Ajeno a todo juicio sobre los personajes y sin intención de ofrecer con ellos una frívola o tranquilizadora galería de marginales, Vago nos enfrenta a los que normalmente mantenemos lejos del teatro y de nuestras casas.
Así como no me atrevería a afirmar que el teatro es de suyo un fenómeno burgués, tengo por cierto que buena parte del actual teatro porteño está atravesado por un aburguesamiento que se evidencia en sus modelos de producción, en su difusión, en el público que busca, en las elecciones de puesta en escena, en la formación actoral –y, por ende, en las posibilidades de interpretación– y sobre todo en los temas que aborda. En ese contexto aparece Vago, de Yoska Lázaro, que se destaca en la cartelera porteña desde la primera imagen que nos brinda: el comedor-sala-dormitorio de una casa en un barrio precario. Ahí veremos el transcurrir cotidiano del Nene y la Negra, hermanos, una amiga que se instaló a vivir, un amigo de la casa y un puntero que distribuye dádivas a cambio de fidelidad absoluta.
El dinero que no alcanza, los sueños que no son más que eso, el Nene y su desinterés por rehabilitarse tras el ACV que lo dejó discapacitado, la Negra que ocupa el sufrido rol de madre y a su manera cuida de todos, Mili que apenas aporta los relatos de sus itinerarios de sexo y alcohol y drogas, Tute con las sorpresas y dificultades que conlleva el ejercicio de su profesión –choreo con fierro–, el amenazado poder de Camacho en un contexto que le permite dar menos y exigir más. Y pese a los tratos y usos y abusos recíprocos, no se proponen personajes buenos o malos, y esa uniformidad parece indicar que lo que no hay es ni bien ni mal. Como si todos se hubieran fraguado en el único mandato de sobrevivir.
Aparece, entonces, un distanciamiento abismal con el espectador medio que, en su gran mayoría, se acercó al teatro para satisfacer su deseo de consumo cultural. Pero sospecho que ese abismo es menos propuesto por la obra que por el público, pues los rotos tejidos sociales que quedaron como lastre del saqueo neoliberal nos ponen, de una u otra manera, en esa misma marginalidad del “sálvese quien pueda” apenas matizado por los lazos de sangre o de afectos. Esos vagos, sucios y desagradables que hacen cualquier cosa por un plato de comida, una birra y una raya de cocaína son el espejo roto en el que se reflejan –sin verse– los laboriosos, prolijos y encantadores que hacen cualquier cosa por una 4x4, un whisky etiqueta verde y dos rayas de cocaína.
Así, Vago es una radiografía cuidadísima de una realidad que todavía puede encontrarse en los barrios expoliados de las grandes ciudades argentinas. Pero con gran sutileza nos enfrenta a las consecuencias que padece toda sociedad arrastrada al canibalismo de la plena libertad de mercado, esa que ni siquiera reconoce el límite del hambre ni de la vida ajenas porque están muy lejos.
Sin ponerse optimistas camisetas de moda ni levantar banderas que anuncian apocalipsis, Vago asume el poco transitado camino del teatro político devolviéndonos a la calle con muchas, demasiadas preguntas sobre nuestro lugar en la sociedad. Algo que logra gracias a una profunda investigación, a un compromiso actoral que llega a quitarnos el aliento y a un constante clima de desesperanza de esos seres que saben ser el descarte de la sociedad, que saben que les toca pagar las fiestas ajenas y se vengan como pueden, aunque sea generando más injusticia.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Vago las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra26552-vago