¿Usted se imagina un territorio de aproximadamente 2 millones de habitantes en algo más de 325 kilómetros cuadrados (CABA tiene 200 y 1 millón más de ciudadanos) sin lectores y escritores? Cabe recordar que en la Buenos Aires que vio nacer a Jorge Luis Borges (1899-1986), entre tantos otros invalorables de Boedo y Florida, la ciudad no llegaba al millón de habitantes. Por tal motivo, sería injusto pensar que en un partido como La Matanza con tal cantidad de ciudadanos en esa vasta extensión de barrios y ciudades densas, no haya quien produzca obras literarias, históricas o de otras artes y ciencias.
Como en CABA, en el transcurso del siglo XX a los pobladores originales de La Matanza se les sumó un crisol de colores humanos de diversos lugares del mundo, de oriente a occidente, sobre todo europeos, mujeres y hombres, niñas y niños. Ellos llegaron a tierras matanceras a “hacerse la América” escapando del hambre, del desempleo y del odio de las guerras mundiales; aunque esto fue en desmedro de los pueblos originarios devastados, con una rica cultura ninguneada, que vivían en armonía con este fructífero suelo, respetándolo. Miles migraron desde las provincias. Otro tanto desde países limítrofes. De todo este collage inquieto de extranjeros, latinoamericanos y provincianos no podía esperarse otra cosa que un sincretismo caótico que enriqueció a una sociedad creciente en una compleja interacción ambiciosa de progreso y de mejores condiciones de vida. La Matanza quedó conformada por una ciudadanía multiétnica trabajadora que lucha desde abajo con todas sus fuerzas a la vanguardia frente a los reveses, tallando la inclusión en sus genes. Durante el siglo pasado esta tierra de gauchos se transformó en una región progresista, industrial y comercial, con su propia universidad (creada recién en 1989) entre otros claustros académicos y con instituciones democráticas de peso.
En este marco sociocultural se improvisó, se proyectó, se construyó, se expandió el horizonte siempre un poco más allá. Crecieron ineludiblemente distintas expresiones artísticas de origen popular por fuera de la academia o desde ella. En el resto del conurbano los hechos y las circunstancias fueron similares. La vida se expresa en él desde una realidad que muchas veces golpeó a las familias en el vaivén de lo dictado por ciertos períodos antidemocráticos. Otras veces disfrutó una primavera viento en popa de progreso. Entre un extremo y el otro, el arte en sus siete manifestaciones ofreció un refugio de resistencia y un oasis de renacimiento y humanismo frente al oscurantismo. El arte siempre brilla, trasciende nutrida de belleza, de intelecto y de ética.
En La Matanza, (como en todo el orillero conurbano de 10 millones de almas), mujeres y hombres desde sus infancias están ejercitados en escribir y reescribir su fortuna, en leer y releer las calles proletarias de barro y pavimento, en interpretar y reinterpretar la historia recargada de parcialidades para proyectarse en un porvenir desde un presente perenne e incompleto, para dejar memoria, para construir una identidad soberana con el ideal de nunca más repetir horrores. Una metáfora de estos procesos la podemos encontrar en “Pierre Menard, autor del Quijote” del nombrado Borges, en el que consta:
“Pensar, analizar, inventar [...] no son actos anómalos, son la normal respiración de la inteligencia. Glorificar el ocasional cumplimiento de esa función, atesorar antiguos y ajenos pensamientos, recordar con incrédulo estupor que el doctor universalis pensó, es confesar nuestra languidez o nuestra barbarie. Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será.”
Conscientes de todo lo dicho, en el Taller Literario “Experiencia Letras”, que coordino desde el año 2013 (los primeros cinco años junto a la profesora Alba Murúa) en la Biblioteca Popular Nro 303 Villa Sahores (en San Justo, capital de La Matanza) buscamos que en la ficción se vuelquen en letras las experiencias personales, familiares y generacionales para dejar registro de los sentires, las pasiones y los duelos en algún soporte trascendente, para seguir construyendo nuestra identidad y poder preservar la soberanía cultural que nos hace únicos e irrepetibles, ambicionando dejar un legado. Con tales motivaciones, elegimos ocupar un lugar dentro de las artes con la literatura específicamente, sin dejar de dialogar con las otras, enfrentando el acecho del mercado que no nos representa y nos niega el derecho a ser productores significativos, que nos rebaja a un número de cliente de monopolios mediáticos extranjeros y nacionales productores de contenidos que detestan la unión popular pero promueven festivamente el consumo masivo alienante, invadiendo, contaminando nuestro tiempo y espacio real y virtual, ninguneándonos, silenciándonos con una política empresarial colonialista de "tabula rasa".
En “Experiencia Letras”, como en otros tantos espacios culturales matanceros y del conurbano, ocupamos un espacio que es identitario. Somos productores de discursos literarios con todos los inconvenientes y limitaciones de la cotidianeidad. Es mejor que ser espectadores a control remoto, cómodos sin capacidad de ser ciudadanos críticos, libres y soberanos, autores intelectuales de nuestros destinos. Ponemos en letras nuestras voces acalladas y la de todos los que no tienen voz ni eco, aquellos que gritan en un mundo que está cambiando de la mano de la tecnología y del necesario feminismo en esta era de la comunicación vacía. Somos la voz de un colectivo con conciencia social.