Las rodillas le molestaban, el desborde de los pasos faltantes ocasionaba sobresaltos imaginarios, tantos lenguajes en embarcaderos poco usados por el abrazo de su pies...
Primero creyó que era una broma, el discurso insomne de un paraíso simbólico, el aliento como aguardiente ejecutando catálogos de vida,sobrevida.
Kilómetros de jazmín silvestre, semblantes de aguas. Dijo, nunca se cruza dos veces el mismo río, lo repitió para convencerse, igual titubeó.
Desoyendo las leyes inmediatas de lo que debe hacerse se inundó de alegría repentina, tomó las láminas que sostenían la armadura de escamas y lentamente se despojó de equipajes paradójicos que paralizaban el vuelo.
Pasó a ser equilibrista, contorsionista, ya no necesitaba el espacio telúrico de sus rodillas.
Somos acróbatas, me dijo.
Somos, le contesté.