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¿Argentina o el asteroide 325 del Principito? Por Patricia De Ferrari

11.10.2014 12:07 |  Noticias DiaxDia  | 

En las últimas semanas, el modo en el que el kirchnerismo y especialmente su líder, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, se comporta, hace que los argentinos sintamos, no sin cierta incomodidad, que volvimos a nuestra infancia.
Vernos sometidos a las ya habituales cadenas oficiales, en las que nada de interés se anuncie o suceda, o escuchar sus cada vez más frecuentes discursos (me arriesgaría a calificarlos también como cada vez más lejanos a la realidad), nos obligan a recordar aquellos días en los que nuestros padres nos leían la fenomenal obra de Saint Exupery, “El Principito”.
El gobierno se esfuerza en demostrar que ejerce el poder desde la perspectiva del método o los principios de Laclau, o algunos piensan en los enunciados formulados por Maquiavelo en su obra “El Príncipe”, al tiempo que la misma Crisitina se referencia con exóticos personajes.
Pero en el fondo actúan como si Argentina fuese el Asteroide 325, habitado por aquél rey que sólo veía súbditos en cada ser vivo, que aspiraba a ser obedecido en todo momento y pretendía reinar sobre todo el universo. Cada día, Cristina da órdenes en el mejor estilo de ese monarca que decía te ordeno que “no bosteces” y luego cambiaba a “te ordeno bostezar”. No cuesta demasiado imaginar a Cristina, desde su rabiosa soledad de Olivos levantando teléfonos para emitir órdenes, tajantes e inapelables. “Te ordeno que no devalúes”, seguido de un “te ordeno que devalúes”, para luego ir a otro “te ordeno que negocies con los organismos internacionales, porque somos pagadores seriales”, cortado abruptamente por un “te ordeno que no paguemos más, por lo de que la patria no se negocia” o “te ordeno guardar el Código hasta nuevo aviso”, para volver a decir, “les ordeno que saquen el Código y lo voten ya”.
Son tantas las órdenes que vienen de una forma, para ser cambiadas abruptamente por la contraria, que se pierde la cuenta y algunas terminan en parodias. Pareciera que, como aquel rey, el solo hecho de ser la lleva a la Presidente a sentir la férrea necesidad de mostrar que ella y sólo ella manda. Y todos, oposición, ciudadanos, jueces, empresarios, trabajadores, docentes, todos, debemos obedecer el capricho del día, o atenernos a las consecuencias.

El Gobierno pretende juzgar a todos, y a la presidente sólo le importa ser obedecida y aplaudida por sus fieles y transitar su épica. Porque si no, ¿cómo se entiende que la primera Mandataria en uno de sus discursos denuncie haber sufrido amenazas mientras sus seguidores la aplaudían muy divertidos? ¿Tan lejos llega su necesidad de llamar la atención? ¿Sus fieles súbditos no toman en serio a su rey, que les ordena atemorizarse? ¿O es que está tan claro que es parte del relato que ni siquiera amerita tomarla en serio? Todo es preocupante, ciertamente.
Ojalá alguien pudiera decirle, que la ficción que nos fascinó durante la infancia cobra total realidad en este presente, pero que los argentinos queremos vivir en un país real, con democracia y reglas de juego claras, y no sumidos en sus fantasías. Es lo menos que nos merecemos.

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