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CRÓNICA DE UN RÍO SOLO

 

20.03.2014 01:23 |  Capasso Mario  | 

Al parecer, según las evidencias recogidas en la zona del curso superior por un investigador no muy discreto que digamos, el origen del río cabe achacársele a la persistente pérdida de unas gotas de agua no demasiado cristalina, producida en la cisterna de un retrete ubicado en una casita solitaria y sin demasiados adornos, que en aquella época se localizaba en la cima de una montaña ahora inexistente.
En su recorrido, que no carece de recovecos y remansos, antes de desembocar y diluirse por completo en el mar, cuestión que según algunas conclusiones no tan recientes se encuentra aún en discusión, el río vibra, disfruta de su potencia y se da todos los gustos.
“No se priva de nada de este mundo el muy extenso y sabio, a veces también revoltoso e invasor”, dicen los moradores de las márgenes y sus adyacencias, que saltan como un resorte entre la gran vegetación cuando algún forastero osa discutirles acerca de estas características.
Pero veamos el asunto sin caer en fanatismos.
En lo que sería el primer tramo sometido al caudal de la corriente, en la zona de influencia de la costa oeste, la abundancia de peces elige beneficiar cada día a distintos pescadores, en un orden por demás insondable. Debido a ello, los habitantes de las aldeas de esta margen del río viven sumidos en la incertidumbre y la perplejidad. Así establecida esta suerte de ley no escrita, entre los lugareños florecen la quiniela y otros juegos de azar, en los cuales, con una frecuencia llamativa por su continuidad, mientras las mujeres encienden los fueguitos uno al lado del otro, los hombres apuestan los pescados conseguidos más temprano de acuerdo al capricho de las aguas que, de todos modos, siguen su curso como si tal cosa, sin ninguna clase de traumas o complicaciones existenciales.
De esta manera y de acuerdo a los resultados finales de la pesca y la repartija que el juego dispone, las familias que llegan a la noche con las provisiones del día en su poder, se alimentan entre vinos y canciones. Después, mientras los mayores dormitan o se tocan para iniciar el rito de la cópula, los más chicos se desparraman y, sin dejar de correr, tiran las espinas a las puertas de los desgraciados de la jornada, que, hambrientos como están, juran vengarse a la primera de cambio. Estos juramentos son jerarquizados por la exhibición de cañas y redes, que son blandidas como amenazas con vistas al futuro, mientras los ofendidos intercalan malas palabras emitidas en voz baja, más que nada para que los niños no las aprendan.
Las festividades en estos pueblos ribereños, concretadas en fechas insospechadas, no carecen de sorpresas que el mismo río proporciona con generosidad. Así desfilan, entre expresiones de júbilo, zapatos, remeras, calcetines, canoas y remos a la deriva, jabones que les piantan a los turistas de la otra orilla, la costa Este, donde reina la lujuria, el despilfarro y el desencanto propio de las clases acomodadas, que buscan esparcimiento a través del acercamiento al oleaje tranquilo y marrón.
Siguiendo el recorrido por la costa oeste, es notorio y conocido el hecho de que el río cada tanto se encrespa y sube el tono de su sonido, lo que le da a los costeños, al escucharlo sin intermediarios, el ánimo necesario para subirse a las embarcaciones y salir a ver qué pasa.
Bajo los rayos del sol.
A la luz de la luna.
Con y sin niebla.
Con viento a favor o pateando en contra.
En silencio o a los gritos pelados.
Lo relatado hasta aquí da una idea general de las distintas actividades proporcionadas por el río que, según se ha determinado durante los albores del siglo pasado, todavía conserva en su interior las gotas originales de la cisterna rota allí en lo alto.
Y no sólo se da esa particularidad, que ya de por sí otorga al ambiente una constante sensación de infinitud.
El más reciente grupo de exploradores, en una fiesta organizada para festejar el regreso de la misión aguas arriba y aguas abajo, estableció en un documento que los bienes del río son inconmensurables, riquísimos, dignos de una beatificación más pronta que tardía.
Y dentro de esa bondad fluvial del río, las gotas primigenias van y vienen de una punta a la otra y son las que mantienen vivo el espíritu de las aguas, que no por misterioso deja de ser útil y productivo, según dictaminó la comisión creada a tales efectos.
El más regordete del grupo homenajeado, antes de sumarse a la parte inquietante de la celebración, se puso en cuclillas frente a su auditorio y contó la siguiente historia, con la pretensión de cerrar el relato de la mejor forma posible, como un afluente de primera, porque esto que les voy a narrar no es cuento, dijo.
Ese domingo el río parecía navegar solo, sin ninguna necesidad del bote en el que el hombre remaba como mejor podía.
No se había alejado de la orilla.
Era su primera vez y un conocedor de la zona y las costumbres le había advertido acerca de los remolinos y las correntadas.
Cuando al hombre se le cansaron los brazos, dejó al bote derivar.
Un gran placer comenzó a adueñarse de su cuerpo.
Durante un rato, el hombre miró los árboles en la costa Este, de donde había zarpado unas horas antes.
La modorra poco a poco le fue ganando la voluntad.
La oscuridad se hizo dueña de la situación.
Las orillas, entonces, se fueron yendo del río, mientras el bote iniciaba su periplo rumbo a la montaña del origen.


MARIO CAPASSO
 
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