|
Un round para Cristina
Sería una ingenuidad, por parte de los funcionarios del Palacio de Hacienda, creer que un sistemático y riguroso control de precios puede frenar la escalada inflacionaria de los últimos meses.
17.02.2014 06:17 |
Giménez Manolo |
Pero más ingenuo aún es tragarse la píldora, como hicieron economistas y dirigentes políticos que criticaron esta acción oficial, creyendo que el Gobierno realmente persigue fines económicos con la campaña Precios Cuidados.
Está claro que el gabinete económico conoce mejor que nadie las explicaciones reales de la inflación ¿Cómo no las van a conocer, si la más importante causa son ellos mismos? Dilapidaron los recursos procedentes de la exportación de granos, sin sumar un solo mercado ni diversificar la producción, estimular la industria o crear infraestructura acorde a un modelo de desarrollo autocentrado.
Dicho de otra manera: tras gozar de un proceso de excepcional crecimiento sostenido en la última década –bondades de la demanda china en el mercado mundial de commodities–, la economía argentina no ha registrado, en el mismo período, ninguna mejora en su base estructural y las estadísticas no arrojan un aumento relevante en la productividad, ni en los porcentuales del ingreso real per cápita.
Por ello, suponer que el problema cambiario es responsabilidad de la avaricia de los ahorristas es, cuanto menos, una humorada. La moneda expresa, en última instancia, la capacidad de acumular riqueza de la economía nacional. Y Argentina ya ni siquiera es un destacado exportador de alimentos de calidad, como la leche o la carne, donde figura debajo de Paraguay en los rankings mundiales.
Volviendo al aumento de precios para el consumo interno, tampoco hay que olvidar que Kiciloff & Cía instrumentaron la última devaluación de la moneda, sabiendo que se trata de una medida que deprime el poder adquisitivo del salario e intensifica la inflación, tal como puede comprobarse ya en el tarifazo del transporte y el aumento de los combustibles, al tiempo que aumenta, inevitablemente, el peso de la deuda externa sobre las finanzas públicas.
Asimismo, como esta devaluación aparece en varios aspectos insuficiente –no es exagerado estimar que el dólar oficial debería estar rondando los 10 pesos para satisfacer a los exportadores– alentaron el aumento de la tasa de interés a fin de domeñar la divisa norteamericana en el mercado cambiario local, lo que supone una retracción del crédito y un horizonte angustiante para aquellos que debieron endeudarse en la compra de automóviles o viviendas.
Dicho sea de paso, el argumento por el cual no se ha profundizado aún más la devaluación no es, precisamente, la sensibilidad social o el nacionalismo de los funcionarios. La razón de fondo es que el cronograma de pagos de la deuda externa obliga a la Argentina a tener divisas a un precio accesible para poder responder a cada etapa de la misma (para colmo de males, las reservas siguen cayendo y el fondo de garantía de la Anses está exhausto).
¿Alguien puede creer, entonces, que las causas de la inflación deben buscarse por afuera del equipo económico y sus torpes estrategias? Definitivamente no. Como tampoco es atendible la versión de que la pésima gestión de los últimos años y sus tremendas consecuencias se pueden resolver con sólo controlar los precios, aplicar multas o mandar a la militancia rentada, una vez por semana, a protestar frente a la puerta de los supermercados.
Y son los propios ejecutores del plan, como decíamos, los que mejor conocen la inutilidad de tal implementación. Pero, entonces, ¿cuál es el sentido de insistir con la muletilla de los precios máximos controlados? Está claro que no es un objetivo económico: lo que se intenta es poner en marcha una renovada logística de propaganda, que le permita a la Presidente reposicionarse en el escenario comunicacional.
No les está yendo mal, por cierto. Algunas encuestas muestran que porcentajes muy importantes de la población –especialmente sectores medios urbanos, tradicionalmente críticos del Gobierno a quien responsabilizaban, hasta hace menos de un año, del incremento de precios– entienden que la culpa del auge inflacionario la tienen empresarios y comerciantes (y no el gabinete económico).
Tomando en cuenta este dato, no sería extraño que las usinas oficiales sigan insistiendo, en las próximas semanas, con el culebrón de "la heroica Presidente acosada". En este caso por los hipermercadistas, lo cual haría aún más complicada la farsa: en los últimos siete años –con el elogio y las autorizaciones excepcionales gubernamentales– las ventas en este sector, controlado por capital trasnacional, aumentaron en un 140 por ciento.
La culpa no es del chancho, dice el refrán. Pero hasta el momento, apenas con un par de llamadas telefónicas a consumidores enojados y algunas apariciones televisivas, Cristina está eludiendo con éxito esta factura (además de la maternidad de Moreno, Axel o el camporismo económico). Doble movimiento de cintura, reconozcamos, que la consagra como legítima ganadora de este último round.