

Por Roberto Goijman
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Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1953. A los 21 años aparece en las listas de la “Triple A” y pasa a la clandestinidad. Se exilia en 1976 perseguido por la Dictadura Militar.
Organizador de Encuentros literarios, difusor de la Poesía Patagónica. En 1997fue destacado por la provincia del Chubut por enriquecer a las Letras Chubutenses. Director de Ediciones Patagonia.
Mujeres, Madres y Poetas

27.10.2014 12:36 | Goijman Roberto |
El sábado pasado, a la nochecita se presentaba el libro “Todo el asombro” de la poeta María Teresa Dri, y al abrir mi casilla de correos, me encuentro con el siguiente mail, textual:
“Aprovecho que mi hermana puso internet en casa y te escribo; ahora puedo mandarte mensaje sin que me salga humo de los dedos para que me alcancen las monedas en el ciber...; el admirado poeta Aldo Parfeniuk me mandó además de sus poemas un libro maravilloso sobre la vida, obra y martirio de Alberto Burnichón; Burnichón... ese ser maravilloso cuyo único "delito" para las botas sucias, fue difundir belleza y poesía para combatir la mediocridad; ignoro si tenés el libro, pero hay que difundir este maravilloso texto; es una patriada la que se mandó Aldo rescatando a Burnichón; como vos que "rescataste" a María Teresa Dri y toda su magnífica Poesía; eso también es una "patriada". Yo soy titiritero a la gorra, de plaza en plaza; a veces nos hemos cruzado en lecturas que me invitaron a escuchar la familia de Armando Tejada Gómez y la entrañable Dora Giannoni. Hoy es posible que vuelva a cruzarte; me junté unos $$$, cargué la SUBE (mi capital de $30, quedó ahí adentro) para poder ir a la presentación del libro de Teresa y saludarla y saludarte. Así que, Maestro, te veo dentro de unas horas; vaya mi abrazo y unos poemas de "mi cosecha" que espero te gusten. Firma: Pajarito Cuello”
Cuando me toco hablar (ya había saludado al poeta desconocido), a mi izquierda la entrañable Stella Calloni: periodista, escritora y poeta; y viendo a ambas emocionadas, recordé a mi madre. A esa madre que prendía el candelabro de tres velas. No el de cinco, ni mucho menos el de siete velas, y esto sucedía cuando nos cortaban la luz, mejor dicho, cuando la compañía de electricidad Segba, cortaba la luz por falta de pago. Mi madre, cuando nos cortaban la luz recurría al candelabro, una pequeña reliquia dejada por la abuela. “…En ese entonces en Brasil ya había caído Goulart, y los militares lidiaban por el control interno. ¡Ay Brasil! Solo Pelé y bananas, sólo Pele bananas, decía el único vecino, leyendo el diario, meneando la cabeza. Pero el patio no era el reciente Maracaná de Garrincha, sino una larga cancha de mosaicos donde jugábamos a la pelota y la entrada era un largo murallón con una puerta doble de ésas que sólo se abren cuando alguien lava las veredas. La puerta había incorporado el ruido que hacen las bisagras oxidadas sin aceite, y ésta hacía un ruido especial, igual al de todas las casas de cuando se es niño. Una de las puertas tenía tallada una mano de bronce, el llamador, y más abajo un pasamano; debajo, el buzón de las cartas. Un escalón esperaba en sus adentros junto a una canilla alta, al lado del gran macetón con patas donde estaba el vistoso jazmín. Todo era así. Mosaicos dibujados que eran guías en los juegos y que comprendían cuando uno miraba al piso con ganas de llorar”. Extracto de: “El último Kazarenko”.
Por eso el mail recibido, mi novela y la presentación, hacen a esta nota, hubo que escuchar a Ricardo Ferrari, investigador y poeta; a Graciela Montenegro, escritora y directora de EMAC para que la mente haga el resto. Más de cien personas y a sala llena, la poética Driniana basada en las Madres, en las Abuelas, en los Desaparecidos, en la palabra justa a decir de Susana Cella, terminó con aplausos cerrados, sostenidos, que hacen al clamor de la poesía y por ende, de sus poetas. No siempre ocurre, no siempre un público habido da cuenta y presencia, menos en la presentación de un libro.
De ahí entonces: memoria y recuerdos. Poetas que a cuentagotas de monedas cargaron la Sube para llegar al partido de Tres de Febrero a escuchar la voz de una poeta mayor, que con sus 81 años, todavía no ha callado; que su pueblo natal Federación quedo bajo el agua de la represa Salto Grande, que abandonó su celibato por los movimientos de liberación, que fue una de pocas presas bajo el PEN de Isabel Perón y López Rega. Ella, cuya amistad con Laura Bonaparte la signo por siempre.
Todas madres, esa relación tan íntima y personal que nos lega la poesía, y que personalmente como en aquel homenaje en México a Elena Poniatowska, en el 2007, le hable como si fuera mi madre, y ella, la que aún a pesar de sus años sigue denunciando las masacres de estudiantes, ayer Tlatelolco, hoy la de Iguala; asombrada a mis espaldas, se levanta y me besa; es que ellas, las Elenas, las Marías Teresas, las Stellas, las Lauras; todas fueron nuestras madres en las luchas de antaño, ejemplo de época, ejemplo posterior de Madres en busca de hijos o Abuelas de nietos. Nunca abandonaron la palabra, menos el sentir de otro mundo. Ellas como mi madre, en momentos de oscuridad prendieron las velas y atrajeron a los titiriteros, y así dieron la luz. Esa que al nacer nos da la sabiduría de la vida.
“Aprovecho que mi hermana puso internet en casa y te escribo; ahora puedo mandarte mensaje sin que me salga humo de los dedos para que me alcancen las monedas en el ciber...; el admirado poeta Aldo Parfeniuk me mandó además de sus poemas un libro maravilloso sobre la vida, obra y martirio de Alberto Burnichón; Burnichón... ese ser maravilloso cuyo único "delito" para las botas sucias, fue difundir belleza y poesía para combatir la mediocridad; ignoro si tenés el libro, pero hay que difundir este maravilloso texto; es una patriada la que se mandó Aldo rescatando a Burnichón; como vos que "rescataste" a María Teresa Dri y toda su magnífica Poesía; eso también es una "patriada". Yo soy titiritero a la gorra, de plaza en plaza; a veces nos hemos cruzado en lecturas que me invitaron a escuchar la familia de Armando Tejada Gómez y la entrañable Dora Giannoni. Hoy es posible que vuelva a cruzarte; me junté unos $$$, cargué la SUBE (mi capital de $30, quedó ahí adentro) para poder ir a la presentación del libro de Teresa y saludarla y saludarte. Así que, Maestro, te veo dentro de unas horas; vaya mi abrazo y unos poemas de "mi cosecha" que espero te gusten. Firma: Pajarito Cuello”
Cuando me toco hablar (ya había saludado al poeta desconocido), a mi izquierda la entrañable Stella Calloni: periodista, escritora y poeta; y viendo a ambas emocionadas, recordé a mi madre. A esa madre que prendía el candelabro de tres velas. No el de cinco, ni mucho menos el de siete velas, y esto sucedía cuando nos cortaban la luz, mejor dicho, cuando la compañía de electricidad Segba, cortaba la luz por falta de pago. Mi madre, cuando nos cortaban la luz recurría al candelabro, una pequeña reliquia dejada por la abuela. “…En ese entonces en Brasil ya había caído Goulart, y los militares lidiaban por el control interno. ¡Ay Brasil! Solo Pelé y bananas, sólo Pele bananas, decía el único vecino, leyendo el diario, meneando la cabeza. Pero el patio no era el reciente Maracaná de Garrincha, sino una larga cancha de mosaicos donde jugábamos a la pelota y la entrada era un largo murallón con una puerta doble de ésas que sólo se abren cuando alguien lava las veredas. La puerta había incorporado el ruido que hacen las bisagras oxidadas sin aceite, y ésta hacía un ruido especial, igual al de todas las casas de cuando se es niño. Una de las puertas tenía tallada una mano de bronce, el llamador, y más abajo un pasamano; debajo, el buzón de las cartas. Un escalón esperaba en sus adentros junto a una canilla alta, al lado del gran macetón con patas donde estaba el vistoso jazmín. Todo era así. Mosaicos dibujados que eran guías en los juegos y que comprendían cuando uno miraba al piso con ganas de llorar”. Extracto de: “El último Kazarenko”.
Por eso el mail recibido, mi novela y la presentación, hacen a esta nota, hubo que escuchar a Ricardo Ferrari, investigador y poeta; a Graciela Montenegro, escritora y directora de EMAC para que la mente haga el resto. Más de cien personas y a sala llena, la poética Driniana basada en las Madres, en las Abuelas, en los Desaparecidos, en la palabra justa a decir de Susana Cella, terminó con aplausos cerrados, sostenidos, que hacen al clamor de la poesía y por ende, de sus poetas. No siempre ocurre, no siempre un público habido da cuenta y presencia, menos en la presentación de un libro.
De ahí entonces: memoria y recuerdos. Poetas que a cuentagotas de monedas cargaron la Sube para llegar al partido de Tres de Febrero a escuchar la voz de una poeta mayor, que con sus 81 años, todavía no ha callado; que su pueblo natal Federación quedo bajo el agua de la represa Salto Grande, que abandonó su celibato por los movimientos de liberación, que fue una de pocas presas bajo el PEN de Isabel Perón y López Rega. Ella, cuya amistad con Laura Bonaparte la signo por siempre.
Todas madres, esa relación tan íntima y personal que nos lega la poesía, y que personalmente como en aquel homenaje en México a Elena Poniatowska, en el 2007, le hable como si fuera mi madre, y ella, la que aún a pesar de sus años sigue denunciando las masacres de estudiantes, ayer Tlatelolco, hoy la de Iguala; asombrada a mis espaldas, se levanta y me besa; es que ellas, las Elenas, las Marías Teresas, las Stellas, las Lauras; todas fueron nuestras madres en las luchas de antaño, ejemplo de época, ejemplo posterior de Madres en busca de hijos o Abuelas de nietos. Nunca abandonaron la palabra, menos el sentir de otro mundo. Ellas como mi madre, en momentos de oscuridad prendieron las velas y atrajeron a los titiriteros, y así dieron la luz. Esa que al nacer nos da la sabiduría de la vida.
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