
Crónica Belgrano - Sur

07.11.2015 10:09 | Reif Luciana |
Llego a la estación, a la cabecera que queda en Barracas, en un punto perdido en el mapa cerca de la cancha de Huracán. Empiezan a llegar a la terminal un grupo de hombres y mujeres, algunas son cholas con grandes vestidos y pañuelos atados a la cintura, tienen en su espalda envueltas en una manta flores de todo tipo, claveles, alelíes, jazmines, rosas, crisantemos. El espectáculo para la vista es increíble, mujeres y hombres con flores cómo mochilas, cargándolas directo hacia el tren, en una procesión silenciosa y diligente con los colores del arco iris sobre sus hombros.
Subo al tren y me siento, como siempre, al lado de la ventana, el paisaje que me da este recorrido desde que sale el tren en Barracas hasta que me bajo en Tapiales, puede no ser propio para una guía que quiere mostrarle al turista la belleza de nuestra ciudad, pero la belleza no siempre es un paisaje, es también una forma de mirar.
Entre la basura amontonada a los costados de la vía pasamos por construcciones sin terminar, por casas de chapa hechas de manera precaria, pasamos por cuatro o cinco potreros donde los pibes juegan a la pelota. Veo edificios iguales, construidos uno al lado del otro, monoblocks gigantes y monstruosos apilados en forma vertical, casas que fueron o serán proyectos de viviendas construidos por el Estado, promesas e ilusión. Veo la torre del Parque de la Ciudad que fue construida por un austríaco en Argentina en 1981, declarada monumento integrante del patrimonio cultural de la Ciudad. Esta torre está ubicada en Soldati, uno de los barrios más postergados de Buenos Aires. En la estación de tren de este barrio, atados a la rama de un árbol cuelgan banderines y cintas rojas, es el gauchito gil, el guardián de los caminos que nos cuida a los que viajamos. Busco ahora mientras escribo la oración dedicada a este santo popular.
Oh, Gauchito Gil,
te pido humildemente
que se cumpla por tu intermedio
ante Dios, el milagro que te pido,
y te prometo que cumpliré mi promesa
y ante Dios te haré ver
y te brindaré mi fiel agradecimiento
y demostración de fe en Dios
y en vos, Gauchito Gil.
Amén.
A medida que viajo van bajando en estaciones diferentes las cholas y los hombres con las flores, pienso en la imagen vista desde arriba, un manojo de puntos de colores que a medida que la geografía avanza, se dispersan en puntos de fuga, llegando a lugares distantes de la ciudad. Vuelvo a pensar en las flores, el domingo es el día de la madre, ahora entiendo por qué las flores, pienso que serán un regalo para aquellas madres que las reciban y les darán algo de comer a aquellos que las vendan.
Miro a la gente que viaja junto a mí en el tren, me pregunto a donde irán, de que trabajaran, que pensarán ellos cuando miran por la ventana, a que cosas les prestaran atención y que otras pasarán por alto. Un chico escucha cumbia a todo volumen, tiene el celular en la mano como un control remoto con el que pasa de canción y la música se escucha tan fuerte como si estos vagones tuvieran alto parlantes. Nadie se queja del sonido, todos estamos un poco ensimismados, y no hace falta mirar al otro, cuando uno tiene cosas internas de las que ocuparse. En el otro vagón dos hermanos juegan sentados en el piso, tienen autitos en sus manos y juegan a chocarlos el uno contra el otro. Hace un año, o dos, este tren en el que ahora viajo, se descarriló en la estación terminal y se incrusto contra la cafetería, no hubo incidentes porque el local estaba cerrado, y era tan de madrugada que todavía no había pasajeros circulando. Creo que todos los que vivimos en Buenos Aires y viajamos en tren tenemos un poco asimilada la ideal del choque, los vagones descarrilándose como un cuerpo que se desarma de golpe.
Vuelvo a mirar a los chicos que ahora comen galletitas que les da su mama, la miro a ella y tiene el cuerpo cansado, la piel tensa como quien se preocupa demasiado, pero los hijos se ríen mientras a ella le queda una galletita de chocolate suspendida en la mano, hasta que vuelve a arrancar el tren, y ella también vuelve a arrancar y mira a sus hijos que le sacan la galletita de la mano.
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