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Abstemios de poder

 Conceptualizar conceptos, como lo definía Rodolfo Puiggrós, o pensar con frases hechas, sigue siendo un hábito recurrente del progresismo.
 

10.02.2014 11:13 |  Giménez Manolo  | 

Entre las perdurables esquematizaciones imaginarias cristalizadas por el “setentismo”, figura la de establecer una tajante diferencia entre los gobiernos y El Poder, representación este último de una especie de entidad superior, destinada a controlar el destino de los pueblos, y que se encontraría ocupada por alguna dependencia de la CIA; por un imaginario consejo supremo del capital imperialista y sus aliados oligárquicos nativos o por un cónclave de banqueros sionistas. O por todos ellos juntos,si se quiere.
 
Varios lectores recordarán que durante los años en que comenzaba a popularizarse a nivel de las clases medias este rosario de consignas, la democracia y sus mecanismos electivos se presentaban como una simple formalidad para acceder al gobierno; pero el objetivo fundamental de la revolución era “la toma del poder”, siguiendo el ejemplo de los románticos barbudos cubanos. Hoy ya sabemos que, a pesar de su indudable progresividad histórica, el castrismo estuvo impulsado en su momento por el Departamento de Estado norteamericano; pero para la pequeña burguesía argentina y latinoamericana radicalizada de entonces, la experiencia insular constituía una prueba contundente y de aplicación universal de la viabilidad guerrillera.
 
Los primeros en aprovechar la escasa precisión o profundidad conceptual de estas caracterizaciones, con fines tácticos y en el marco de la interna del justicialismo, fueron los Montoneros durante la campaña electoral de 1973. Enfrentados al sindicalismo y la dirigencia veterana por la candidatura presidencial -y para evitar pronunciarse sobre un nuevo llamado a elecciones que incluyera al líder proscrito-, patentaron la fórmula “Cámpora al gobierno, Perón al poder”; aunque más que otorgarle cualquier forma de poder real, la intención de Firmenich & Cía era, obviamente, mantener a Perón fuera de la Rosada.   
 
Sin embargo, como podía anticiparse con algo de sentido común, tales atribuciones morales o simbólicas no le importaban demasiado al anciano jefe, quien sabía que la solidez del poder político depende del consenso entre las clases dinámicas o que la estructura del Estado permite orientar las relaciones entre las fuerzas productivas y establecer líneas estratégicas para la política exterior. (Por ello la democracia republicana adquiere un rol emancipador en los países periféricos). Y como el gran estratega militar que era, no tenía la menor duda -al igual que Napoleón- acerca de la debilidad inmanente del poder surgido de las armas.
 
Tras la madurez que imprime toda experiencia trágica, no era ilusorio esperar que aquellos dislates del infantilismo político y la despreocupación intelectual quedaran limitadas a ser material de trabajo de los historiadores. Vana ilusión, pues tal como decíamos al inicio de la nota, esta esquematización ha perdurado más allá de la coyuntura que le dio origen y vuelve, cada tanto, a ofrecerle una muleta teórica al habitualmente desorientado progresismo vernáculo.
 
Así lo demuestra el documento emitido este domingo por la agrupación kirchnerista Carta Abierta, que retoma la amarillenta cantinela del maléfico poder económico para defender ya no la emancipación de los condenados de la Tierra, sino a un gobierno que, con diez años de gestión y un ciclo de superpoderes otorgados a la Secretaría de Comercio y la AFIP (incluyendo patoteadas, congelamientos, persecuciones fiscales y supercards), aparece completamente impotente para controlar los precios del mercado interno o garantizar la rendición de divisas del mercado externo. 
 
En su engorrosa redacción, el documento afirma que el Ejecutivo es víctima de un poder superior a él y que lo ha obligado a devaluar en contra de toda razón legítima, tendiéndole un cepo financiero. En otras palabras, que se aceptaron las condiciones impuestas por el sector exportador de la economía tan sólo por una relación de fuerzas desfavorable.
 
Bastaría preguntarse qué significa para ellos, entonces, gobernar con independencia, soberanía y justicia, si tras una década de gestión todavía hay que plantearse tales debilidades. ¿En qué quedaron las posibilidades que inauguraba el 54 por ciento en 2011 y la concurrencia de las cabezas sindicales y empresarias en los actos oficiales, aplaudiendo sumisamente las ocurrencias discursivas de la Presidente? Será que se olvidaron de “tomar el poder” porque estaban demasiado ocupados redactando tuits y resolviendo  las trasmisiones de Fútbol para Todos?).
 
Bastaría, digo, pero no basta; porque este enunciado pretende olvidar que el hombre fuerte de CIARA CEC, sigla que reúne a los diez exportadores más importantes de granos, forma parte de la política oficial. Nos referimos a Eduardo Elsztain, titular del Banco Hipotecario y agente financiero de los planes oficiales de vivienda, de quien ya hablamos en esta columna. Dicho sea de paso, Elsztain acaba de adquirir la firma IDB Holding Group por 570 millones de dólares, uno de los mayores holdings de Israel, acción que lo pone a jugar en las “grandes ligas” mundiales.
 
Por su parte, a fines del año pasado, Alberto Rodríguez, presidente de CC, informó que se había establecido con el gobierno nacional un modelo de “previsiones sobre el desarrollo de la campaña para 2014 y las exportaciones de todo el año", contó. El encuentro habría servido también, según dijo, para que las autoridades les “expliquen las últimas políticas económicas, en relación tanto al tipo de cambio como a las tasas de interés".
 
Es decir, el gobierno ya sabía hace meses lo que iba a ocurrir con el tipo de cambio y las tasas. Pero si no estaba obligado a devaluar, ¿por qué no denunció y aún castigó esta pretendida imposición extorsiva, que hoy fingen denunciar sus publicistas, cuando el mayor peso  de la devaluación debía recaer, necesariamente, sobre el consumo popular? ¿Por qué nadie ha desmentido oficialmente la versión de los exportadores, supuestos verdugos del bienestar de los argentinos? 
 
Sencillamente, porque a los funcionarios no les interesa otra cosa que distraer la atención con fuegos artificiales mientras crece el incendio que, por inepcia o corrupción, ellos mismos iniciaron. Artificios como la amarillenta “toma del poder” que sólo ha servido como excusa de la ineptitud para la política, en el pasado, y que hoy pretenden reeditar para encubrir a los que no quieren o no pueden gobernar con eficacia, patriotismo y transparencia.
 
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