LA LECCIÓN DE HISTORIA
a)
La patria llama.
Primero, hubo que apuntalar el miedo –de ésto,
durante cuarenta años, y sigue–. Callar nombres. Ocultar parentescos
y lecturas y hermosos volúmenes hoy inhallables.
Disimular amistades. No escribir
ciertas cartas.
O simplemente irse –mudarse de cuerpo o territorio-,
extinguirse, culpable o inocente,
entre los abrazos, afluentes y abrazos de la muerte.
Primero de todo
–de cuarenta años a esta parte–
fue necesario nacer (¡Oh reiteración de los advenimientos!)
en una patria ocupada en paz, silenciosamente dolarizada,
pacíficamente engañada.
Una proveeduría. Un almacén de ramos generales con su abundancia
constantemente repuesta.
Luego, hablar o ir muriendo
–a elección–,
(“en ejemplares elecciones libres”, como solía decirse).
O callar. Vivir callado. Durar. Varios años detenido, estacionado
en sí mismo. Agonizante. Disimulado.
Traicionado en sí. Harto.
Ahora podemos hablar, a condición de callar
lo anterior: el acoso, la burla,
la obligada mudez de cuarenta años. A condición de callar tanto silencio.
Ahora empujan a hablar (¿no es así?) porque los patroncitos
y jefecitos que ensillaron la historia –luego de castrarla–
nos apuran con que “la patria
llama”, y que hasta la última gota de hectolitros de sangre
de sus hijos (y aquí comienza el recitativo, el “verso”, de más
de cuarenta años, pero en esta semana ante la inminente
cacería Real, como si estuviéramos volviendo a 1810 - 7 - 8…
luego de dos centurias enzarzados…)
Ahora sería el momento
del solemne corte de mangas estilo italiano,
porque algunos hermanos de “los hijos de la patria”
a los que voracearon, están lejos, están sordos, fueron sacrificados
muertos y sepultados; fueron secuestrados
torturados y desaparecidos
o quedaron lelos, quedaron ciegos, los dejaron mudos, malogrados,
en pelotas, o sin pelotas,
apaleados y desentendidos de sí
y de las concentraciones y casas rosadas
con gurúes y gurisas, de los vivos y las vivas. Abandonados
tras las románticas rejas y vergeles del exilio,
o acodados, simplemente, en los oscuros balcones de la muerte.
Ahora deberíamos alquilar de nuevo
a los argelinos de López Rega (alias Lopecito, como el del tango)
–¡tanto prohombre como hubo en este país!–,
o a los boinas verdes que amamantaron oficiales dobermans
y clases nuestras; asesores de narco - “rangers” bolivianos,
o a los “marines” de los ejercicios conjuntos, o a los mercenarios
sudafricanos, o a los matones turnados
durante cuarenta años, desde aquella legendaria
pareja de fullbacks: Lombilla y Amoresano;
o a las tropas de ocupación
criollas; secciones especiales, paramilitares
de estas últimas cuatro décadas, que nos preservaron del SER
NACIONAL
(los únicos del mundo, junto con los argelinos, que usamos picana
eléctrica)
exterminando miles de malos yuyos argentinos,
porque vale más la muerte
que contaminarnos con esas ideas exóticas
del peso específico, el río infinito de las galaxias y la tabla
con que Mendeleiev clasificaba periódicamente los elementos
(¡Oh inefable monseñor Plaza
descubridor de la parálisis infantil como “castigo divino”
por no rezar lo suficiente! ¡Oh desaprovechado monseñor!)
Vale más traicionarnos con honor
que ser contaminados con ideas extrañas a nuestro SER NACIONAL,
como la raíz cuadrada y el silogismo.
Más nos vale ser traicionados, asolados, ultrajados, esclavizados
por hombres libres, superiores, occidentales y cristianos
que “firmar pactos con el diablo”
como sabiamente sostiene el partido de la Propiedad, La Familia
y Dios.
Abril 1982
POESÍA ARGENTINA Y MALVINAS. UNA ANTOLOGÍA (1833-2022). Investigación, selección, prefacio y posfacio de Enrique Foffani y Victoria Torres (Coordinadores)