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El tío de Cristina

 La historia, maestra de la política, puede ofrecer algunas pistas para entender la transición política que se viene. 
 

26.08.2013 09:36 |  Giménez Manolo  | 

Está claro que la adopción del nombre La Cámpora responde mucho más a los juegos simbólicos de la maniquea leyenda setentista, reciclada por la propaganda gubernamental hasta hace unos meses, que al retrato historiográfico estricto de aquel servicial dirigente de San Andrés de Giles, que llegó a Presidente como muleto de Perón.  
 
Está claro, insisto, pues si la agrupación se referenciara en el personaje histórico real, no debería oponer el menor reparo a que la línea sucesoria de la Presidente pasara por Daniel Scioli. Porque el anodino gobernador bonaerense es, dentro del elenco kirchnerista, el ejemplar más parecido al modelo de obsecuencia burocrática que encarnó Cámpora a lo largo su trayectoria. 
 
Políticamente conservador y de costumbres simples en la ciudad bonaerense donde se había radicado (en 1944 fue delegado municipal, cargo que desempeñó sin ninguna turbulencia), cuando presidió la Cámara de Diputados, entre 1948 y 1952, Cámpora se convirtió en un despiadado ejecutor a las órdenes del Poder Ejecutivo y de las altas jerarquías partidarias. 
 
Pero tal cambio de actitud no estuvo acompañado por ninguna clase de radicalización ideológica o discursiva. Al contrario: sus contemporáneos en el Congreso lo recuerdan expulsando a un diputado de la oposición, por ejemplo, con la misma pasividad con que escribía una nota de agradecimiento al párroco de Giles. 
 
No fue un caso aislado. El peronismo de la era clásica se caracterizó por prohijar la obediencia funcional como eje de la actividad política. Lo cual no disminuye en nada su naturaleza social e históricamente progresiva. Pero lo condenó al aislamiento y la derrota, cuando el enjambre de aduladores desplazó a los cuadros políticamente más creativos y socialmente representativos del movimiento gestado en el 45.  
 
Es que la burocracia política y sindical cumple un rol inevitable dentro del movimiento nacional o del gobierno al que sostiene. Como bien señala el escritor socialista Ernest Mandel, la total supresión de los aparatos "lo condenaría a un mediocre primitivismo", por lo que su creación "resulta absolutamente indispensable, así como la aparición de funcionarios". Pero también advierte que "esto provoca fenómenos de fetichismo y deificación (…) y el reflejo ideológico de dicha situación es que llegan a considerar su actividad como un fin en sí". 
 
Cámpora pensaba la política como un fin en sí y respondió siempre a este esquema de funcionamiento. Aún cuando pareció convertirse al difuso "socialismo nacional" de 1973, lo hizo por simple adaptación al programa del nuevo "peronismo" impuesto por los elementos demoliberales de izquierda cosmopolita y filomontonera que lo rodeaban, encabezados por el ministro Esteban Righi. Porque Cámpora, en síntesis, era un burócrata: nunca actuó ni pensó por su cuenta. 
 
Tampoco Scioli. Por ello no estoy muy de acuerdo con quienes lo señalan como un oportunista o un mercenario. Scioli considera la política como un sistema de obediencias. De allí que acuse a Massa de "irse con Macri" (aunque todo haga pensar que será exactamente al revés). Porque para él, todo cambio de posición implica una alteración en la cadena de obediencia: si ya no está con Cristina, es porque "se fue con alguien". 
 
Scioli respeta "la gestión", sin preguntarse por los contenidos de clase o de integridad nacional que definen sus objetivos ulteriores; porque entiende -siguiendo el modelo descrito por Mandel- que el único objetivo de la política es la política. Así, pasó por los gobiernos de Menem, Rodríguez Saá, Kirchner o Cristina, sin oponer la más mínima objeción. Y cuando, por descuido, sus declaraciones se salieron del libreto, aceptó sumisamente las reprimendas y se llamó a silencio. 
 
Son estos rasgos los que hoy lo convierten en un elemento esencial para el kirchnerismo en retirada, aunque su figura sea poco afín a los deseos imaginarios del encogido progresismo que aún permanece cerca de la Presidente. 
 
Porque sólo alguien como Scioli puede cumplir fielmente el papel de dique de contención, para evitar el éxodo de los intendentes bonaerenses hacia el massismo, o de figura de transición para tranquilizar al establishment económico, que ya sospecha una partida adelantada de Cristina. 
 
Cámpora no entendió que el 11 de marzo de 1973 terminaba su misión. Seguramente, porque confiaba más en los mecanismos internos de la política que en la voluntad popular. Fue su ruina y creo que nunca llegó a comprender , enteramente, lo que había pasado. Scioli, de convicciones burocráticas muy parecidas, está a punto de hipotecarse a una causa política, ya del todo ajena a la dirección elegida por las grandes mayorías. 
 
No falta mucho tiempo para que descubra su error. 
 
 
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