La novela El dolor de la ausencia, de Omar Ramos, editada por Baldíos en la Lengua, en el 2019, aborda con una prosa ágil y despojada, el funcionamiento de los juzgados penales durante la última dictadura cívico militar. ¿Qué es el amor? ¿Qué es la justicia?, son algunos de los interrogantes que interpelan al lector, dando el autor respuestas en la obra.
En El dolor de la ausencia se va directo al pasado reciente, también al presente y hasta se llega al futuro sin saberlo. Porque al describir algo de lo sucedido en la dictadura argentina (la última y más sanguinaria digo), también se transita por las distintas etapas políticas cercanas de la Argentina. Es de suponer que se exploran algunos recuerdos del autor, traducidos en clave de secretos guardados. Como sucede con el diálogo sobre el concepto del amor o cuando Ignacio Guidi, el protagonista, recuerda como un martirio a su abuela, quien fue guardiana en los campos de concentración nazis.
Omar Ramos realiza una crítica urgente e imaginativa. Es una diatriba de frente y sin rodeos a los genocidas, y sin proponérselo formula una crítica implícita y definitiva al sistema penal. Desde esta perspectiva, el libro es una invitación a no hacerse los distraídos con la historia. Porque además fue el sistema penal el motor que todo el tiempo genera los genocidios en la historia de la humanidad. Y todo esto con las interpretaciones del lector, es lo que hace que esta novela, sea, por momentos, incendiaria.
Y el mismo tono de la crítica también recae sobre algunos parientes cercanos de Ignacio Guidi. Pero también a algunos políticos y jueces que nos hicieron perder oportunidades como país. Ello demuestra que la novela es una excusa inocultable para desenmascarar la injusticia y otras historias jamás contadas.
Observándolo desde una perspectiva de la criminología crítica, en El dolor de la ausencia puede verse cómo el sistema penal oscila todo el tiempo entre la “desproporcionalidad y la impunidad”, glosando al distinguido criminólogo australiano John Braithwaite. Digo esto porque en muchos casos las vivencias de quienes trabajaban en la retaguardia de los juzgados penales de la Capital Federal, sabían que esa impunidad dependía de la mera voluntad de ciertos jueces, como uno los personajes nada irreales de esta novela: El juez Gonzalo Ibáñez. Y eso que el texto se refiere a un periodo casi reciente. Porque a veces, esta narración suele ir más allá de sus referencias novelescas, a los repugnantes campos de concentración del nazismo de la Segunda Guerra Mundial. En este texto se puede probar sin lugar a dudas, que los genocidios se repiten en la historia de la humanidad, como quien repite un verso sádico, con perdón del marqués. Y se reiteran, lamentablemente, porque el poder punitivo siempre lo ejerce la policía o los militares en función policial.
Los desaparecidos de aquí y de allá, los de ayer, los de hoy y los del futuro, son también El dolor de la ausencia de hoy, que existen, existieron y existirán porque existe un sistema penal y un poder punitivo que generan la construcción de enemigos ocasionales. Y ese poder punitivo no es una fantasía. Está formado por seres humanos inhumanos, que no se parecen a los animales, éstos son solidarios y no matan por matar.
La novela de Omar Ramos es también una profecía, cuando Gonzalo Ibáñez recuerda lo que le decía su padre: “La gente poco a poco comprenderá, el mundo se llenará de estatuas de Franco y Mussolini” (pág. 68)
En el capítulo “Las Convicciones”, por ejemplo, el autor demuestra, que cuando las instituciones quieren imponer por la fuerza la fe en un dios, se pierde la fe y se pierde a Dios: “Fue un proceso gradual que lo llevó a Ignacio a perder la fe en el catolicismo y a creer en una energía superior” (pág. 69) Ergo, la disciplina no trae disciplina. La disciplina trae independencia.
El dolor de la ausencia describe desde el principio, en cuatro líneas llenas de prosa, la vida del protagonista. El autor divide la existencia de Ignacio Guidi en dos etapas: La primera cuando se creía inmortal: “Estaba lejana la niñez de Ignacio cuando se sentía inmortal. Sólo morían los soldados, los indios y algún perro o gato que había sido atropellado”. Esta frase es tan perfecta que es imposible escribirla otra vez con tanta precisión. Y la segunda etapa de la vida de Ignacio es la mortalidad: “Ignacio sentía la muerte de su madre. Su padre tenía ochenta y cinco años, lo visitaba y lo quería”. “La pérdida de un amigo íntimo la sentía como una amputación. La de un hijo no la imaginaba” (Capítulo “La Justicia”, pág. 129) Es una de las frases más bellas de la literatura. La perfección de esa frase lo pone al autor en su eje. Hace que el lector esté con el yo interior de Ramos. Vaya a su ser y esté solo con él para encontrarse y conectar con lo importante de la vida: Los afectos.
En el amor, Omar Ramos no se anda con pequeñeces. Y ¿qué es el amor?, se pregunta, como quien interroga el nombre de una persona. El autor tiene la respuesta en el capítulo “El reencuentro”: “El amor no es realmente compartir ideales o una buena película”. El amor es “tengo ganas de estar con vos”, le dice Ignacio a María Cecilia, la mujer de su vida. Y ella la responde: “Yo también” Y fue así que “empezaron la convivencia que resultó mejor que el noviazgo” (pág. 94)
El referido capítulo “El reencuentro” es el texto más sobresaliente de la obra. El autor no se conforma con haberse dado el lujo intelectual de haber conceptualizado el amor. Va más allá y lo corporiza en María Cecilia. Es ella, quien también sintió El dolor de la ausencia. Lo sintió cuando Ignacio le propuso emigrar en la época de la dictadura. Porque ella sintió como (…): “Si él hubiera estado ausente durante varios años y regresara” (pág. 95) Y ese dolor ya pasó cuando él volvió con ella.
El protagonista pasa del amor al odio de la tortura, que implica la denuncia de la injusticia que formaliza en la obra. “Se dijo que los jueces como Gonzalo Ibáñez eran cómplices de torturas y asesinatos a través de sus resoluciones” (Capítulo “El Exterminio”, pág. 125)
En los pasajes finales, Ignacio dice que, a pesar del horror de los suplicios de la Segunda Guerra Mundial, “su madre y su abuela nunca le contaron de las largas hileras de hombres, mujeres y niños entrando a la cámara de gas” y se pregunta cómo habrán hecho para que ese recuerdo no fuera recurrente”.
El protagonista nunca aceptó la actitud silenciosa de su abuela. Para él, la ausencia de Dios en los campos de concentración creados por el mismo sistema penal, no justificaba a nadie de la coautoría, ni de la participación más que cómplice del horror. Ni siquiera a su abuela. Por la forma de ser de Ignacio nunca pudo decírselo.
Ignacio piensa, en referencia al horror del campo de concentración de Auschwitz, que su madre presenció de niña, que “tal vez por eso su madre creía en un más allá donde el ser humano sería toda bondad y misericordia. No habría un Dios ausente y los hombres no sucumbían a los imperativos del mal” (pág. 131) Esa ausencia del Dios tan querido y tan deseado en el lugar que tendría que estar, también es El dolor de la ausencia.
El autor en esta novela se interroga implícitamente sobre: ¿Qué es la justicia? Sabemos que es una pregunta difícil de responder. El lector puede extraer las respuestas en varios pasajes de esta novela y en el párrafo final, donde Ignacio se pregunta “cuál es su escudo contra el dolor pasado” y se responde que es “seguir trabajando para que se haga justicia”.
En definitiva, la novela El dolor de la ausencia, no es una novela más. Es la novela. Un testimonio histórico literario sobre la dictadura, desde un ángulo escasamente abordado como es el de la justicia, con las maniobras inmorales y cómplices de los jueces para rechazar los habeas corpus interpuestos por los familiares que pedían por los desaparecidos.