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Había una vez un circo

 El fervor popular se vuelca a la política. Los grandes espectáculos ya no convocan al público. Despreciados por algunos, amados por otros, todos los circos tienen su encanto. Señoras, señores: La patria fría. 
 
 Había una vez un circo

31.05.2013 08:49 |  Bordegaray Lucho  | 

A un pueblo entrerriano, en tiempos del justicialismo (es decir, el movimiento que a partir de 1952 devino en peronismo), llega un circo. Carpa, dueño, león, domador, payaso, funámbulo, bella asistente y enano; está todo. El problema es una fuerte e inesperada competencia: el día de la función, pasa Evita por ahí mismo. Y, con excepción de unos pocos, el pueblo entero se acerca a saludarla, a escucharla, a recibir algo, a agradecerle.
El fracaso de la convocatoria tiene desde entonces dos explicaciones, pues mientras para algunos es el triunfo del circo político sobre las tradiciones nacionales, para otros es la manifestación de que las masas ya no desean ser más espectadoras y se encuentran por primera vez con la posibilidad de ser protagonistas de la propia historia e incluso de la historia y del presente. Pero el justicialismo, el peronismo, la sociedad y la vida misma de cada persona y de cada sociedad no pueden ser entendidos de manera monolítica ya que siempre habrá contradicciones donde haya seres humanos. Y en esas contradicciones abunda y ahonda La patria fría, obra que abrió la Trilogía Argentina Amateur con la que Andrés Binetti y Mariano Saba se asoman (y meten mano y se posicionan sin falsas intenciones de asepsia) en tres momentos decisivos de la Argentina del siglo veinte.
Volvamos a la troupe del circo, en la que convive una reconocible variedad de perfiles sociopolíticos. Empezando por el dueño, quien no pierde ocasión de echar en cara su calidad de jefe (o amo) hasta que recuerda las bondades de la socialización cuando hay que repartir pérdidas. Al que le siguen el payaso con su discurso cooperativista, el domador que no puede disimular su filiación nazi, la asistente que es la última para todo por su condición de mujer y paraguaya, el funámbulo sin ningún interés y, especialmente, el ex enano, que ya creció y no le sirve al dueño, evidente referencia a los sectores que son útiles al poder mientras se mantienen marginales, pequeños, en fin, dominables, pero no hay dominador que acepte a un dominado que le compita en tamaño, y por eso es que su solo crecimiento es entendido como rebelión, como ataque, como división. Algo que todavía podemos constatar a diario en nuestra Argentina.
Al enano que pierde su lugar por crecer se le contrapone el único espectador que se nos presenta. Ese hombre no conoce otra manera de sobrevivir si no es sometiéndose, vendiéndose, suplicando al poderoso, incluso a un módico poderoso como es el dueño de un circo venido a menos. Y con pretensiones de mostrarse por fuera de todo esto –que es conflicto y puja de intereses–, el crítico con su supuesta asepsia y objetividad, al que pronto le descubrimos sus manipulaciones y usos y abusos de su profesión. Es el típico denunciante de la polarización social que se beneficia recostado sobre un sector y despreciando al otro pero que asume esa división con tal naturalidad que no la entiende como tal.
Cualquier parecido con la actualidad es precisa intención de los autores. Y no porque hayamos vuelto atrás sesenta años, sino porque siempre hay dueños de circos que siempre necesitan que los enanos no crezcan. 
Lucho Bordegaray
 
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de La patria fría las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra21529-la-patria-fria
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