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Situación de la poesía argentina contemporánea. Informe 2. Por Luis Benítez
La atomización de la poesía argentina actual: orígenes y evolución. Poesía “argentina” y “poesía del interior de la Argentina”. Cambio de milenio y “papel picado”. La proyección internacional de la poesía nacional.
04.03.2024 18:30 |
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Francotiradores poéticos disparando desde compartimientos estancos y el “cupo provinciano”
Al ocuparme de la generación poética argentina de los ’90 en mi ensayo Historia de la poesía argentina. De Luis de Tejeda al siglo XX (11), en el capítulo “Fin de siglo: nuevos auges, nuevas dispersiones”, señalé de qué modo los lobbies culturales, editoriales, académicos y periodísticos tienden a definir una generación poética de acuerdo a una simplificación que obra como engañosa conectora entre autoras y autores que poco y nada tienen en común, lo que le permite a estos intereses reducir a un puñado de nombres y obras lo que es la tarea conjunta de muchos otros, que pasan a revistar en la condición de cuasi anónimos y excluidos de la historia querida oficial y única del género en nuestro país.
Un caso extremo es el que se aprecia en las dichosas antologías de poesía argentina, donde se intenta repetidamente establecer un canon que, como de costumbre, generará casi de inmediato un contra-canon que incluirá, invisiblemente, a cuantos no figuran en sus páginas. Un caso paradigmático es el “sincericidio” cometido por el escritor, crítico literario y traductor e investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - CONICET- Jorge Monteleone (1957), cuando en su tan elogiada -en su momento- selección de dos siglos del género local (12) declara con peligrosa franqueza que “toda antología es incompleta o arbitraria: ese aserto forma parte de su retórica. Tal vez no sea un conjunto más o menos razonado o azaroso de inclusiones, sino un sistema de ausencias, porque la acosa el fantasma de la totalidad” (pág. 13). O sea que una antología no es un sistema de inclusión sino de exclusión lisa y llana, tendiente a la legitimación de unos pocos en detrimento de todos los demás. La respuesta al sistema de exclusión representado por la obra mencionada fue dada en los meses siguientes, desde diferentes medios y apelando a argumentaciones diversas y con diferentes niveles de virulencia por autores argentinos de la talla de Gabriel Impaglione (1958), Eduardo Dalter (1947), Rubén Vedovaldi (1951) y Miriam Cairo (1962), entre otros cuya nómina incluye a quien esto escribe (13).
En el caso de la poesía argentina propia de este período, ese artificioso consenso fraguado para establecer inter pares decretó que poseían los poetas de esa década como nexo generacional una intención desacralizadora, antilírica, derivada del neobjetivismo anterior. Como explicito en Historia de…:“Esta es una verdad a medias, y como la mayoría de ellas, es funcional a un resorte de la política literaria de la época y aun de la posteridad. La intención de los lobbies culturales locales fue concentrar en un puñado de nombres y algunas decenas de obras el conjunto de lo producido en el género durante la década, para mejor perpetuar aquellos nombres y aquellas obras que respondieran al canon que se quería establecer.
“‘El cuento que hay que contar’ señala que el origen de esta pretendida característica única se origina en algunas revistas que, al comienzo de la década, reunían a cierto número de autores que, como reacción a lo escrito por la generación anterior, la del ‘80, comenzaron a cultivar un discurso poético ‘nuevo’, fuertemente impregnado de coloquialismo, impermeable a la abstracción y la metafísica, renuente a las connotaciones culturales, desinteresado de lo político, francamente apático, atento a lo kitsch (como herencia del neobarroco argentino de los ‘80 esto último) hasta rozar —o decididamente frecuentar— la puerilidad en determinados casos muy extremos.
“Desde la crítica a esta generación se apunta que ello se condice directamente con las peculiaridades políticas y sociales de la época en Argentina, determinadas por el resurgimiento de un neoliberalismo despiadado, que dominó la dirigencia del país durante esos diez años. Ello degeneraría posteriormente en un intimismo exacerbado, donde el individuo creador se mostraría limitado a sus más cortos alcances, con una capacidad evocativa tan reducida que apenas podría remontarse a su propia infancia. Un creador encerrado en el feroz individualismo del sujeto posmoderno y una obra
correspondiente. Así, la poesía de aquel período sería una suerte de exposición de las condiciones políticas y sociales de la década, lo que no deja de ser un juicio simplista al extremo.
“Encontramos entonces que la versión oficial de los hechos, lobbista, que ha engendrado numerosas monografías, buena cantidad de artículos periodísticos y antologías de esta generación dentro y fuera de la Argentina, adolece del típico recorte de la realidad, interesado en definir el todo por la parte, con el fin avant la lettre de reducir lo real a lo ideal, una década adecuada a las intenciones de la maquinaria cultural, que desea moldear en un canon unívoco las divergencias y las diferencias.
“Esta concepción se derrumba por la base si el investigador se toma el trabajo de ir directamente a las fuentes en vez de leer los comentarios. Un examen de lo editado en poesía entre 1990 y 2000 revela que, si bien lo más propagandizado a través de los medios se encuadra en las características antes apuntadas, con referentes bien difundidos, por otra parte en el mismo período se editaron en Argentina obras que no condicen en absoluto con esos supuestos. Por el contrario, son obras de autores donde sí cabe lo político, lo social, la referencia culta, la metafísica y la abstracción. Para variar —la expresión es irónica— el recorte de la realidad que señalamos se ha realizado desde las tribunas y los medios periodísticos con sede privilegiada en la capital de la Argentina, Buenos Aires, dejando de lado lo poético editado fuera de esa área.”
(…)
“Desde la apuntada diversidad de las creaciones provenientes de la década, no puede afirmarse que la generación entera de los ‘90 se constituyó en una reacción frente a la generación anterior, la de los ‘80, donde la abstracción, la metafísica y la referencia cultural campeaban por sus fueros, aunque no eran los únicos elementos presentes en ese discurso múltiple. Recordemos que la década de los ‘80 es una de las que en mayor número de fuentes —poéticas y extrapoéticas— abrevó, en toda la historia del género en Argentina.
“Por otra parte, entender que la generación de los ‘90 obró así, por reacción a lo anterior, señalaría un mecanismo decididamente modernista, vanguardista, flagrante paradoja en una generación a la que varias de esas mismas interesadas caracterizaciones señalan como posmoderna.
“La creencia en que una serie de creadores que, al menos inicialmente, no se conocen entre sí y no conocen todavía la obra de sus contemporáneos, mágicamente coinciden en unos principios básicos y tan determinantes como optar por un lenguaje y unas apelaciones dados, simplemente porque todos ellos editan sus obras en el mismo período de diez años de duración, no es exclusivamente una simpleza dictada por la comodidad de una crítica que prefiere leer los comentarios en vez de las obras comentadas (y las no comentadas también, como es su obligación); solamente es un artilugio fabricado por aquellos que están interesados —por razones extraliterarias, propias del mainstream— en que cada segmento luzca de tales o cuales maneras, todas favorables al establecimiento de un canon más o menos burdo, que suprima las diferencias a favor de la unívoco.”
En contra de esas afirmaciones tan convenientes para ciertos intereses - abundantemente publicitadas por el esnobismo académico, siempre deseoso de que aparezca “algo nuevo de qué ocuparse” y los recalcitrantes suplementos literarios sabatinos y dominicales de algunos matutinos- se alzan hechos concretos y bien documentados.
En noviembre de 1997 surge una nueva revista de poesía en formato papel y de alcance nacional, La Guacha, dirigida por Javier Magistris (1962) y Claudio LoMenzo (1962), en coincidencia con el paulatino deterioro del papel central que hasta entonces había tenido Diario de Poesía como medio de difusión y legitimación de obras y autores, hasta su inevitable pase a las urnas de la historia un lustro más tarde.
Aunque de continuidad algo entrecortada a lo largo de su historia periodística que suma ya un cuarto de siglo y habiendo reducido su tirada inicial de 3.000 ejemplares a los 2.000 de la actualidad, La Guacha se encargó desde sus mismos inicios de darle lectores a ese contra-canon que evocamos antes, con especial hincapié en lo poéticamente generado en las 23 provincias que estructuran nuestro país, en consonancia por lo declarado por uno de sus directores, Javier Magistris, durante un reportaje (14): “Yo creo que hay que volver a tomar esa idea de la complejidad, yo creo que el problema que hay ahora en el sistema poético argentino es que se suprimen todas las voces que son discordantes de lo que hegemónicamente se pretende determinar que es poesía y que excluye un montón de voces muy valiosas y que silencia, digamos, obras que hoy están hablando”.
Coherente con lo manifestado por Magistris, en los 55 números que su medio lleva publicados a marzo de 2023, La Guacha mostró y demostró que más allá de las aseveraciones que intentaban reducir la poesía argentina a lo editado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, pecado original de tanto artículo periodístico, paper académico y declaración por micrófono, lo propalado acerca de la generación de los ‘90 carecía de realidad, pues tanto dentro del corralito dorado enmarcado por la Avenida General Paz como fuera de él muy distintas voces y búsquedas estéticas en plena actividad negaban lo reputado como unívoca realidad del género nacional. Basta acudir al archivo de la revista para confirmar la presencia y evolución de esas “voces discordantes”, mayoritariamente provenientes de lo que para cierta insistente crítica parece constituir todavía el desierto al que aludía Esteban Echeverría (1805-1851)… “desierto” porque no estaba poblado por citoyens a su estilo, aunque ya en sus tiempos se encontraba bien habitado.
En nuestros días y de acuerdo al último censo poblacional, concretado en 2022, 46.044.703 de argentinos poblamos nuestro territorio y apenas 3.120.612 la CABA: por simple razón aritmética, la mayoría de los creadores de poesía viven, escriben y publican fuera de esta engreída capital donde yo nací. Lo que llevaría a pensar que, al menos en temas literarios, las siglas que condensan su larguísimo nombre oficial, bien podrían entenderse como Ciudad Autista de Buenos Aires.
Llamativamente, en encuentros poéticos realizados aquí y allá en alguno de los 48 barrios porteños, no dejé de observar que la presentación de las colegas y los colegas que son mis conciudadanos señalaba que se trataba de una poeta o un poeta argentino, así, a secas, mientras que si se daba -y se da todavía el caso- de que la autora o el autor es nacido fuera del corralito dorado, se impone advertir que se trata de una o un “poeta del interior”. Se argumenta especulativamente que obedece la expresión a un mero ejercicio geográfico- informativo…
También en las antologías y compilaciones varias que pululan por ahí, se da el fenómeno de que mayoritariamente los autores incluidos resultan ser, oh casualidad, nacidos en la antes autoproclamada “Reina del Plata”, que parece ser coherente en cuanto a que la democracia -al menos, la poética- no es cosa que le agrade demasiado. Para zanjar el problema y no ser criticados en este aspecto hoy tan ríspido, el de mostrar visos de discriminación alguna, antólogos y compiladores varios apelan no pocas veces a una supuesta inclusión de poetas nacidos, sí, en alguna de las 23 provincias, pero que en muchas ocasiones residen desde hace décadas dentro o en las inmediaciones más cercanas al corralito áureo.
Así, “fulanita” representa a Santa Fe, “menganito” a Salta y “zutanita” al Chaco, cuando la primera es vecina del barrio porteño de Montserrat, el segundo vive en La Recoleta y la tercera en Villa Crespo y los tres se encuentran perfectamente asimilados a los medios de promoción que brinda el aparato capitalino. Qué grado de representación de las búsquedas estéticas y los logros alcanzados por sus comprovincianos de Venado Tuerto, Tartagal o Presidencia Roque Sáenz Peña, por dar sendos ejemplos, pueden tener tras tanto tiempo de estar alejados de su suelo natal y el quehacer y la evolución del género en la tierra que los vio nacer, es cuestión misteriosa, mas de tal manera el recopilador de florilegios cumple con el cupo provinciano que lo pone a salvo de acerbas críticas en su contra, al menos desde su punto de vista.
Para quienes vivimos y escribimos en CABA, pese a las facilidades que desde hace más de 20 años nos brinda la informática en cuanto al acceso a información actualizada sobre lo que escriben y editan la mayoría de nuestros colegas, los residentes fuera de nuestra ciudad, el déficit sigue siendo una cuestión de peso. Para ello confluyen factores, amén de los antes señalados, como la todavía escasa llegada y distribución de sus obras en las librerías capitalinas, al menos en relación al número real de producciones concretadas en la mayor parte del territorio y eso a pesar del esfuerzo que realizan los múltiples sellos editoriales de cada región de la Argentina.
Se suma al problema el hecho de que los festivales y encuentros de poesía que se concretan en Buenos Aires con un buscado sentido federal, aún resultan insuficientes para reflejar siquiera aproximadamente el fenómeno de la creación poética de todos nuestros puntos cardinales en su verdadera dimensión. De tal manera, el enriquecimiento derivado del cruce de información regional se ve coartado, y cabe señalar que no se trata esto último de un obstáculo que meramente nos aflige a los porteños, sino que también a escala de lo interprovincial se evidencia una deficiencia semejante. Autores que residen por ejemplo en el noroeste pueden no estar al tanto de lo que se produce en el género en el Litoral, mientras que, siempre en tren de dar ejemplos, los poetas con residencia en nuestra inmensa Patagonia pueden desconocer cuanto se escribe hoy y ahora en el norte de la república.
En este mismo sentido, el de la “deuda interna” de la poesía argentina consigo misma, he observado una particularidad llamativa en varias de las revistas electrónicas que se generan dentro y fuera de CABA, no en todas pero sí en varias de ellas. Ese fenómeno es el de una marcada endogamia, pues desde sus principios fundacionales esos medios se proponen dar difusión exclusiva a autoras y autores de su provincia, su localidad y aun de su misma ciudad o exclusivamente de su barrio, lo que impide la más amplia difusión de obras y creadores provenientes de otras regiones.
En el intercambio y mejor conocimiento de cuanto se escribe y edita dentro y fuera de la sede periodística, reside el necesario, el indispensable enriquecimiento recíproco entre unos y otros. Que esos medios locales reduzcan lo publicado a lo espacialmente inmediato (y no en pocas ocasiones, a lo que escriben quienes los editan y su círculo periférico más próximo) no hace otra cosa que entorpecer el fluir de información y conduce a una autofagia a todas luces peligrosa, ya que ningún área en sí misma, pese a la renovación de voces locales que puedan acceder en el futuro mediato a su poder de difusión, resulta ser lo suficientemente amplia como para mostrar un renovado panorama que sea capaz de perdurar en el tiempo, conduciendo irremisiblemente a un paulatino empobrecimiento y a la luego inminente desaparición del medio, fenómeno tantas veces repetido por la misma causa.
En el terreno de lo externo a las publicaciones en sí mismas, como los encuentros poéticos, presentaciones públicas de grupos literarios, lanzamientos de novedades editoriales y demás, repetidamente se produce algo similar, una réplica en vivo del defecto de lo impreso. Como si viviesen en compartimientos estancos, esas manifestaciones se generan hacia dentro en vez de fluir hacia lo exterior, para ganar una mayor difusión, la que generalmente se merecen genuinamente. El círculo de allegados nunca puede ser lo suficientemente amplio como para llevar la novedad al destino más general al que tendría que estar dirigida. Como resultado, existe -repito que no en todos los casos pero sí en buen número de ellos- un desconocimiento casi absoluto de lo que están escribiendo o buscando escribir conjuntos autorales que, en el caso de CABA, inclusive tiene una proximidad muy marcada en términos geográficos.
Personalmente, tiendo a asistir a presentaciones de libros, recitales y encuentros no solo de autoras y autores de mi generación, la del ’80, y otros pertenecientes a las generaciones anteriores, sino también a los organizados por las posteriores, donde el fenómeno del compartimiento estanco se hace todavía más evidente. Grupos reducidos de autoras y autores que prácticamente solo se leen entre ellos y evitan el contacto con sus pares, los de su misma generación.
En numerosas ocasiones la poesía argentina actual se muestra no ya como una insularidad única -sin mayores o determinantes contactos con la exterioridad de lo latinoamericano o lo internacional, como sucedía hasta hace pocas décadas y de cuya modificación nos ocuparemos en la sección final de este artículo- sino como un archipiélago interior, subdividido en islotes donde parecen hablarse otras lenguas que impiden que sus habitantes se comuniquen entre sí, al menos entre los allegados más recientemente a la actividad en el género. Mucho menos conocen, estos, lo que se difunde en los círculos -asimismo en gran medida insulares- conformados por autores de las generaciones precedentes, que por su lado asimismo desconocen -siempre hablando acerca de un campo y el otro de modo general- cuanto están escribiendo y editando sus colegas más jóvenes, pese a ser unos y otros contemporáneos.