La novela Historia de dos mujeres. Memorias de mi enamorada, del poeta, narrador y editor Héctor Alvarez Castillo, publicada por Alvarez Castillo Editor, Colección Letras del maíz (2020), comienza con una reflexión existencial: “Que cada día debe ser distinto al anterior. Debemos ser capaces de diferenciarlos, no debemos resignarnos a lo turbio ni a lo gris, a lo que extravía el nombre. Si eso no sucede, si ninguna seña, rasgo o emblema, se hace notorio, y si en esa sucesión indefinida dejamos de discernir las formas del tiempo, aunque no lo sepamos, si eso ocurre, hemos muerto. No importa que el cuerpo respire”. Cavilación que desde el inicio compromete a una lectura sin apremios, meditada, pensativa, que lleva a la elaboración y completud de los lectores.
La prosa, de elegante y cuidado estilo, por momentos con una poesía implícita, va descubriendo el encuentro amoroso de dos mujeres, en un tono sutil, con el que relata, Leda, la protagonista. “Te descubrí una tarde de estío en que tu nombre aún no era nada para mí y volveré a encontrarte”.
La acción está ambientada en Villa del Parque, en Villa Devoto y por un momento en el Conurbano Bonaerense. En esta primera parte, la trama central se disgrega para contar la historia de Don Benvenutto Anasagasti, lo ocurrido con su esposa y su hija, Margarita Anasagasti, tal vez para obtener un contrapunto entre las dos historias.
Alvarez Castillo relata escenas eróticas y amorosas, sin prescindir de la descripción directa, descarnada, pero siempre evitando los lugares comunes y los golpes bajos, tan frecuentes en los relatos lésbicos. “Pasé mis manos sobre su cuerpo, las deslicé entre sus piernas, abiertas, tocando su sexo a través del pantalón, acariciándolo como si palpara su piel, sus labios”.
La libertad en la elección sexual, tan denostastada en otros tiempos, aún hoy es resistida en sectores conservadores y religiosos, es materia de disquisición de la protagonista y su amada Marga, que comienza a concurrir a marchas y reuniones por los derechos de los gays.
El deseo y la consolidación del ser están presentes en esta novela, no como marco sino como parte esencial de una trama ajena a lo trivial. De ahí su peso, una profundidad abundante en preguntas cuyas respuestas, en ocasiones, recorren el corpus del texto. “¿Cómo hago para que no me roben la vida? ¿Para que los deseos de los otros no se transformen en mis deseos, para que las metas de los demás no sean mis metas?”.
No sólo hay preguntas en Leda sino también afirmaciones, que puede compartir o no el lector, circunstancia que enriquece la trama. “El sueño de una persona, sea parte de la dicha o sea una pesadilla, no concluye en quien le da vida, alcanza a los otros”. “El pasado es un animal vivo”. “No hay instante en que no estemos despidiéndonos”.
La armonía de esta historia amorosa es trastocada por un hecho doloroso, que le imprime suspenso al relato y un acecho de peligro, que al decir de Raymond Carver, debe haber en todo buen texto. Debido a ese suceso, por un momento el espacio de la novela se sitúa en un ámbito del conurbano bonaerense, en la zona Sur, pasando Sarandí, donde a la protagonista la urge encontrar una solución ajena a lo científico. “Con cada metro que avanzábamos, nos internábamos dentro de esa tierra ante un ejército de cartoneros que afloraba desde cada rincón. En los carros, en las bolsas que se añadían a los costados, por atrás, sujetos con los brazos o con sogas, en la mayoría de los casos sólo se transportaban porquerías, cacharros que para ellos eran tesoros, objetos deseados”. En este espacio, Leda recurre a mamá Linda (la madre sanadora), previo paso por el aire loco y la extravagancia de la Luli.
La relación lésbica no es excluyente en el relato, ya que Leda cuenta el vínculo que tuvo, tiempo atrás, antes de conocer a Marga, con Roual, con quien le gustaba hacer el amor en su atelier: “Entre los caballetes, cerca de los bastidores; con ese olor a pintura fresca que se esparce como un cuerpo vivo.” Y no es mera decoración este capítulo, es una muestra de la búsqueda de la protagonista por deshacerse de las normas convencionales y encontrarse con su esencia.
El paratexto de esta novela es tan acertado y de alto buen gusto que creo justo mencionarlo en detalle: Tapa: La Chute du Chat, de Jean Alphonse Roehn. Ilustraciones de interior: Detalles de ilustraciones y fotografías de Eugenio de Blaas, Bram Stoker, Étienne le Rallic, Holly Warburton, Annie Bertram, Jean-Alphonse Roehn, Marie Laurencin, Takato Yamamoto, Egon Schiele, Man Ray, Maxfield Parrish y fotografías circa 1900. Foto de solapa: Stella Maris Zuttion. Diseño de interior: Fernando Pedró.
En resumen, Historia de dos mujeres. Memorias de mi enamorada, es una excelente novela, que no sólo relata el encuentro amoroso de dos mujeres, sino que también ahonda en la profundidad del ser, su identidad, sus deseos y la concreción de sus sueños.