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La voz del feminismo. Por Javier Romero

19.02.2020 12:33 |  Noticias DiaxDia  | 

 Fémina es un término que proviene del latín significando “mujer”, con raíces en el indoeuropeo para expresar “el que alimenta”, “el que da de mamar” y éste a su vez del sánscrito “mamar”, “chupar”, “tomar leche de la madre”. Desde este punto de partida milenario, en la que el vocablo denominaba a una función social inherente a la mujer de la que dependía la supervivencia de la especie, como la de cualquier mamífero, obligatoria, en la actualidad nos encontramos con una resignificación que se empodera en un grito de libertad: feminismo. En este punto nos encontramos con Beatriz Vanella.

Feminista en continua construcción, me declaro abolicionista del sistema prostituyente, y militante por el Ni Una Menos” se define. Menudas tareas que naturalizan valores agregados a sus otras funciones arraigadas en el ser mujer, como a toda madre, a toda hija, a toda trabajadora y, como si esto fuera poco, a toda poeta cargada de empatía en una sociedad machista que se debate entre la solidaridad y el sometimiento de los más vulnerables. Entre estos, toma las armas por su parte: por las mujeres.

Nacida en épocas del “flower power” un 22 de julio en el Partido de La Matanza, desde que tiene memoria se reconoce como “imaginadora de historias”, historias que siempre supo que debía escribir. Con este impulso decidió recorrer los distintos vericuetos culturales: forma parte hace seis años del Taller Literario Experiencia Letras; integra y conduce junto a Patricia Verón el programa de radio "Vayámonos por las Ramas", hecho por mujeres para todo el universo y es colaboradora  de  "Puesta en escena", revista virtual dirigida por Teresa Gatto.

Abocándonos a su escritura, Beatriz Vanella abre todo un abanico de la sensibilidad femenina en un proceso de deconstrucción. Amante del arte en todas sus expresiones se libera con una voz poética en rebelión constante en contra del status quo machista. Cuestiona a ese mundo, increpa a una realidad ilusoria naturalizada como normal; no se ilusiona, al contrario: es consciente de que los sentimientos tal como están establecidos son convenciones: nos dicen cómo debemos ser felices, cómo es el amor correcto, cómo debemos soñar y “que este sueño sí es la vida”, como decía Pedro Calderón de la Barca: “que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueño son”. Hasta se atreve a juzgar la idea establecida de Paraíso e, incluso, la de “nunca más” (Ilusión natural). Es crítica con el orden establecido, con las clasificaciones impuestas, con el consumismo que considera al ser humano como cliente y mercancía visibilizando el tópico de Plauto “Homo homini lupus” (el hombre es el lobo del hombre).

Su yo poético la define “idealista, romántica, enamorada”; conmueve cuando abandona las apariencias por una austeridad desprendida de lo efímero en favor de sus seres amados, a los que sostiene. En ese estoicismo se mantiene sólida y contenedora, alimentando las ilusiones de los suyos para seguir adelante, a perseguir un horizonte superador. Amasa y cocina para ellos alimentos, saludables por el amor brindado en la preparación, en donde siempre está la  miel como símbolo de dulzura. Entre los ingredientes que utiliza están su energía, su alegría, su amor, su pasión, su garra, aunque también les da el toque amargo e inevitable de sus lágrimas por amores perdidos, por errores, por culpas, por lástima, pero como lecciones de vida. De esta forma el tiempo la volvió selectiva de sus comensales y, aunque lo sigue haciendo con amor, ya le pesa y está espectante de que alguien la reemplace en su función (Amor / El pan de cada día). El paso del tiempo la impulsa a elegir el peso de la existencia, elegir qué carga soportar y cual desechar. Elegir “y no morir en el intento”, aunque para eso requiera el sacrificio de ser otra (Elegir).

En otros poemas expone lo cotidiano del mundo femenino, en donde su yo poético se siente amenazado, agobiado por todo el día en el desamparo de las calles ventosas que la acorralan contra las paredes hasta llegar a su hogar necesario, protector, en el que se permite la calidez de “un té con miel y limón”, recostarse y disfrutar del silencio que la sumerge en sus sueños entre dos paisajes: uno a su derecha, desolado, y otro a su izquierda, que reverdece, florece, soleado. Siente que está haciendo equilibrio entre esos dos mundos, o son esos dos mundos que se sostienen, pesados como un elefante, sobre ella.

En la colmena, Beatriz idealiza un mundo armónico, con todo un universo amoroso organizado, estructurado, cuyos integrantes no cuestionan la función que cada uno tiene que realizar, desde la reina que lidera hasta el zángano y las obreras, están todos comprometidos en la construcción de un nuevo hogar para la comunidad en donde podrán comenzar a producir la miel, elixir de los dioses desde la antigüedad. La metáfora queda a criterio del lector. También se siente sumergida en un cardumen y a su vez ajena a él, como una extranjera que no sigue al resto, a la corriente. Se atreve a desnudar sus miedos más profundos: a no encontrar su hogar, a la lejanía del cielo y de la luna, a dormirse, la levedad del presente porque el tiempo no para y aún así, enjuicia al tiempo que nos estanca en un presente. La trascendencia es el tema que la preocupa (Tiempo estanco).

Desde sus textos brega por la Memoria, la Verdad y la Justicia. (Veinte verdades y Pata de lana alias: Jesús)

El paso del tiempo es plurisignificativo en su voz de mujer. No se rige por el tópico literario del “tempus fugit” como los autores hombres. Para la autora, el tiempo es un cofre de la memoria donde guarda todos sus recuerdos como un tesoro con los que cuenta cuando se sumerge entre las sábanas con una hoja que espera de ella un texto. En sus sueños aparece la ternura, la nostalgia, las caricias, las sonrisas, los labios.

Plantea a la locura como el camino para no tener una vida pusilánime y, aunque conoce las reglas de la cordura, prefiere la locura que la aleja de la mediocridad y de una existencia aburrida. La sangre ofrendada, el deseo, el sexo, la lágrima, son elementos necesarios que debe tener para derramar en una hoja en blanco, en la que sus letras recorren el cuerpo femenino como una gota de sudor saleroso que comienza en su cabellera y termina en su sexualidad.

En sus poemas enuncia que la realidad no nos debe corromper, por ella no nos debemos inmolar, ni  nos debemos dejar seducir porque nos engaña (con “máscaras vistosas”). A la triste realidad la encuentra en la lucha de los desplazados, de los excluidos, en la que pedir es un trabajo indigno que realizan todos los integrantes de una familia desde que nacen, en una calle insensible, a la intemperie entre autos y semáforos, en donde se juzga a la fe en estampitas vacías de afecto como moneda de cambio por una limosna, mientras se queman sus cuerpos miserables al sol.

La poesía refleja una bohemia pasional del cuerpo femenino que pasa por sus contornos en “las noches llenas de oquedades”, donde se conjuga el ecléctico universo femenino: lo cotidiano, la tarde, la pasta frola,  los suspiros, los estertores... Todos juntos, en un estallido.

Con ustedes, Beatriz Vanella:

Ilusión Natural

Todo es viejo en este mundo

asombroso y nuevo

cada día

 

Ilusión el cielo azul celeste

pincelado

de inmaculados blancos

 

Ilusión de naturaleza

en cada árbol plantado

por el hombre

 

La Tierra ha sido vista ya,

catalogada, presentada

y ofrecida

 

Compramos, usamos y abusamos

de todos y de todo

por el resto de los días

 

Ilusión de ser feliz

de amar, soñar

que este sueño sí es la vida

igual que el viento

el sol, la lluvia

 

Y tal vez

no sea el Paraíso una mentira nunca más.


Elegir

elegir

el peso de la existencia

en ese instante

lo habitual lo conocido

dulce yugo sin espanto

o el abismo y esa oscuridad

elegir

y no morir en el intento

elegir

y despojada ser Otra

elegir

que se nos vence el tiempo

...

Había estado fuera de casa todo el día, que ganas de llegar y sacarme los zapatos y el viento...porque me llené de viento esa tarde, un viento histórico, helado, despiadado, que me envolvió y empujó contra las paredes hasta llegar a la esquina, allí en medio de la calle el desamparo me caló hasta los huesos.

Apenas hube atravesado la puerta sentí el abrazo del calor del hogar. Preparé un té con miel y limón y me recosté  en silencio, lo único audible era el zumbido del motor de la vieja heladera (hay que cambiarla, pensé).

Me habré dormido porque de pronto caminaba por un extraño lugar conocido y no, como ocurre, sucede, acontece en los sueños, ¿no?

A la derecha se veía un paisaje desolado que se extendía hasta el borde de un abismo, a la izquierda el suelo empezaba a verdear, el pasto y la vegetación se hacían frondosos, había árboles con flores y un sol de atardecer doraba las siluetas.

De un lado del camino se escuchaba el viento, del otro el zumbido laborioso de una colmena

Yo esperaba en medio de éstos dos mundos haciendo malabares sobre un elefante o al revés, el paquidermo parado en una pata hacía equilibrio sobre mí. 

Agonía

Estalla la tarde

pasta frola

laberinto de gusanos

entre pegajoso dulce,

estalla la tarde en esta telaraña

se debaten mis alas impotentes,

estalla la tarde

y ni es verano todavía,

el sol se ahoga en estertores tibios

Tal vez no se la tarde la que estalla

tal vez sea el último suspiro

Amor/ El pan de cada día

Idealista romántica enamorada, no importa si no hay paño pa’l traje, igual se estira y se ponen alfileres de gancho o de las otras las que pinchan para sostener lo que se viene cayendo y en esta senda de sostener se encuentran, encontré, muchas formas de sostener: la emoción de dar de comer y con ese alimento que sabe rico de felicidad también alimenté la ilusión,  así amasé panes y tortas, agregué semillas, pasas, un poco miel, tomé la masa con las manos, acaricié la mezcla suavemente primero  después con energía, con todo mi amor y otro tanto de pasión, le puse garra, voluntad, alegría, en medio y a pesar del esfuerzo o por eso mismo vertí unas lágrimas, por los amores perdidos, por errar la huella, por lástima y por culpa, mía, tuya, de ellos, y no sé lo que fue, no sé si la combinación de tantos ingredientes indigestó a unos cuantos, y otros ni comieron... pero como si sí, igual ya no volvieron. Hoy cocino menos, solo a veces amaso e invito a los que quiero, aunque preferiría que ahora lo hagan ellos  

Conjuro a la Luna

Luna de Federico

desangrada a dentelladas

incendiando el horizonte

de locuras, sed y ansias

Se me escapan con la vida

los amores por las riadas

que teñidas carmesí

ni me calman ni me aplacan

Luna de Federico

dame todas sus miradas

deshojame con caricias

apártale de su amada

Luna de Federico

este conjuro es llamada

con unas cruces de sal

y un puñal en la espalda

lo repetiré tres veces

antes de que llegue el alba

Había estado fuera de casa todo el día, que ganas de llegar y sacarme los zapatos y el viento… porque me llené de viento esa tarde, un viento histórico, helado, despiadado, que me envolvió y empujó contra las paredes hasta llegar a la esquina, allí en medio de la calle el desamparo me caló hasta los huesos.

Apenas hube atravesado la puerta sentí el abrazo del calor del hogar. Preparé un té con miel y limón y me recosté en silencio, lo único audible era el zumbido del motor de la vieja heladera (hay que cambiarla, pensé).

Me habré dormido porque de pronto caminaba por un extraño lugar conocido y no, como ocurre, sucede, acontece en los sueños, ¿no?

A la derecha se veía un paisaje desolado que se extendía hasta el borde de un abismo, a la izquierda el suelo empezaba a verdear, el pasto y la vegetación se hacían frondosos, había árboles con flores y un sol de atardecer doraba las siluetas.

De un lado del camino se escuchaba el viento, del otro el zumbido laborioso de una colmena

Yo esperaba en medio de éstos dos mundos haciendo malabares sobre un elefante o al revés, el paquidermo parado en una pata hacía equilibrio sobre mí.

 


 

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