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La burocracia tan temida. Por Omar Ramos

 Novela Huellas de un Boleto, de Marcelo Vallejos

06.07.2020 18:52 |  Noticias DiaxDia  | 

  Desde el comienzo la novela Huellas de un Boleto, de Marcelo Vallejos, atrapa por ese halo de misterio y prolongado suspenso, que impide la entrega de un cadáver a los familiares.  Si bien parece una muerte más la de Lázaro Sernada —“se le ablandaron las rodillas y se fue de boca contra el pavimento— los acontecimientos harán ver otra cosa. Es que su cadáver quedó tirado en una calle “que divide dos ciudades, dos departamentos y dos países”. 

Poco a poco la burocracia estatal — poblada de policías, peritos médicos, psiquiatras, oficinas municipales, juzgados, carpetas, legajos, escribanías y hasta consulados— va envolviendo la trama y es ahí donde la acción remite al Proceso, de Franz Kafka, con una impronta distinta, propia del autor, porque ya se sabe que todos los temas fueron abordados por los escritores de distintas épocas, pero es el cómo lo que los distingue. En este caso, el tono de la narración, que es ágil y plástica,  torna la historia en una pátina cercana al realismo mágico, aunque no bajan a la tierra ángeles del cielo como en los textos de García Márquez.   

La novela de Marcelo Vallejos trata de las dificultades morosas hasta el hartazgo para la entrega de un fallecido a sus familiares y retrotrae al largometraje cubano Guantanamera, de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabio, que relata las infinitas peripecias que llevan adelante los deudos para trasladar al fallecido desde un lugar del interior de Cuba a la Habana.  
 
La prosa elaborada, sin caer en barroquismos y pasajes costumbristas, dista del despojamiento actual que utilizan varios escritores. “Casas sin revocar, o revocadas sin pintura, baldíos con yuyos altos, amarillos, veredas de tierra reseca, le daban al panorama un aire de éxodo”.  
 
Los personajes para lograr sus fines transitan impedimentos muy actuales, como el hecho de comprobar si una partida de nacimiento es original o una fotocopia. Hay que certificarla o a lo mejor legalizarla, y la firma del funcionario debe estar en color negro, no en azul porque pierde autenticidad. Si el sello corresponde a la escribanía o es de otro notario y entre otras cosas si el registro expidió en término la documentación. Para colmo los que llevan a cabo las diligencias dan con empleados intratables que asocian la administración con la cultura. Marcelo Vallejos describe con verosimilitud esos requisitos protocolares que vienen de antaño y que a pesar de la tecnología siguen enervando a los ciudadanos hasta el día de hoy. 
 
El recurso del flashback quiebra acertadamente la linealidad de la historia, donde para referirse a la relación de Lázaro con su mujer, la Ranchera, muchos años menor que él, entran a jugar los prejuicios de los lugareños, que no son sólo patrimonio de los pequeños pueblos. Estas escenas retrospectivas y otras en el tiempo presente de la narración, van tejiendo historias paralelas como la del profesor Barilari, que se dilucida hacia el final; la de La Caspa, que participa de un hecho violento; los trámites del doctor Epifanes —“empezó a sentir como le subía a la cara un incendio de sangre”— y las dificultades de Lazarito, hijo de Lázaro Sernada, quien “sentía la memoria a oscuras”. Todas estas microhistorias, pletóricas en gestiones cuasi surrealistas, al tiempo convergen con el núcleo central de la trama.   
 
El final de Huellas de un boleto sorprende con un homicidio y el destino insólito del cadáver de Lázaro Sernada, que cierra esta excelente nouvelle, erigida como alegoría de la inutilidad de la burocracia que comienza con el nacimiento y persiste hasta después de la muerte de los hombres. 
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