Fronteras del miedo - La vida de Ramos Mejía en un libro para entender su vida y pensamiento
15.01.2016 07:30 | Noticias DiaxDia |
El autor se embarcó en el estudio y rescate de figuras de la línea revolucionaria de Mayo o vinculadas a ella. Así nos dio El Belgrano que nos ocultaron (2008) y luego Pedagogía para la sumisión (2010).
Fronteras del miedo, su obra póstuma, de Acercándonos Ediciones, Serie del Bicentenario, aborda una figura poco conocida a nivel general, si bien sobre ella existen diversos estudios y fuentes informativas que Chavidoni ha recorrido exhaustivamente, agregando otras por primera vez identificadas y consultadas. Se trata de Francisco Hermógenes Ramos Mejía (en su época más conocido como Don Pancho Ramos), amigo de Belgrano y hombre ideológicamente próximo a la línea de Mariano Moreno, Juan José Castelli, Bernardo de Monteagudo y demás integrantes del núcleo propiamente revolucionario y en coincidencia con el ideario de los Libertadores: San Martín, Bolívar y Artigas. Este alineamiento fue el que lo llevó a rechazar el cargo de Alcalde de Primer Voto que le fuera ofrecido por integrantes del saavedrismo, como destaca el autor.
Ramos Mejía, tal como señala, fue “uno de los pocos hacendados que financiaron las expediciones” de los ejércitos revolucionarios enviados al Paraguay y al Alto Perú, y agrega: “no se puede decir lo mismo de los Anchorena, (López) Osornio, Rosas y Terrero, por ejemplo”.
Chavidoni se asoma a un tema poco investigado y menos aún difundido en el ámbito de la enseñanza: la financiación de las campañas emancipadoras. Como ejemplo: ¿a quién le han informado en los claustros educativos que la campaña de San Martín al Perú fue posible, en gran medida, gracias a Nicolás Rodríguez Peña (miembro del grupo jacobino de Mayo exiliado en Chile), quien puso su fortuna al servicio de la libertad del continente y gestionó otras contribuciones y préstamos?
La frontera del Salado en Buenos Aires. Primera herejía de Don Pancho
La familia Ramos Mejía provenía del Alto Perú, hoy Bolivia. Decidido su traslado al sur y liquidados sus bienes en aquella región, la actuación posterior de Francisco se desarrollaría sobre todo en dos ámbitos rurales: el primero, relativamente próximo a Buenos Aires, su chacra de Los Tapiales; y el segundo, los campos de Kakel Huincul y Mari Huincul, al sur del río Salado, donde fundó su estancia Miraflores, así llamada en recuerdo de otra propiedad altoperuana.
Don Pancho Ramos no fue el primer ganadero en radicarse al sur del Salado –hasta alrededor de 1820, límite natural entre las tierras ocupadas por los hispanocriollos y los territorios indígenas–, pero sí uno de los primeros, y además lo hizo en forma absolutamente singular, sin precedentes, protagonizando un episodio casi escandaloso para las clases dominantes de la época y que en forma indirecta remarcaba la oposición ideológica entre los dos proyectos enfrentados desde Mayo de 1810: el revolucionario y el meramente rupturista con España.
Ramos Mejía permitió, a las tribus que así lo quisieran, seguir establecidas dentro de la extensión de Miraflores, conchabarse en las tareas rurales de la estancia en forma permanente o transitoria, conforme a las normas de convivencia con ellos acordadas y que llamaron la Ley de Ramos.
El tema de los pueblos originarios era uno de los aspectos fundamentales que diferenciaban y oponían el proyecto revolucionario del proyecto rupturista. Para los primeros, los conceptos de libertad e igualdad –sobre todo este último– debían regir en forma irrestricta. Para los otros seguía vigente, el esquema de castas heredado de la dominación española.
Entre 1820 y 1830 el enfrentamiento entre ambos sectores iría alcanzando creciente intensidad. Para 1830, puede considerarse que el proyecto revolucionario había sido derrotado en toda América. Los Libertadores muertos, exiliados o confinados; los pensadores y realizadores de la línea libertaria desterrados, presos, destituidos. En Buenos Aires, ese proceso de avance reaccionario se consolida con la asunción al poder de Martín Rodríguez como gobernador y Rivadavia como secretario.
Dos ejemplos: el rechazo de la misión Gutiérrez de la Fuente, enviada por San Martín en 1822 en busca de ayuda para organizar una fuerza auxiliar que operara, subiendo por Humahuaca, para lograr un operativo de pinzas sobre el ejército realista del Perú. Este rechazo por parte de la Cámara de Representantes porteña fue prácticamente unánime, con la única excepción del voto del Dr. Esteban Agustín Gascón, partícipe junto con Bernardo de Monteagudo de la precursora rebelión de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809, compañero de causa de Manuel Belgrano y Juan José Castelli.
El segundo ejemplo, fue lo actuado por Martín Rodríguez en relación con Francisco H. Ramos Mejía: el propio gobernador allanó Miraflores y trasladó a Don Pancho detenido a Buenos Aires, donde se lo confinó de por vida, en una suerte de prisión domiciliaria, en su chacra de Los Tapiales, acusado de connivencia con los indios.
Estos dos ejemplos son prueba de la coyuntura histórica que terminaría de consolidarse en toda América tras la derrota de Artigas en Tacuarembó, el exilio de San Martín y la muerte de Bolívar. Las burguesías mercantiles portuarias, aliadas a la oligarquía terrateniente de fuerte arrastre feudal, herederas de aquella línea meramente rupturista ya presente en 1810, rechazaban toda innovación en temas como: tenencia de la tierra, pueblos originarios, extensión del concepto democrático de igualdad, etc., defendiendo a muerte sus prebendas y privilegios, su noción de castas.
Fronteras del miedo, su estructura, su metodología y su escritura
Arnaldo Chavidoni, hombre de sólida formación marxista, hace aflorar en su análisis los procesos históricos de fondo, tanto de naturaleza socioeconómica como cultural, que subyacen bajo el episodio o la anécdota, buceando en ellos. Por este motivo, comienza con el marco geográfico y humano de los pagos del Salado en las primeras décadas del siglo XIX, con documentada descripción del mundo indígena y del mundo hispanocriollo en aquellas Fronteras del miedo, título que por sí solo constituye un hallazgo literario y de precisión calificativa.
La prosa de Chavidoni tiene un ritmo sostenido, atrapante, que sumerge al lector en una realidad pretérita, pero al mismo tiempo la va vinculando, a cada paso, con el proceso histórico entero de nuestra patria. La inevitable referenciación documental no recarga su prosa por estar en notas al pie de páginas o al final del texto.
Cabe señalar, por último, que su metodología de análisis lo asimila a lo que se identifica como marxismo americano, en la línea de José Carlos Mariátegui, José Revueltas, el último Aníbal Ponce –el del exilio en México– y a rumbos del humanismo continental como el que en nuestro país trazaron Arturo Roig y su escuela.
La obra póstuma de Arnaldo José “Cacho” Chavidoni está a la altura de sus dos libros precedentes, innova por su temática y demuestra palmariamente que, sea cual sea el tramo de la realidad o la historia nacional sobre el que fije su atención y vuelque su sapiencia, siempre lleva el sello de lo que fue: un militante de la esperanza. (Edgard Morisoli, 2013)
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