En el Teatro Nacional Cervantes se presenta Argentinien, una comedia liviana que aporta poco y, sin embargo, exhibe pretensiones que sólo se explican desde una sonsa intencionalidad política.
La estación de un pueblo olvidado al final de un ramal ferroviario. El jefe tan rudo como inseguro, la casquivana boletera, un adolescente mandadero que necesita una mirada que le habilite su existencia. Y la nada. Ni pasajeros siquiera. Hasta que el ritmo quedo se altera porque la Argentine Pacific Railways manda a un tal Stefan, un rígido alemán del Volga a quien antecede la sospecha de decidir sobre el cierre de la estación. Amores, desdenes, sueños, frustraciones y un miedo que se esfuma cuando en esos días Perón nacionaliza los ferrocarriles. Porque así, repentina y forzadamente, aparece el dato histórico-político, carente de todo interés para lo que la obra propone. Y sin asidero en lo artístico, el guiño peronista parece ser la única explicación, lo que a la vez justificaría la llegada del desconocido y debutante Pedro Gundesen (del que se nos informa que es licenciado en Comercio Exterior y que vivió durante diez años en Alemania, México y Brasil).al Cervantes, el único teatro nacional de la Argentina.
Pero observar ese dato histórico-político que propone Argentinien sólo deriva en confusión. ¿Un emigrado soviético con cargo jerárquico sirviendo capitales ingleses? ¿Una empresa tomando decisiones a largo plazo cuando está cerrando su pronta entrega a otras manos? ¿Una mujer a cargo de una boletería y sin uniforme? Nada de esto sorprende demasiado, pues incluso el dato cronológico es atropellado: aunque la obra se sitúa a fines de febrero de 1948, los personajes padecen frío y hasta cae nieve.
Lo que hizo Gundesen es una mezcolanza que evoca el cierre de ramales de Menem, los males que provocan los capitales extranjeros y los impactantes ecos de la estatización de los ferrocarriles. Pero con eso no hace nada. Y poco pudo hacer con ese flojito material un director hábil en resolver las puestas como Luis Romero, obligado aquí –por exigencias más cinematográficas que teatrales del texto– a un uso enrarecido y poco práctico del espacio.
Se destaca el profundo compromiso actoral de Claudio Rissi como Fortunato, ese jefe tan venido a menos como seguro de sus obligaciones. Por su parte, Juan Luppi viste con sensibilidad su jovencito personaje y le da vida por encima de la apenas decorativa presencia que le condedió el autor (en estos tiempos, los excluidos garpan), y mientras Mimí Ardú lucha con su poco verosímil boletera, Alejandro Awada descarrila convirtiendo a Stefan en el Sigfrido de Kaos.
Merece recordarse la música, creada por Jerónimo Romero (si no me equivoco, también debutante), un alarde de cómo tornar insoportable el paso del tiempo con sonidos reiterados hasta el hartazgo.
Argentinien fue estrenada en Zárate, anduvo de gira antes de llegar al escenario del Teatro Cervantes y volverá por los caminos del país cuando termine la temporada capitalina. Una pena que el Estado argentino, a través de su único teatro, le proponga al país una obra tan pobre como poco clara.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Argentinien las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra24635-argentinien