Después del aire nos lleva al temprano mundo de los radioteatros centrándose en sus incipientes estrellas y en la contradicción en que incurren al decir que se desviven por el pueblo a la vez que menosprecian su protagonismo político.
Semanas atrás, en esta misma columna daba cuenta de La patria fría, primera parte de la Trilogía Argentina Amateur escrita por Andrés Binetti y Mariano Saba. Esta nota se ocupa de la segunda entrega de la saga, cronológicamente previa a la anterior, pues aquella ocurría en 1948, en tanto que esta tiene fecha exacta: 3 de julio de 1933, el día de la muerte de Hipólito Yrigoyen.
A un estudio de radio (que a su temprana tecnología le suma una inocultable precariedad) van llegando los artistas de la emisora: son quienes le ponen voz y vida al radioteatro, un género nuevo que lejos está todavía de llegar a su apogeo. Pero, a juzgar por sus declaraciones, estas personas no necesitan del éxito para considerarse grandes figuras. Y aquí, en este punto, me detengo para hacer una observación: la irrupción del cine y de la radio (luego la televisión empeoraría todo) en el ámbito de las artes interpretativas desató el reconocimiento masivo de artistas, provocando que cientos de personas alcanzasen una trascendencia antes inimaginable que les daría acceso a ámbitos exclusivos en lo más selecto de sus respectivas sociedades. Ahora bien, si ser estrella era (y sigue siendo) un pasaporte a la high society, copiar modos y modas e incluso ideologías de esa crema era (y es) una manera sencilla de aparentar lo que no se es pero, a la vez, mostrar plena predisposición para serlo, lo que resulta una estrategia tan extendida como muchas veces irreflexiva.
Volvamos al estudio de radio, y ahí veremos lo que acabo de señalar: gente de clase media, un sector claramente beneficiado por los primeros gobiernos radicales (1916-1930), haciendo alarde de su adhesión al gobierno fraudulento de Justo y despreciando particularmente al depuesto Yrigoyen. Este raro sentido de ajenidad a la propia clase y de apoyo a quienes seguramente perjudicarán el propio estándar de vida explica las reacciones de este elenco de radioteatro. Para decirlo simplemente, son los que en el barrio llamamos “venidos a más”.
En ese grupo se distingue el locutor, que no esconde su filiación radical pese al desprestigio y hasta la censura que ello merecía. Y, cantinela persistente, se lo acusa de meter la política en el trabajo con su compromiso partidario porque, ¡por supuesto!, los ultrajes a Yrigoyen y el disfrute de su muerte no son entendidos como reacciones políticas.
Después del aire expone la siempre (siempre, sí) incómoda relación entre política y artistas, esa que indudablemente fue más cruda y más nociva cuanto menos fue asumida, cuanto menos fue exteriorizada. La que es indispensable, porque el arte interviene con su discurso en la trama social y en los asuntos públicos, y sólo los fallutos que no quieren pagar costos pueden creerse artistas manteniéndose fuera de las discusiones de su época, ajenos a los conflictos y eximidos de toda ética.
Como el teatro nunca acaba cuando termina la función, imaginemos –sin la ayuda de los dramaturgos– qué reacción habrá tenido ese elenco “contrera” tres días después, cuando una multitud jamás vista hasta entonces en Buenos Aires acompaña los restos de Yrigoyen. Imaginemos en qué lugar quedan los artistas cuando no pueden, no saben o no quieren registrar el sentir de las masas reivindicadas por gobiernos a los que, según donde nos paremos, denominamos populares o populistas.
Lucho Bordegaray
La ficha artística y técnica y la información de las funciones de esta puesta de Después del aire las encontrarás actualizadas en http://www.alternativateatral.com/obra23927-despues-del-aire