Después del tercer no
el amanecer dejó de amanecer,
y se vistió de ocaso.
Se acabaron las palabras
que te nombran sin tocarte
y nacieron los reproches
vacíos por partes iguales.
(Todo a medias)
2***********
Fumarse la vida sin filtros,
minuto a minuto,
uno tras otro, sin pausas ni frenos,
acelerando en las curvas
sin pasar -si quiera-
cerca de punto muerto.
Fumarse los versos,
echarlos en cara,
en papeles, en cuerpos,
echarlos a la playa,
al mar, al viento…
echarlos que no quede
ninguno -ni el más pequeño- dentro.
Echarlos como nacen,
porque después…
después ya no importa el resto.
(A lo loco, a la memoria de Leopoldo María Panero)
3******
Hace mucho que partí,
partiéndome en mil pedazos,
fraccionando mi historia,
en cientos de recuerdos
que el tiempo -aún hoy-
va desgranando.
Fui sufriendo mi propio destierro,
polvo a polvo, día a día,
recuerdo a recuerdo,
y en el absurdo trayecto de regreso
a donde alguna vez me he concebido
comienzo a comprender que por mucho
que se quiera nunca se vuelve al mismo lugar
aunque se desande -una y otra vez- el mismo camino.
4*****
Su ausente presencia, su vívido recuerdo
lo hacía para muchos un riesgo constante,
un peligro latente, un viviente estandarte…
Siempre estaba más allá de nuestros ojos,
a muchos pasos del olvido y justo antes
de que el recuerdo se convirtiese en nostalgia.
Estaba, siempre estaba y a pesar de todos,
entre algunas pocas líneas escritas
en servilletas de bares, en fotos dobladas,
en postales de ciudades nunca por él visitadas.
Pero cuando la noche traía perfume de azares,
entre brisas y vientos, sin dar demasiadas señales
su imagen por la puerta irrumpía acarreando
manojos de besos, carradas de abrazos y te quieros
No había lugar para las preguntas…
ni reproches ni llantos,
no había tiempo para tanto.
Visitas cortas, con más epílogos que preámbulos,
donde la partida era un fantasma,
que acosaba a cada instante,
que empañaba las sonrisas,
que nos dejaba incrédulos y distantes.
Cuando la luna se perdía de tanto rodar por el cielo,
y las sirenas se alejaban persiguiendo utopías,
cuando las nubes se convertían por un instante en velo
y las calles acallaban el eco de las pisadas;
llegaba el temido momento de la huida, de la fuga.
Cada tanto, sin patrones, la historia se repetía,
una noche de agosto –que ahora creo que era fría-
por última vez lo vimos, soñando que volvería…
Apariciones y partidas
Este texto es para los hijos de desaparecidos, victimas del terrorismo de Estado que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983 .
Leandro Esteban Murciego, nació en Buenos Aires el 30 de diciembre de 1970. Trabaja hace casi 20 años en el diario La Nación de la Argentina como periodista, escribe de deportes, economía, salud y política deportiva. Además colabora en varias revistas de tirada nacional.
Trabajó en radios durante más de 15 años haciendo columnas hasta tiras diarias de 5 horas, desde radios comunitarias y barriales hasta de mediano alcance y nacionales (trabajando con Mirta Goldberg, en radio Nacional y hasta con Eduardo Aliberti en radio Splendid).
Su primer poesía la escribió a los 10 años. En 1994 estuvo por publicar dos libros en México, pero la crisis económica que sufrió ese país en aquel año llamada: efecto tequila, dio por tierra con el sueño de llegar al papel.
Tiene un espacio On Line Propio,
Poesia a Mano Alzada (
www.poesiaamanoalzada.com.ar).