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Javier Romero

Por Javier Romero

Escritor.Coordinador del Taller literario "Experiencia Letras" (La Matanza). Profesor de Lengua y literatura

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Don Quijote de arrabal

 
Don Quijote de arrabal

23.03.2020 13:32 |  Romero Javier | 

Así llamaba el gran poeta Horacio Ferrer (autor de “Balada para un loco” junto con Astor Piazzolla) a su amigo, el escritor y poeta Hugo Enrique Salerno, hijo del barrio de Boedo desde el segundo día de diciembre de 1942, signado por la historia y la fama de ese barrio de Buenos Aires.
Decir Boedo es decir poesía urbana, es hablar de la bohemia deambulando entre los bares que amparan indiscriminadamente a todos, locas y locos de la vida, sueltos y solitarios, frescos y cansados, malevos y laburantes, buscavidas y amantes; es debatir del proletariado que yuga de sol a sol y que, para mitigar sus dolencias nacidas “desde el alma”, canturrea entre labios el lunfardo arrabalero de un tango compadrito y sentimental; es el pensar melancólico del amor entre zaguanes. Los poetas de la época de oro de ese barrio porteño y cosmopolita manyaron una cosmovisión realista y frugal, la de los márgenes de la gran urbe, la de seres atareados y desbordantes de multiculturalidad, con personajes por los que fluía un lenguaje nacido del castellano duro apropiado a los tumbos por “tanos”, “gallegos”, “turcos”, “rusos” y otros tantos que venían a “hacerse la América”, excluidos y desclasados de la Europa del desempleo, de la mortal Segunda Guerra y del hambre que alimentaban los odios fratricidas. La verdad sin vueltas, mundana, caminaba absurda entre los adoquines por esa década del ‘40, mientras retumbaban en la radio los fuelles y las orquestas de los grandes maestros del dos por cuatro. Fue bajo la turbulenta presidencia de Ramón Castillo cuando la luz iluminó a nuestro poeta, mientras el mundo estaba en medio del caos de la guerra inhumana a la que todavía le faltaba tres años para concluir. Luego vinieron los dictadores Ramírez y Farrell con un tal Juan Domingo de Secretario de Trabajo y Previsión (y después ya sabemos lo que pasó). El clima social efervescente de la década jugaba con las mujeres y los hombres de a pie que batallaban con el anarquismo, el socialismo y el peronismo naciente contra los poderosos de siempre.
En el ‘40 todavía pululaban por los adoquines de Boedo la fama y las leyendas de aquellos escritores que marcaron la cultura ciudadana con identidad nacional como los del Grupo de Boedo: César Tiempo, Leónidas Barletta, Álvaro Yunque, Roberto Mariani, Elías Castelnuovo, Raúl González Tuñón y el inefable Roberto Arlt (que pululaba también por el Grupo de Florida) entre otros próceres de la poética. Al compás de Pichuco, de Francisco Fiorentino, de Angelito Vargas, de Homero Manzi, de Cátulo Castillo y de Julián Centeya brotaron de la pluma de Hugo Salerno tangos, milongas y canciones como “Andante en bondi”, “Pa’ que siga habiendo guapos”, “Los ojos de Antonia”, “Boliche de estaño” o “Los taitas rockeros”, composiciones que reflejaban la realidad ciudadana y sus matices en constantes cambios juveniles con ironía y humor.
“Yo empiezo a querer escribir a los 9 años porque vi la película ‘Mi noche triste’ sobre la vida de Contursi y lo único que quería era escribir un tango. Tardé un poco porque  lo escribí a los 30 y pico, un poco lerdo pero lo intenté… y después la juventud comunista, Guillén, Neruda, los poetas sociales. Paso del tango nostálgico a buscar los poemas sociales, Yupanqui; y todo cambia cuando descubro el surrealismo. Ahí recién descubro la poesía. Antes sólo tenía poemas. Quería descubrir el poema que decía de la bandera roja y la revolución”, comentaba Salerno en una entrevista. Para él, la poesía era un sueño escrito y la realidad drama más comedia, mezclados.
En su trayectoria publicó los libros “Uno de dos” (junto al poeta Omar Cao) en 1974, “Raiz del sol” con una mención especial del premio El Bardo de Barcelona en 1978. El libro “Andante en Bondi” salió en 1996, “Baldío Natal” en 2006 y “Gorrión Fénix” en 2011. En el año 2017 se publica una recopilación artística realizada por su amigo el poeta Omar Cao, que reúne gran parte de su obra titulada “Casi todo Salerno”. Participó en las antologías de tango y poesía “Esquinas sin ochava”, “Pasión de Boedos Aires”, “Café Margot”, “Las voces somos”, “Conjuro”, “El tango que viene” y “Más de cien tangos nuevos”. Figura también en la “Epopeya del Tango Cantado”, de Horacio Ferrer quien le dedicó la milonga “Don Quijote de Arrabal”.
Con su vida dedicada a la cultura, en 1975 funda junto a Isabel Ortiz y Omar Cao el grupo y revista literaria “La luna que se cortó con la botella” y en 1979 el grupo “Bardo-Neón” junto a Diego Arguindegui y Vicente Fortiniti. Fue columnista en la revistas “Buenos Aires tango y lo demás” y “Riachuelo”; también creador y conductor del programa de radio “Gorrión Fénix” de FM Reconquista durante más de 20 años. Participó como columnista del programa “A través del Tango” de Oscar del Priore e integró la comisión directiva de Letrango (Agrupación de Letristas de Tango). Junto  al músico y guitarrista Marcelo Saracini fundó la agrupación “Andante en Bondi” con un espectáculo de tango y poesía, lo que se transformó además en un disco. El proyecto duró aproximadamente 10 años y giró por diferentes escenarios del país en el que participaron diferentes artistas. El tango “Los taitas rockeros” (letra de Salerno y música de Saraceni) obtuvo una mención especial en el certamen Hugo del Carril 1989. En el año 2003 Hugo Salerno fue homenajeado por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires como poeta y periodista, recibió el premio “El Des orden de la Tuerca” y otra del Museo Saavedra a su trayectoria. Nuestro poeta era habitué del Café Tortoni, en el mismo que se vio una vez al director de Hollywood Francis Ford Coppola (que había venido a filmar a Buenos Aires) leer su libro “Baldío natal”. Una foto del momento colgada en las paredes del Tortoni lo confirma. En el 2018 presentó su libro “Deuda de fuego” en la Academia Porteña de Lunfardo.
Si se puede acorralar en etiquetas a un poeta como Hugo Enrique Salerno, podría ser entre realista y surrealista, ecléctico e informal, crítico y atrevido, vanguardista y tanguero, anarquista y raro: compuestos indispensables para una fórmula de la utopía hecha poesía, hecha un modus vivendi. A las pruebas me remito:

Los taitas rockeros

Tango 1998

Música: Marcelo Saraceni

Letra: Hugo Salerno


Los taitas rockeros se movían en la esquina

flameaban al viento sus lengues de color

pintaron flores en el buzón

y algunas sembraron

entre adoquín y adoquín.


Los taitas rockeros

adornaron su guitarra con una mariposa

como sacada de la etiqueta de la grapa

y vendieron sus cuchillos

en la plaza San Martín.

Gardel, Spinetta,

Bob Dylan y Villoldo.

Armónica y guitarra,

con bajo y bandoneón.


Los taitas rockeros chamuyan su lunfardo

honda no es gomera

y pucho un faso entero.

El loco es piola

pero el chabón que está de la nuca

va derechito al loquero.


Los nuevos malevos hoy se llaman: «metal»

ya no corre sangre cuando la cortás

y en el pasaje del arrabal

el puesto de la feria

vende fruta artesanal.


Los taitas rockeros

no dejaron de ser guapos

sentí hablar de uno

que mató mil.

 

De “Gorrión Fénix”

Luces con aureolas

parecen san farol

las barreras son jirafas serviles

que agachan sus cogotes cuando pasa el tren

El tren es una serpiente con ruedas

El pasto con rocío me moja los zapatos

no saben que son los únicos

y que voy a laburar


* * *

Nació la flor del amor

en la orilla del río

cuando el sol enrojecía de atardecer

y la resolana acariciaba los pastos

en la hora del vuelo

del último pájaro


* * *

Miró a su alrededor,

verificando que nadie

le preste atención,

con cuidadoso disimulo

metió una mano en el bolsillo,

contó la plata.

Miró de nuevo a su alrededor,

volvió a contar y se dijo:

hoy se puede;


¡Mozo… fresco y batata!


* * *

Puedo volcar mi angustia

y colgarla de un clavo,

para cuando estoy contento

dibujarle una sonrisa al lado.

Para compararlas y así lograr un equilibrio.


Equilibrio que estoy pidiendo

y me encuentro cayendo

en la confusión de las horas.

Son mis horas que se mezclan

en una agenda enloquecida

por las agujas de un reloj

girando veloces.

Escribo

y me asusta lo que escribo.

Me divido en dos

y quiero saber

cuál de los dos soy yo.

¿Cuál es el equivocado?

O son errores en vueltas desordenada.


 

Exilio

En el mecánico paisaje del aeropuerto

tus lágrimas rodaron,

nuestras lágrimas rodaron.

Para afuera algunas,

para adentro otras.


Por una escalera de hierro

pasaste al vientre

del pájaro metálico

para recorrer las distancias

de la fría matemática 

con que se divide el planeta.


Levantaste vuelo

en el final de una tarde

transformada en paloma

sin fronteras.


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