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Javier Adúriz: La vida en palabras, por David Antonio Sorbille
21.10.2024 10:00 |
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En su trayectoria como poeta, Javier Adúriz nos ha revelado una magnífica experiencia literaria, dispuesta a construir un lirismo distante de otras tendencias en la poesía contemporánea. Conocedor como pocos de la realidad desnuda de un poema, Adúriz opta por la concurrencia de géneros que flexibilizan la rigidez de la escritura.
Su propuesta implica la reformulación de conceptos vanguardistas aplicados a un coloquialismo que se manifiesta, a través de recursos humorísticos e inquietudes perceptivas.
Por eso, concibe un discurso analítico y dinámico, en función de una poesía como instrumento de diálogo y participación intensamente humana.
Dice, Adúriz: “Lo único que existe es el ahora, tan frágil como flotante en su corriente de conciencia, donde no sabemos muy bien quiénes somos ni cuál es la naturaleza de las cosas”.
De ahí que, en esa instancia determinante de la creación poética, fluye el texto fragmentario similar a la manera como se presenta la memoria.
Los distintos matices de la existencia, la duda, la revelación, la alegría, el amor, la política, el espacio de la verdad y la renuencia a lo dogmático, son las herramientas que utiliza nuestro poeta para establecer un puente vital con el lector.
La poesía como expresión verbal de un lugar común en donde el país, el lenguaje, la amistad, el tiempo y la interrogación, tenga el sentido que otorga el compartir la razón indispensable de la creación.
Por eso, argumenta que, en el posclásico al que adscribe, surge una voz natural que no es de nadie y es de todos, y, también, un desafío en la construcción del presente y del futuro cuando señala: “La cosa es llegar ahí, cuando el río suena por sí mismo”.
Sin duda, su obra es una demostración rotunda de esta precisa definición que implica una revolución en sí misma, por el solo hecho de escribir para llegar a ese lugar donde el lenguaje ilumina lo real.
Dice, Adùriz: “Mi único afán es construir el presente, darle vida al presente. Recaudar pasado, incorporarlo de manera arbitraria y caprichosa, tal como funciona nuestro psiquismo y a partir de ahí, de ese reconocimiento, hacer el ahora”.
Su propuesta le otorga un sentido distinto a la perspectiva del neobarroco y el objetivismo, al advertir una dimensión liberadora de preconceptos en el acto de concebir el poema. Lo que importa es lo que subyace, la energía que se moviliza en la entraña del poema, lo que distingue a un creador que es fiel a esa necesidad que pugna por exteriorizarse más allá de las formas.
Pero, existe una razón más profunda en esta cosmovisión tan particular y novedosa que irrumpe con el posclásico: es en el encuentro con el otro, donde adquiere trascendencia. Reencontrarse en la palabra que recupera la existencia del otro, o de los otros, en uno mismo.
La realidad, o multiplicidad de realidades que implica el conocimiento propio a través de la presencia del otro, como factor dinámico de esa voz interior que resuena en el poema.
El devenir, el movimiento constante y abarcador de un yo experimental. La literatura que no concede, que no trafica con el medio y busca al lector como destino del arte de escribir.
Pues, de este sendero tan imbuido de energía y diálogo fluidificante, de ironía cómplice, de recursos inquietantes, de espejos y contrapuntos, de bordes y bellezas, de imaginación y magia, está la matriz conceptual de nuestro poeta.
Javier Adúriz, nació el 16 de abril de 1948 en Buenos Aires, estudió Letras y se desempeñó como docente secundario y universitario. Desde 1991 coordinó talleres literarios y participó en los seminarios del Taller Macedonio Fernández que coordina Roxana Palacios. Fue codirector con su esposa Ana Bravo, de la publicación León en el Bidet, entre 1996 y 2001.
Participa en la revista Omero desde su comienzo en 1999 dirigida por Jorge Rivelli, quien lo será hasta 2009, y dirá entre otros conceptos en un recordatorio póstumo de la revista La Guacha de agosto de 2015: “tal vez (para) agregar algo sobre la poesía de Javier, desde las banderas de los postclásicos, el poeta que recorría todos los matices con destreza... como dijo Juan José Millás, su poesía gustaba porque decepcionaba (en el mejor sentido posible de la palabra), es decir: no recorre caminos previsibles".
En la misma publicación, a propósito de sus primeros libros, destacó Javier Magistris: “Su manejo ajustado del verso, la voz homogénea, la interrogación metafísica, la precisión simbólica, la entonación lírica, la alusión mitológica definen aquel muy joven escritor”.
Asimismo, Griselda García, sostuvo: “Javier Adúriz le dio sustento a su poética con un profundo trabajo de reflexión sobre la escritura. Sin teorizar, bajar línea ni establecer antagonismos regala el placer doble de hacer sentir y pensar”.
Y, precisamente, la revista Omero/poesía, le dedicó un número monográfico con antología: “Vámonos con Pancho Villa y otros poemas”, en 2002; y también colaboró desde su fundación en la revista “Hablar de poesía”.
Como ensayista se ha destacado en sus libros: “Perlongher” (Del Dock, 2000), “El soneto: ensayo y antología” (Leviatán, 2008), y "Posclásico, una aproximación”, en “Tres décadas de Poesía argentina” (Libros del Rojas, 2006).
Además, junto a Rafael Oteriño y Santiago Sylvester, impulsó un proyecto de ensayos sobre poesía denominado “Época” en la Editorial Del Dock. Al respecto, sus contribuciones fueron: “Como su nombre lo indica”, en “El verso libre” (Del Dock, 2009), y "Diálogo", en “Dificultades de la poesía” (Del Dock, 2010).
Escribió, también, libretos para ópera en versiones de Borges y Armando Discépolo; realizó versiones de poesía inglesa en la colección “Traducciones del Dock”, de la que fue su director, en los “Treinta sonetos de William Shakespeare”, junto a su hijo Agustín Adúriz, y en “La poesía de la tierra, Odas y sonetos de John Keats”, en colaboración con su esposa Ana Bravo.
Varios de sus poemas han sido musicalizados por el compositor Juan María Solare, como: “Más allá del amor” (mezzosoprano, clarinete, viola, cello), “Mala leche” (canto y piano), “Tiempo” (para coro) y “Sombra” (para coro). Además, se encuentra inédita la obra “Puesta en música”.
Javier Adúriz, publicó los siguientes poemarios: “Palabra sola” (Ed. 1971), “En sombra de elegía” (E. 1979), “Solos de conciencia” (Ed. 1985), “Égloga brusca” (Ed. 1993), “La forma humana” (Ed. 1998), “Canción del samurái” (Ed. Del Dock, 2004), “La verdad se mueve” (Ed. Del Dock, 2008), y “Esto es así” (Ed. Del Dock, 2010).
En todos sus libros se destaca esa tensión manifiesta por atravesar la realidad, por buscar nuevos caminos, compartir el tiempo de la creación, desplegar sus alas con pasión y sabiduría.
En “Canción del samurái”, precisamente, podemos reconocer en la cita de Joseph Brodsky que lo inaugura, la propia síntesis de su ideario poético: “Lo que a uno lo lleva a escribir no es tanto una preocupación por la condición perecedera de la propia carne como la urgencia imperiosa de preservar ciertas cosas del mundo de uno, de la civilización personal de uno. El arte no es una existencia mejor; sino alternativa. No es el intento de escapar a la realidad, sino lo contrario, de animarla”.
Luego, en “Esto es así”, Adúriz nos deslumbrará con una serie de poemas en prosa que preceden a cada “Ahijú”, en señal de empatía con el “Haiku”: “A cada paso / Vas hundiendo los pies / En otra carne”; y también el reverso, el interrogante que obliga a repensar lo que parece una afirmación; y tiene el destino de: “un canto, una tonada que otro va a llevar en el pecho por el resto de sus días”.
Javier Adúriz, partió a la eternidad el 21 de abril de 2011, en tanto, fue posible que en su homenaje se publicara en el mes de junio, su obra: “Los nada” (Ed. Del Dock, 2011). En esos últimos treinta poemas que enriquecen aún más, el acervo conceptual de su testimonio virtuoso, esta condensado el universo de su huella imperecedera.
La sabiduría que implica el viaje hacia el interior y exterior del poeta, alcanza su plenitud cuando manifiesta la certeza de que el cielo y la tierra está en nosotros, pero continuará siendo un dilema insoluble para todos los que se atrincheran en un egocentrismo intrascendente.
Los versos de “Formas del yo”, demuestran con claridad meridiana, la propuesta de su didáctica que apuesta por una vanguardia sin perder el sentido del poema.
El recurso de utilizar la nostalgia como fundamento de la belleza, alcanza en la glosa “Monn River”, dedicada a su esposa Ana Bravo, una cima de conmovedora vitalidad y sabiduría. Lo mismo ocurre con cada tema abordado con una inspiración que hace posible iluminar el misterio, darle alas a lo diverso, compenetrarse en cuerpo y alma con una voz que describe y comparte la razón de la existencia.
En su postrer homenaje, que contó con la presencia de sus amigos Santiago Sylvester y Carlos Pereiro, director de la Editorial Del Dock, entre otros, Rafael Oteriño expresó: “Javier escribió los poemas más notables de una generación que hizo el tránsito entre el esplendor de la literatura que le antecedió y la urgencia de la nueva poesía que redefine la huella del difícil estar en el mundo”.
Roxana Palacios, recordó una cita del propio Adúriz: “la verdad está por fuera de nosotros y reside oblicua en el don de la palabra general, en construcción colectiva”; y agregó: “ése es el poema, el que habla por sí, el que está vivo porque arrastra la voz de todos, la vieja voz de la literatura, sin tiempo”; y recomendó la lectura de sus obras, porque “nadie que escriba, debería perderse lo que Javier quiso enseñar”.
“Y luego fue el turno de Lucía Adúriz Bravo, cuarta hija de Javier, la menor… quien recuperó la lengua de su padre y también habló por ella”, narra Ivana Romero en su artículo “Vencer a la muerte” publicado en Tiempo Argentino el 19 de junio de 2011; y concluye: “Si alguien pasa por este mundo dejando un puñado de versos que laten y un hijo que lo ama, es probable que sea vencedor de la batalla más imposible, es probable que haya derrotado un poco a la muerte”.
Pero, en este itinerario dichoso, faltaba la consumación de un deseo mayúsculo, que fue el que impulsó a sus más íntimos allegados, al reunir la obra del admirado poeta.
Es así como, el 17 de julio de 2014, se presentó la “Poesía Completa de Javier Adúriz”, de Ediciones del Dock, a cargo de Carlos Pereiro, Jorge Aulicino y Santiago Sylvester, de cuyo excelente prólogo fechado en Enero de 2012, extraemos la consideración final sobre nuestro recordado poeta: "Cómo será el futuro, es para mí un misterio. Sin embargo, me animo a decir algo que suena a profecía: la obra de Javier Adúriz ya está convocada por las generaciones de poetas futuros, que ahora mismo están llegando; va a ser tenida en cuenta como las obras que dejan una huella seria, profunda, en la sensibilidad de una época, que ya ha comenzado”.
2 Poemas al azar de Javier Adúriz
¿Oís el río? (de “La verdad se mueve”, Ed. Del Dock, 2008)
¿Oís el río, Okusai? No está lejos. / Tiene el sonido ambiguo de la vida. / Son como cascotitos limpiándose / con la corriente, algo múltiple.
Prestá atención. Detrás del ruido / se ve el nacimiento rudo de las cosas, / eso íntimo, desesperado casi, casi / enorme en su notoria nimiedad.
¿Oís, Okusai? ¿Ves? No necesito / que me pongas esa cara de tintorero / feliz. Dejate ir nomás, un poco. / ¿O vinimos nada más que para esto?
***
Alabanza* (de “Los Nada”, Ed. Del Dock, 2011)
Yo, Masaoka Shiki, me jacto: / he venido a dar testimonio de lo que va a pasar aquí y ahora / en esta choza flotante sobre el páramo / donde voy a agotar los máximos placeres de la vida: / la salvia y el romero / y esta luna escarchada que cede / hacia el oeste…
Viva el asombro de cada día vivo / Viva el asombro de una compenetración / Que hace de sí una voz invicta / la invicta melodía…
*El poeta canta cada línea del poema, como si en esa melodía encontrara una secreta victoria personal.