en los 90, a convertir la experiencia (y la existencia) en un perpetuo simulacro –nunca expuesto como tal, por supuesto–, donde ya no sólo interviene la televisión, sino también plataformas cibernéticas como Youtube, el universo blog y las redes sociales.
En la película de Coppola (Adoro a la fama, según el torpe título de la distribución local) se enfoca un grupo de hastiadas jóvenes de Los Angeles que, saciadas ya de todo, ansían la popularidad otorgada esporádicamente por el azaroso universo audiovisual, como un aceptable sucedáneo de la trascendencia del ego. Para eso, deciden robar en la casa de algunas estrellas cool del momento.
Ellas y su andrógino acompañante, conocidos como The Bling Ring, bien podrían ser sujetos de la profecía de Andy Warhol: “En el futuro –Warhol murió en 1987– todos tendrán sus 15 minutos de fama mundial”.
Me alejo del cine para detenerme en el término "trascendencia". Es que, según entiendo, la mutación de significado sufrida por esta palabra en las últimas décadas –la pérdida de su concepción primigenia está encarnada a la perfección por los personajes del filme–, permite establecer, también, una crucial diferencia entre el kirchnerismo y la cultura política surgida a mediados de la década de 1960, de la que usurpó sus principales consignas.
En aquellos tiempos, con tremendos errores teóricos y un fatal romanticismo, la joven generación del sector medio alto urbano intentó trascender su clase social, el paradigma cultural eurocéntrico y hasta su propia vida, para alcanzar objetivos –en verdad trascendentes–, como la civilización socialista y la redención de los humildes. (Dejo para otra oportunidad la cuestión de las sospechosas jefaturas o el marco histórico internacional de Guerra Fría, muy gravitante por cierto).
El kirchnerismo, en cambio, es un producto de la telerrealidad noventista. Sus fundadores comprendieron muy bien las ventajas que ofrece la normativa eminentemente audiovisual de la época, donde toda realidad puede ser reconvertida al formato reality, con sólo accionar el correspondiente procedimiento técnico publicitario.
A partir de tal descubrimiento, desempolvaron la antigua batería de tips que habían desechado hace muchos años (proteccionismo económico; proyección latinoamericana; pensamiento nacional; estatismo energético o democracia comunicacional) para saciar la demanda "revolucionaria" de la ofuscada clase media post corralito. Desde entonces, cada elemento estuvo enfáticamente representado en la puesta en escena del vintage nacional y popular.
Pero nada ha cobrado cuerpo enteramente, luego de tres períodos presidenciales consecutivos. Por el contrario, lo único que se detecta en los últimos meses es la deteriorada utilería del show: el ideario nacional, que remite a FORJA y sus herederos, asumido ahora por los charlatanes de Carta Abierta; la política de derechos humanos cristalizada en Hebe de Bonafini, que ha devenido en tétrica sombra de su pasado, o la ley de Medios, definitivamente desmentida por su principal beneficiario, el zar de la timba Cristóbal López, quien no dudó en convertir a su Grupo Indalo, conformado al abrigo de las políticas oficiales de comunicación audiovisual, en una Meca de macartismo y frivolidad.
Renglón aparte merece la última vuelta de tuerca de la "independencia económica", incluyendo el acuerdo con Chevron; los créditos por US$ 3 mil millones del Banco Mundial o la humillante aceptación, en el CIADI, de las indemnizaciones reclamadas por empresas trasnacionales. A pesar de ello –y del monocultivo sojero, el oligopolio exportador o la devastadora megaminería– los propagandistas oficiales insisten en el mismo marketing "combativo" de hace unos años, cuando las bondades de la balanza comercial permitían disimular con mayor decoro.
No dejo de comprenderlos, pues basta pasarse una hora en Facebook para comprender que la telerrealidad kirchnerista se mantiene vigente. No son muy distintos a los personajes del filme. Tal vez menos narcisistas y glamorosos, aunque mucho más fetichistas en la devoción fanática de sus ídolos. De última, la Bling Ring se hizo famosa por robarle a Lindsay Lohan o a Paris Hilton, a quienes admiraba; mientras que los cultores locales ni siquiera pueden poner en discusión a Ricardo Echegaray y hasta son capaces de bancarse que Aníbal Fernández sea candidato a la presidencia en 2015, como ya adelantó.
Nos falta, a los argentinos, la Sofía Coppola que registre este momento único (espero). Aunque dudo que, si apareciera, le otorguen un crédito en el INCAA para tan sacrílego y destituyente propósito.