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Papelones en la Cumbre
A pesar de haber sido una de las primeras en plantear oficialmente el tema ambiental –en la tercera presidencia de Perón– Argentina está hoy en la retaguardia ecológica.
29.12.2014 22:29 |
Giménez Manolo |
Aún siendo el único vicepresidente en funciones de la historia argentina dos veces procesado por corrupción, nadie expresó objeción alguna cuando nos enteramos de que Amado Boudou sería nuestro representante en la Cumbre del Cambio Climático (COP 20), celebrada en Lima entre el 1 y el 12 de diciembre pasados. Según se dijo, era "apenas un trámite".
Y aunque parecía que ya nada de lo que hiciera nos podía sorprender, el benefactor de La Mancha de Rolando volvió a dar la nota. Esta vez no por alguna factura trucha o un domicilio falso, sino por pedir "ayuda" a los países altamente industrializados –y campeones de la contaminación biosférica– para “avanzar en transferencias tecnológicas masivas que permitan a los países más vulnerables contribuir a la mitigación global, además de resolver cuestiones locales provocadas por el impacto del calentamiento”. Y subrayó en tono sentencioso: “El abordaje de esta problemática no puede convertirse en una nueva fuente de inequidad entre naciones ricas y pobres”.
Esta exposición es algo así como como si se le pidiera a Paul Singer asesoramiento para establecer la equidad y la justicia en el mercado financiero. “Esta sinergia –continuó– permitirá, al mismo tiempo, disminuir el calentamiento y reducir la brecha entre países desarrollados y en desarrollo, incrementando el capital humano”.
Tras el discurso, quedó sembrada la duda: o el risueño Aimé es muy ingenuo o es que fue a Perú detrás de algún buen negocio, personal o político. Es un interrogante pendiente para la historiografía del futuro. Aunque el lector, si lo prefiere, puede ir sacando sus propias conclusiones.
En realidad, Argentina no es ajena al problema, porque si bien el vicepresidente mencionó una serie de políticas destinadas a contrarrestar el calentamiento global y el agotamiento de los recursos naturales –políticas que sólo él conoce–, el nuestro es el segundo país más contaminante de Sudamérica, según el Banco Mundial, y tiene un grave problema por el nivel de emisiones llamadas "de efecto invernadero". Además, somos uno de los denominados "países en desarrollo" que presenta mayores volúmenes de emisiones por habitante, ya que el 90 por ciento de la energía primaria que consumimos proviene de hidrocarburos.
Pero parece que ninguna de estas menudencias es digna de ser incluida en la agenda oficial, tan ocupada en defender a la familia presidencial de la Justicia. Y tal vez el único que ha sabido dimensionar el problema de las huestes criollas ha sido el Papa Francisco, quien advirtió que la disminución del calentamiento global no puede ser más apremiante, por cuanto el incremento de las temperaturas puede producir, en poco tiempo, efectos ambientales y humanitarios devastadores.
También los gobernantes, algo más serios y responsables, del mundo periférico –principal víctima del desastre ecológico– están apostando a que la Conferencia de Naciones Unidas, que se realizará en exactamente un año, permita adoptar un acuerdo de reducción de gases efecto invernadero que sustituya al obsoleto Protocolo de Kioto. Tal como se ha acordado, los países deberán presentar compromisos individuales ante la ONU, para frenar la deforestación, aumentar el desarrollo de energías limpias o reducir el uso de combustibles fósiles.
A pesar de estar a menos de un año de concretar este compromiso, la Cumbre de Perú no despertó muchas esperanzas, ni permitió avanzar demasiado. No sólo por la posición de Estados Unidos o de China, los dos países de mayor contaminación –junto con India, Japón y Rusia representan alrededor del 60 por ciento de las emisiones de carbono del mundo–, sino por la alarmante despreocupación que demostraron los integrantes del Eje Bolivariano (no sólo Argentina) y sus asociados en el Oriente Medio, como Irán y Siria.
Algunos capciosos dijeron que, luego de cada intervención de los representantes islamitas o nacional populares latinoamericanos, al delegado chino le costaba controlar una risita de satisfacción. ¿No será porque esta versión siglo XXI del "antimperialismo" es tan confiable como tener a Boudou de representante?