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Reino vegetal - Fernando Andrés Puga & Sergio Gaut vel Hartman
23.06.2014 09:25 |
Noticias DiaxDia |
Ayer, mientras me afeitaba, vi que se metía por el tragaluz del baño. No me sorprendí. De vez en cuando sucede. Así que tomé la pequeña tijera con la que arreglo mis uñas y la corté.
Cuando regresé a casa por la tarde y la volví a ver allí, dudé por un instante, pero finalmente me dije que, a pesar de haberlo pensado, no la había cortado y entonces sí, con clara conciencia, lo hice.
Hoy por la mañana la enredadera ya se había agarrado a los azulejos y cubría una superficie bastante grande. Me asusté, así que tomé coraje y fui hacia la casa del vecino. Desde que nos peleamos por el tema de la medianera no hemos vuelto a dirigirnos la palabra, pero tenía que averiguar qué estaba pasando. Que yo sepa, no hay ninguna especie que crezca con tanta velocidad y menos en esta época del año.
—¿Qué quiere? —dijo Nepomuceno Estigarribia, mi vecino, de tan mal talante como siempre—.
¿Ya se olvidó que no nos dirigimos la palabra?
—No vengo a visitarlo para reanudar una cálida y entrañable amistad —le respondí con sorna—.
¿Me puede decir qué pasa con la enredadera?
—Eso, ¿qué pasa? ¿No le alcanzó con la medianera que ahora quiere guerra por el asunto de la enredadera? ¿Es aficionado al cacofonismo, usted?
—Le estoy haciendo una pregunta directa y concreta —bufé, aunque tratando de atemperar el tono de la escalada—. Crece desmesuradamente. Se mete en mi casa, por la ventana del baño, en la sala y amenaza los dormitorios.
—¿Me puede explicar qué tiene de amenazador el crecimiento de un noble ser vegetal?
—Un ser vegetal, como usted lo llama, pasa a ser amenazador si crece sin control.
—¿Le roba las galletitas? ¿Le ensucia el patio con su savia? ¡Por favor, no diga estupideces!
Recordé mis tiempos de rugbier y lo eludí limpiamente; trató de taclearme y cayó como una bolsa de papas arrojada desde un camión; era lo que había calculado. Llegué a la base de la enredadera, saqué el hacha que había tenido la precaución de llevar y le asesté un primer golpe, titánico.
—¿Qué hace, animal? —exclamó la enredadera con voz de dibujo animado. Dejé el hacha en el suelo, absolutamente anonadado, justo en el momento en que Nepomuceno Estigarribia asía el cuello de mi camisa y el fondillo de mis pantalones. Es un energúmeno, Nepomuceno.
—¿Qué hace, animal? —exclamó mi vecino, aunque su voz no se parecía en nada a la de la enredadera.
—¡Habló! —balbuceé—; la enredadera me habló.
—Porque es un ser delicado y cortés. Ante semejante agresión yo hubiera reaccionado de otro modo. Hubiera actuado como usted se merece.
Cansado de los sarcasmos de Nepomuceno, me dispuse a zamparle un puñetazo, pero la planta rastrera me lo impidió. Se enroscó por mis tobillos, inmovilizándome, y avanzó por mi tronco hasta cubrirlo por completo.
—¡¿De dónde sacó esta planta?! —le pregunté a Nepomuceno con el último aliento—. ¡Por favor!
¡Dígale que se detenga!
—Ni modo. Me temo que no acepta órdenes— contestó el muy turro sin perder la sonrisa—. Y más vale que piense en algo, porque lo asfixiará en segundos. Por lo menos pídale perdón por haberla agredido tan desconsideradamente. Aunque dudo que con eso logre algo.
Sabiendo que el desenlace era inminente, intenté balbucear una disculpa, pero de mi boca apenas salió un hilo de voz. A juzgar por la reacción de la planta, creo que lo tomó como un insulto.
Mientras me voy desvaneciendo, alcanzo a observar cómo Nepomuceno la acaricia. Ella emite un sonido difícil de describir. Parece un ronroneo.