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¿Quién compró el diccionario de la Casa Rosada?

Ya sea en clave neoliberal o populista, el concepto de "modernización", empleado por nuestros gobiernos, adopta siempre acepciones en un idioma ajeno. 

05.08.2013 09:36 |  Giménez Manolo  | 

A partir del acuerdo firmado con la trasnacional energética Chevron, se reinstaló en la política local la discusión sobre las ventajas del aporte tecnológico extranjero y "de avanzada" en el desarrollo económico argentino.  
 
No quiero referirme aquí a las múltiples objeciones que ha recibido la firma del acuerdo, sino a la base doctrinal de su justificación que, al decir de don Alfredo Calcagno (padre), nos aconseja subir la tren de la modernización (como si hubiera uno solo), "aunque no sepamos si va adonde queremos ir, e ignoremos si nos van a subir como pasajeros o como personal de servicio, al que se devuelve al punto inicial una vez terminado el viaje, o si a la llegada seremos trabajadores inmigrados".  
 
El aporte de este gran economista criollo es de enorme importancia ya que, en todos los procesos de modernización integral que se dieron en la historia del capitalismo, la modernización calificó su importancia en tanto instrumento de la unidad y la homogeneidad nacional. Es decir, que la auténtica modernización -la que merece tal nombre- en los países con desarrollo desigual, como la Argentina, donde grandes zonas de atraso conviven con instalaciones de alta tecnología (extranjera), es la que sirve para consolidar la unidad nacional y la integración regional. 
 
"La tecnología orientada al desarrollo de enclaves exportadores -escribió alguna vez  Calcagno- tendrá un débil dinamismo sobre el conjunto económico y social, en la medida en que se base en la explotación de recursos naturales y en salarios bajos". 
 
Esta descripción se corresponde, perfectamente, al modelo de radicación que se ofrece en la Argentina kirchnerista a las corporaciones trasnacionales. Ahora hablamos de Chevrón pero, desde los mismos tópicos conceptuales, podría hablarse de Monsanto o Barrick Gold, entre otros ejemplos posibles 
 
Los que hoy llamamos "países desarrollados" pusieron en práctica el modelo modernizador más acorde a sus necesidades y coordenadas históricas, a fin de elevar la jerarquía del conjunto de su sistema productivo y han solucionar los requerimientos básicos de la mayoría de su población. Por eso, la competitividad internacional de sus exportaciones es el resultado natural de un desarrollo nacional armónico. 
 
En cambio, cuando se plantea la modernización como la especialización en algunas actividades para la exportación -especialmente en materias primas y recursos naturales extraíbles-  o en ciertas islas de alta productividad -ensamblaje de autopartes o electrodomésticos, por ejemplo- , lo que se busca es integrarnos a un proceso de acumulación exógeno, desarrollando algunas ramas específicas a espaldas del conjunto de la producción y el mercado interno nacional. 
 
Este tipo de modernización, comandado por las corporaciones trasnacionales controlantes de los mercados consumidores con mayor densidad -entre ellos, el tan familiar mercado sojero orientado a la demandante China- propende a las actividades concentradas y excluyentes, sostenidas por "ventajas competitivas", como los bajos salarios o los subsidios estatales, bajo la forma de préstamos accesibles -como los otorgados por Ansses- o exenciones fiscales, como las que gozan mineras y petroleras. 
 
Para un país como Argentina -como para el resto de los pueblos que integran el conjunto de la escindida Nación Hispanoamericana- la modernización consiste, por una parte, en el aumento de la productividad del trabajo; y por la otra, que los valores así creados se utilicen preferentemente para aumentar la dotación de capital y para elevar el bienestar y el consumo popular. 
 
Es decir, que la modernización no consiste en la tecnificación para el logro de los objetivos que persiguen las empresas, de acuerdo con sus circunstancias propias y siguiendo la inapelable lógica de las ganancias, tanto en el mercado mundial de materias primas como en el financiero. En este último aspecto, es oportuno considerar que Barrick Gold  podría abandonar Pascua Lama, por la baja tendencial de los metales preciosos en el mercado mundial: tal es la "integración" de estos gigantes del saqueo. 
 
Por el contrario, la modernización auténtica se orienta a la obtención de las metas nacionales, fijadas por las necesidades internas y de acuerdo con nuestras aspiraciones y posibilidades.  
 
Una modernización de este tipo no se detiene, necesariamente, ante los riesgos de las cotizaciones, ya que está orientada a una acumulación capitalista de base y no anclada en la valorización financiera, como ocurre con la dinámica que se sostiene, exclusivamente, en la radicación de capitales.   
 
En tal sentido, la correcta dimensión modernizadora consiste, también, en adaptar las tecnologías físicas, cualquiera sea su origen, a las tecnologías sociales más acordes al desarrollo de las fuerzas productivas locales y preservando, aunque suponga nuevos costos y no redunde en la optimización de ganancias, el patrimonio ambiental para las generaciones presentes y futuras. 
 
Para cerrar la idea, incorporo una recomendación del cientista argentino, Oscar Varsavsky, cuando decía que "una política adecuada debería partir de la lista de necesidades y del inventario de recursos, y en base a ellos se establecer cuáles son las mejores tecnologías para cumplir con los objetivos determinados en el proyecto nacional". 
 
Visto de este modo, la modernización argentina termina definiéndose como el exacto contrario de la práctica de inversiones sostenida por el Estado nacional. Y todo parece indicar que el último diccionario, para uso presidencial, fue comprado en 1955. 
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