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Los inasibles límites entre la realidad y la ficción. Por Omar Ramos

15.05.2019 13:46 |  Noticias DiaxDia  | 

  La vida y la muerte, son al decir de muchos autores, entre ellos  Jorge Luis Borges, los únicos y universales temas con los que cuentan los escritores. Todo lo demás se desprende de esas pulsiones y es entonces en la perspectiva  y en el cómo se van a tratar los argumentos donde debe demostrar su eficiencia el autor.  

Ezequiel Tomás Martínez lo logra con maestría en su libro de relatos Lugar común la muerte, con una interpretación singular del nuevo periodismo, donde la muerte de los personajes y el derrotero de su vida son  un límite difuso de traspasar, al igual que lo hace Martín Kasañetz, en su  novela Los acostados, editada por Galerna. 

Kasañetz sorprende por el tratamiento de narrar sucesos en distintos espacios y tiempos con una estructura no lineal, donde la trama avanza en forma fragmentaria y menciona datos históricos como telón de fondo sin dar mayores detalles: La fiebre amarilla que asoló la ciudad de Buenos Aires en 1871, es el espacio donde convive León Paz, profesor universitario, autor del “Diario personal de un hombre sin Dios”, con Manuel, el maquinista. La guerra de Malvinas presente en el ex combatiente, apodado el Rubio y  la última dictadura cívico militar que lo lleva a afirmar al ex sargento Martínez “que combatió con orgullo como argentino contra la guerrilla marxista e hizo mierda a varios zurdos”.     
   
Los personajes de esta novela accionan siempre sobre la enigmática línea que separa la realidad de la ficción, una frontera tan inasible y menuda como las historias que aquí se narran: las vísperas de la muerte, el punto de mayor intimidad y conciencia ante lo efímero de las circunstancias del ser humano. Escenarios que le sirven al autor para abordar lo existencial en el parlamento de sus personajes al cuestionarse si “la muerte es el fin de un lento pero irreversible camino de olvidos” o al afirmar que “ la muerte sólo está en los vivos, por los otros ya ha pasado”.
 
A los hechos verídicos de Los acostados se les añaden otros que no pasaron, que pudieron pasar o que deberían haber pasado. Y con ellos  Kasañetz reflexiona sobre la identidad nacional cuando refiere entre otros axiomas que “somos una combinación genuinamente maravillosa y particular, pero por otro lado una necesidad salvaje de querer ser diferente de lo que somos”.  
 
A través del caricaturesco  personaje de la adivina Amada Eva y su lectura del mazo de cartas, el autor ensaya  una definición de Perón y de Evita. “La carta de Perón representa lo ambiguo, puede ser tanto una cosa como la otra, una que puede ser dos cosas muy distintas al mismo tiempo”.  Eva Perón; “Esta carta representa la humildad, pero también la garra y la fuerza interior, el valor y la femineidad”. 
 
En estos tiempos donde los escritores eligen para sus textos una prosa despojada que privilegia la acción sobre las descripciones, el autor de Los acostados se inclina por una escritura elaborada, fecunda en puntualizar los personajes y sus avatares, convirtiendo a esta novela en una parábola sorprendente que azuzará  sin duda la reflexión y la imaginación de los lectores.     
 
 
 
 
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